A los dos años, en el viaje semanal de toda la familia a un restaurante se hablaba mucho. Tú gritaste: «En este coche no se habla, ¿entendido?», y luego soltaste un monólogo sobre el paisaje. Cuando pasamos por delante de un monasterio al recorrer el campo, lo llamaste monaterio.
Tu juego favorito en el restaurante era hacer un montoncito de sal sobre la mesa. Luego pasabas con mucho cuidado el dedo haciendo arados y creabas una nueva obra de arte que se llamaba ambo. Esta creatividad tenía lugar en el restaurante cuando te apoderabas de un salero.
Cuando tu hermana Claudia tenía unos dos años, tú y Nana la encerrasteis en un armario gritando misteriosamente: «¡Vienen los alemanes!»
A los seis o siete años, tú y tus amigos estabais jugando en Central Park. Un productor ambicioso de la cadena de televisión N.B.C. te eligió para que formaras parte de un ballet infantil. Saliste en la N.B.C. con un tutu negro como primera ballerina.
En el primer viaje a ultramar, en el Liberté, preparaste una maleta de tamaño enorme con todo tipo de barras de labios, polvos, atomizadores, ungüentos, madores de pelo, que parecía una maleta de muestras de Helena Rubinstein.
Recuerdo el feto de cerdo que trajiste a casa de Barnard, con bisturí y todo. Estas cosas rápidamente las cambiaste por lápiz y papel. De repente nos quedamos sin una médico y tuvimos una escritora.
¿Mi reacción ante esto? Alivio porque yo no recordaba demasiado mal los detalles. Y asombro porque mi padre escribiera todo esto si no quería que se usase.
Pero también me sorprendió el hecho de que todo sea sobre mí y en absoluto sobre él. Dio por supuesto que su vida no tenía importancia y que lo único que yo quería saber era cómo pasé de los terribles peligros de nada más nacer al feto del cerdo que terminó con mis sueños de la carrera de Medicina. Yo había querido preguntarle sobre cosas de su vida. Eso nunca le entró en la cabeza.
Conque me puse a hacerle preguntas acerca de él, como si fuera un desconocido sobre el que me habían encargado escribir un artículo. Mi padre acepta fácilmente el juego. Le gusta. Responde del modo correcto.
¿Cómo era Brooklyn cuando tú eras pequeño?
Lleno de jardines y parques. La gente se marchaba del Lower East Side como si fuera al campo. El metro era nuevo y Brownsville se consideraba un ascenso.
¿Eran judíos todos?
Diría que un noventa por ciento judíos, y un diez por ciento italianos.
¿Cómo eran tus padres, Max y Annie? ¿Qué recuerdas de ellos?
Mi padre traía trabajos de sastre a casa. Tenía dos trabajos, era pluriempleado. Todo el mundo tenía dos trabajos o tres. ¡Éramos seis niños! Hacía arreglos de ropa para ganar un dinero extra. Y mi madre siempre estaba encima del puchero con la sopa y nos ponía en fila cuando pasábamos cerca. Recuerdo eso, y un consejo suyo cuando fui mayor: «No malgastes tu vida con pesares». ¡Pesares! Vaya palabra. Todos los días amenazaba con que se iba a tirar por la ventana. Todos los días yo la convencía de que no se tirara. Era tarea mía en cuanto hijo número uno. Una vez a la semana llegaba una carta de Alemania o de Polonia, según dónde estuviese la frontera. Mi padre se la leía en voz alta a mi madre en yídish. Procedía del shtetl. Un sitio que se llamaba Czkower, creo. Mis padres vivían en dos mundos: Brownsville y Czkower. Creo que para ellos Czkower era más real.
¿Cuándo te interesaste por la música?
El que me hizo conocer otro tipo de música fue Sammy Levinson. Había dado clases, tenía un violín Amati. Tocaba…, bueno…, consentimiento. Su familia le pagaba las clases. Mi padre esperaba que yo trajera dinero a casa. Asistí a una clase de la New York Music School, una academia bastante informal que más tarde se cerró. ¡Una clase! Después de eso tocábamos… en bodas, bar mitzavhs, bodas de oro. Mi padre dijo: «Ya te estás ganando la vida, ¿por qué gastar dinero en clases?» (También ocultó mi carta de admisión al City College. Me enteré años más tarde y me puse furioso.) Me necesitaba para que le ayudase a mantener la familia. No veía el interés de la universidad. En las bodas de oro tocábamos todas las viejas canciones: «Un jardín bajo la lluvia» y «Cuánto bailamos la noche de nuestra boda». Decidí que nunca querría celebrar las bodas de oro. Prefería morir antes. Y los bailes rusos…, siempre los bailes rusos…, especialmente en las bodas. Bailaban la kazatska hasta que se caían de culo.
¿Cómo te enamoraste del negocio del espectáculo?
