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¿Cómo te enamoraste del negocio del espectáculo?

Cuando Sammy y yo íbamos al instituto, todavía existían los teatros de variedades. «8 atracciones 8» [escribe en una servilleta]. Cuando lanzaron las chocolatinas Hershey con nueces dentro hicieron un truco. Se suponía que había un dólar en cada diez tabletas, de modo que las vendíamos como churros. Eso no era cierto, claro. De hecho nunca veías un dólar, pero la gente se creía lo del regalo. Estaba convencida de ello. Conque íbamos a los teatros de variedades y ganábamos cincuenta centavos de cada dólar que vendíamos. Un buen margen.

¿Por qué nunca quisiste que actuara después del número de los perros?

Porque en el teatro de variedades no se puede competir con los niños y los perros. Además, ocupa un lugar espantoso en la actuación, en el medio. Uno quiere el último lugar, o el primero. Nunca en el medio. El teatro de variedades se mantuvo durante los años veinte. Los números eran increíblemente idiotas, incluso para lo que se ve hoy en la televisión. Pero se mantenía la regla: había escenas cómicas, perros, un mago, el número de chistes verdes, la cabecera de cartel… En cualquier caso, yo siempre formaba parte de la orquesta.

¿Por qué te cambiaste de nombre?

Cuando tenía veinte años me inscribí en el sindicato; en la sección 802. Seymour Mann y su orquesta sonaba bien; pero también hubo otro motivo. Había un timador en el sindicato que se llamaba Izzy Weisman, que estuvo implicado en un escándalo. Así que Weisman no era un buen nombre para tener en la sección 802. Me gustaba cómo sonaba Seymour Mann y su orquesta. Entonces, en el mundo del espectáculo, uno no podía sonar a judío. Cohen se convertía en King. Moskowitz se convertía en Moss. Rabinowitz se convertía en Ross. Goldfish se convertía en Goldwyn. Todavía no se llevaba lo étnico.

¿Dónde conociste a Eda?

En un sitio que se llamaba Utopía, en las montañas Catskill. De verdad que se llamaba Utopía. Era una estación de veraneo para familias cerca de Ellenville, en «Las montañas». Tu madre llevaba una capa de terciopelo negra (en pleno verano) y la arrastraba por los campos de margaritas y campanillas. Era artista…, muy bohemia.

– ¿Qué hace una chica tan guapa como tú en un vertedero como éste? -pregunté, recurriendo a la frase más sexualmente excitante que sabía. Funcionó. Yo creía que era una chica fácil porque dormía en la misma habitación que el dueño de aquel sitio. Pero después resultó que él nunca le puso la mano encima; de hecho no podía hacerlo. Ella era su coartada. En cualquier caso, pintaba murales, conque le pedí que me pintara la batería. Nos enamoramos locamente. Después del verano yo la iba a ver una vez por semana, tomando el metro desde Brooklyn al Upper Riverside Drive. Papá y Mamá siempre nos dejaban solos. Teníamos oportunidades que eran increíbles. Creo que le dije por primera vez que estaba enamorado de ella en el piso de arriba de un autobús descubierto en la Quinta Avenida. ¿Sabes que había autobuses descubiertos en la Quinta Avenida? Yo trabajaba por las noches en el Paul's Rendezvous con una orquesta de cinco miembros y también trataba de ir a la Universidad de Nueva York por las tardes. Con siete dólares por actuación, no podía pagar la matrícula. (Como ya dije, nunca supe que me habían admitido en el City College.) Maxwell Bodenheim solía pasarse por el Paul's Rendezvous a recitar poemas a cambio de unas copas: «La muerte viene igual que joyas metidas en una bolsa de terciopelo…», me parece recordar. Nos casamos en 1933 porque habían revocado la ley seca y pensamos que habría trabajo en los clubs. Roosevelt iba a tomar posesión en marzo. La gente se moría de hambre: vendían manzanas en la calle, había putas arrastradas junto al río. Nuestro primer apartamento estaba en la calle 22, entre la Novena y la Octava. Era una casa de huéspedes con la bañera en mitad de la cocina. Estuvimos dos meses y luego nos mudamos. Vivimos en un montón de sitios. En cierta ocasión estuvimos en la 118 esquina a Riverside Drive, muy emocionados por estar en la misma avenida que George Gershwin. Los músicos trabajaban desde las ocho hasta que caían rendidos. Eda me iba a recoger y volvíamos andando a casa Broadway arriba, y desayunábamos en Nedick's. Muy romántico. Ella trabajaba el día entero haciendo demostraciones de artículos artísticos en Bloomingdales. Traía a casa los cuadros, de modo que parecía un buen trato. Nunca dormíamos. Luego, cuando cumplí veinticuatro años, en 1935, tuve mi primera gran oportunidad. Mickey Green, el agente -no uses su nombre, pues todavía vive-, me consiguió una prueba con Cole Porter para Jubilee; y conseguí el trabajo. Por entonces yo funcionaba.

