Выбрать главу

Mi padre debe de haber ganado una pequeña fortuna durante los años veinte, primero pintando cuadros sin firmar para aquellos agentes de lo que él llamaba «pintores falsos», luego pintando las cabezas de los carteles de las estrellas de cine de la Metro Goldwyn Mayer. Por entones las pintaban por partes. Unos se especializaban en las cabezas, otros en los cuerpos. El pintaba cabezas.

Los «pintores falsos» eran tipos que se instalaban como artistas en ciudades de vacaciones como Palm Beach.

Tenían un gran estudio, llevaban boina, un blusón, y hablaban con las damas de la sociedad. Pasaban por artistas, manteniendo el lienzo cuidadosamente oculto de la vista. Entonces Papá llegaba furtivamente de noche y pintaba el retrato a partir de una fotografía. Hizo centenares de retratos de ésos. Una vez me dijo que había perdido más de 100.000 dólares en el Crash de 1929 -así que entonces debía de ser el equivalente a un millonario-, y todo ganado con la pintura. Tuvo que volver a rehacer su fortuna desde cero a partir del Crash. Durante la Depresión, trabajó para la MGM.

Yo podría haber ido a la universidad que hubiera querido, pero como Kitty dejó el colegio y fue a la National Academy of Design, y como siempre venía a casa con historias de lo estupenda que era, de cuántos chicos guapos había, de lo mucho que se divertía, decidí que yo también quería dejar el colegio. Papá me lo permitió. Sólo sentía desprecio por los estudios oficiales. En la National Academy of Design, los profesores siempre se burlaban de los chicos: «Será mejor que te andes con ojo con esa chica, Mirsky. Ganará el Prix de Rome», que era la beca mejor. Pero nunca se la concedían a las chicas y yo lo sabía. De hecho, cuando gané dos medallas de bronce, estaba furiosa porque sabía que sólo eran unas condecoraciones, no un premio que proporcionase dinero de verdad. Y eso sólo porque yo era una chica. ¿Por qué decían: «Será mejor que te andes con ojo con esa chica, Mirsky», si no era para atormentarme?

Nunca habría conocido a tu padre a no ser por un amigo de Papá que se llamaba Rebas y que era un ruso blanco. Era uno de aquellos artistas de carteles de cine especializado en cabezas, y él y su amigo, un tal Mr. Hittleman que tocaba el violín, compraron un centro de vacaciones en Catskilly lo llamaron Utopía. Yo estaba allí como una especie de señorita de compañía de los niños. Tenía diecisiete años. Pero Mr. Rebas -por algún motivo- insistió en dormir en mi habitación. Dijo que era para protegerme. Nunca me puso la mano encima. Creo que era gay y yo era su modo de disimularlo. En cualquier caso, cuando tu padre llegó con su orquesta, debía de parecer como si yo me estuviera acostando con el dueño de la casa. Y llevaba unos vestidos maravillosos, una capa de terciopelo negro que me había hecho yo, y unos sombreros fabulosos. Y me deslizaba por los campos como una aparición de El sueño de una noche de verano. Conque tu padre decidió que fuera suya. Era muy guapo. Y muy agresivo.

Tenía los ojos azules y el pelo castaño. Era el tumler, el director de la sala, el líder de la banda, el principal autor de los sketches; lo hacía todo él. Yo pensaba que resultaba sorprendente de verdad que los sketches fueran tan malos y los chistes tan desvergonzados. El nivel de humor era abismal. Los viernes por la noche, bromeaban sobre que llegaba el tren de los tiesos: los maridos cachondos que venían de la ciudad.

Pero mi querida hermana no había nada que viera y me perteneciese a mí que no quisiera. En cuanto vino de la ciudad, se puso a coquetear con Seymour. Si no hubiese coqueteado con él, yo nunca habría estado segura de que era el adecuado. Si Kitty lo quería, entonces yo me quedaría con él. ¡Así eran nuestras relaciones de hermanas! Yo no tenía ningún interés en casarme. Era un espíritu libre, una artista. Se suponía que las mujeres debían ser libres. Mi ídolo era Edna St Vincent Millay. Y hasta mi madre, que había tenido un matrimonio tan espantoso, estaba muy orgullosa de una amiga suya que era dentista. Creía mucho en lo que tú llamarías el Movimiento de liberación de la mujer. No era de esas mujeres que salían y se manifestaban a su favor, pero creía en él. Cuando yo tenía problemas con tu padre, antes de que nacieras, decía: «Déjale si quieres. Yo te ayudaré todo lo que pueda.» Quería que yo tuviera una vida mejor que la suya. No quería verme atrapada en un matrimonio desgraciado.

Una vez en un viaje a Japon con Papá, tuve un sueño sobre mi madre que nunca olvidaré, he cortaban las piernas y sangraba, estaba atada a una columna, o en la parte de arriba de la torre de una iglesia, y recuerdo que yo me arrastraba alrededor y lloraba al verla, pero ella no dejaba de decir: «Todo está bien, cariño, esto no es tan malo.» Eso resume nuestra relación.

Mi padre no fue un padre cariñoso cuando Kitty y yo éramos pequeñas, pero cuando nació tu hermana Nana, descubrió la paternidad cuando ésta ya estaba pasada de moda. Nunca se llevó bien con mi madre, por lo que insistía en que viviéramos todos juntos, atándonos a aquel gran apartamento y haciendo a la bebé el centro de todo. Yo era la criada, tu padre era el mayordomo, mamá era la cocinera. Papá era el rey y tu hermana la princesa. Total, que el abuelo al que quisiste tanto fue un invento reciente. Para mí en absoluto fue un padre. Tú tienes unos recuerdos maravillosos de él, y para mí no era más que un espantoso tirano. ¡Prácticamente monopolizaba el mercado del chovinismo machista. Trataba a Mamá como si fuera idiota, la rebajaba constantemente. Tuve que volverme muy guerrera para poder crecer con un padre así. Luego, con sus nietas, ¡se volvió un santo! ¡Primero echó a perder mi vida, luego secuestró a mis hijas!

Cuando naciste tú, durante la guerra, casi te mueres. Fuiste la única recién nacida que sobrevivió. Siempre consideré que te quería más porque tuve que luchar tanto para mantenerte con vida.

Es un hermoso día cálido de mediados de septiembre, como un año después de haber entrevistado a mi padre. Estamos en mi casa de Connecticut. Mi madre ha estado hablando delante de un magnetófono animada por mí. Involuntariamente había contado un secreto sobre su enemistad con Kitty.

– De modo que todos le debemos mucho -digo-. Sin ella, no estaríamos aquí.

– Eso parece -dice mi madre, sin querer decir eso.

Hay otra antigua disputa entre nosotras: a ella le duele mi idealización de mi abuelo, considerando que en cierto modo yo recibí las mejores cosas de él y ella nunca resolvió sus problemas con él. Quiere que piense de él lo que ella piensa.