Cuando Sammy y yo íbamos al instituto, todavía existían los teatros de variedades. «8 atracciones 8» [escribe en una servilleta]. Cuando lanzaron las chocolatinas Hershey con nueces dentro hicieron un truco. Se suponía que había un dólar en cada diez tabletas, de modo que las vendíamos como churros. Eso no era cierto, claro. De hecho nunca veías un dólar, pero la gente se creía lo del regalo. Estaba convencida de ello. Conque íbamos a los teatros de variedades y ganábamos cincuenta centavos de cada dólar que vendíamos. Un buen margen.
¿Por qué nunca quisiste que actuara después del número de los perros?
Porque en el teatro de variedades no se puede competir con los niños y los perros. Además, ocupa un lugar espantoso en la actuación, en el medio. Uno quiere el último lugar, o el primero. Nunca en el medio. El teatro de variedades se mantuvo durante los años veinte. Los números eran increíblemente idiotas, incluso para lo que se ve hoy en la televisión. Pero se mantenía la regla: había escenas cómicas, perros, un mago, el número de chistes verdes, la cabecera de cartel… En cualquier caso, yo siempre formaba parte de la orquesta.
¿Por qué te cambiaste de nombre?
Cuando tenía veinte años me inscribí en el sindicato; en la sección 802. Seymour Mann y su orquesta sonaba bien; pero también hubo otro motivo. Había un timador en el sindicato que se llamaba Izzy Weisman, que estuvo implicado en un escándalo. Así que Weisman no era un buen nombre para tener en la sección 802. Me gustaba cómo sonaba Seymour Mann y su orquesta. Entonces, en el mundo del espectáculo, uno no podía sonar a judío. Cohen se convertía en King. Moskowitz se convertía en Moss. Rabinowitz se convertía en Ross. Goldfish se convertía en Goldwyn. Todavía no se llevaba lo étnico.
¿Dónde conociste a Eda?
En un sitio que se llamaba Utopía, en las montañas Catskill. De verdad que se llamaba Utopía. Era una estación de veraneo para familias cerca de Ellenville, en «Las montañas». Tu madre llevaba una capa de terciopelo negra (en pleno verano) y la arrastraba por los campos de margaritas y campanillas. Era artista…, muy bohemia.
– ¿Qué hace una chica tan guapa como tú en un vertedero como éste? -pregunté, recurriendo a la frase más sexualmente excitante que sabía. Funcionó. Yo creía que era una chica fácil porque dormía en la misma habitación que el dueño de aquel sitio. Pero después resultó que él nunca le puso la mano encima; de hecho no podía hacerlo. Ella era su coartada. En cualquier caso, pintaba murales, conque le pedí que me pintara la batería. Nos enamoramos locamente. Después del verano yo la iba a ver una vez por semana, tomando el metro desde Brooklyn al Upper Riverside Drive. Papá y Mamá siempre nos dejaban solos. Teníamos oportunidades que eran increíbles. Creo que le dije por primera vez que estaba enamorado de ella en el piso de arriba de un autobús descubierto en la Quinta Avenida. ¿Sabes que había autobuses descubiertos en la Quinta Avenida? Yo trabajaba por las noches en el Paul's Rendezvous con una orquesta de cinco miembros y también trataba de ir a la Universidad de Nueva York por las tardes. Con siete dólares por actuación, no podía pagar la matrícula. (Como ya dije, nunca supe que me habían admitido en el City College.) Maxwell Bodenheim solía pasarse por el Paul's Rendezvous a recitar poemas a cambio de unas copas: «La muerte viene igual que joyas metidas en una bolsa de terciopelo…», me parece recordar. Nos casamos en 1933 porque habían revocado la ley seca y pensamos que habría trabajo en los clubs. Roosevelt iba a tomar posesión en marzo. La gente se moría de hambre: vendían manzanas en la calle, había putas arrastradas junto al río. Nuestro primer apartamento estaba en la calle 22, entre la Novena y la Octava. Era una casa de huéspedes con la bañera en mitad de la cocina. Estuvimos dos meses y luego nos mudamos. Vivimos en un montón de sitios. En cierta ocasión estuvimos en la 118 esquina a Riverside Drive, muy emocionados por estar en la misma avenida que George Gershwin. Los músicos trabajaban desde las ocho hasta que caían rendidos. Eda me iba a recoger y volvíamos andando a casa Broadway arriba, y desayunábamos en Nedick's. Muy romántico. Ella trabajaba el día entero haciendo demostraciones de artículos artísticos en Bloomingdales. Traía a casa los cuadros, de modo que parecía un buen trato. Nunca dormíamos. Luego, cuando cumplí veinticuatro años, en 1935, tuve mi primera gran oportunidad. Mickey Green, el agente -no uses su nombre, pues todavía vive-, me consiguió una prueba con Cole Porter para Jubilee; y conseguí el trabajo. Por entonces yo funcionaba.