¿Y qué pasó?

Tu madre aborrecía el mundo del espectáculo. El horario, la inseguridad. Había sido la mejor artista de la escuela de Bellas Artes, pero no obtuvo el Prix de Roma porque nunca se lo daban a las chicas. Además, había una intensa competencia con tu abuelo. Y aborrecía el sindicato de músicos, que entonces se dedicaba a estafar y exigía comisiones. Encima, cuando nació tu hermana Nana fuimos a vivir con Papá y Mamá para que nos ayudaran con tu hermana.

Pero ¿no echaste de menos el mundo del espectáculo?

La hubiera echado más de menos a ella. Estábamos enamorados de verdad. No podría haber hecho nada de esto sin ella. Y tu madre había tenido una vida dura. No conoció a su padre hasta los ocho años, ya sabes, porque él dejó a su familia en Inglaterra cuando ella tenía dos años y su hermana Kitty algo menos de tres. Huía para que no le alistaran en el ejército inglés. Los judíos siempre huían del alistamiento. ¿Por qué morir por un zar antisemita?

¿Estuviste enamorado antes?

Bueno, hubo una chica en el instituto, pero nada serio. Tenía diecinueve años cuando conocí a tu madre. El matrimonio era serio, un compromiso. Uno nunca se divorciaba. No creímos que fuéramos a tener tsuris. Los tuvimos. Pero el divorcio estaba descartado.

¿ Qué pensaban tus padres de ella? Mamá fue a Utopía para ver cómo era. «Ten cuidado…, esa chica te está utilizando», dijo. [Se ríe.]

¿Y qué pensaban los padres de ella de ti? Pensaban que no era bastante para ella, pero seguían dejándonos solos en el apartamento.

¿No te molestó dejar el mundo del espectáculo precisamente cuando estabas a punto de conseguir situarte?

Compuse algunas canciones que se editaron, pero sabía que no era Cole Porter ni Lorenz Hart. Ni Irving Berlin. Ni Gershwin. Ésos eran mis dioses. Fíjate, habría vendido el alma por componer «Mountain Greenery» o «Isn't it Romantic?», pero todo lo que salía era «La cajita de música».

¿Cómo te tranquilizabas para ir a las pruebas, o para ser vendedor?

Siempre ocultaba el miedo cuando trataba de vender algo. Imaginaba que sentiría miedo, pero sabía que nunca me dominaría. Todo el mundo siente miedo. En Jubilee, las estrellas más importantes daban tragos a botellas de petaca de plata antes de que se alzase el telón. Eran unos cagados. El miedo era algo previsible. Uno nunca esperaba no sentir miedo. Pero de todos modos seguía. Cuando dejé el mundo del espectáculo y me hice viajante, no imaginaba que me iría bien. Y cuando empecé con este negocio y proyecté cómo ganar dinero, no esperaba conseguirlo.