Cillian interpretó el intento de la mujer como un acto de fuerza, una demostración de que tenía el control. Entonces el común mortal desafió a la diosa.
– Mi trabajo no puede esperar -dijo bajando la mirada-. Muchas gracias por la cerveza, ha sido muy amable.
La mujer, sin duda sorprendida, encajó la respuesta sin perder la compostura.
– Tú sabrás…
Cillian supo entonces que de repente la mujer había perdido cualquier interés en él; vista la derrota, se embarcó en otra batalla que estaba segura de ganar y retomó su monólogo dirigiéndose exclusivamente a los dos transportistas. Empezó a contar que su hobby preferido la había llevado a descubrir que en España, Francia e Italia podías encontrar objetos preciosos, cargados de historia, en los sitios menos pensados. Así, en Siena había adquirido un portal antiguo, del siglo XVI, que ella había reconvertido en un espléndido y original cabezal. Y fue una elección difícil, porque en la tienda de la ciudad toscana había decenas de portales amontonados sin cuidado uno encima del otro.
– Lástima que sólo tenga una cama -dijo con una sonrisa.
Cillian se dirigía a la puerta de la cocina, pero, antes de salir se volvió hacia la mujer.
– De todas formas, me permito sugerirle que la próxima vez las tenga unos minutos en el congelador. -La vecina dejó de sonreír, esta vez molesta. Cillian dejó su botella medio llena en la encimera-. No está fría… La verdad, esto no hay quien se lo beba.
De pronto los dos transportistas volvieron a ser ellos mismos: machos brutos y básicos.
– Es cierto -dijo uno de ellos mientras el otro imitaba al portero y dejaba también él su botella.
La vecina, por una vez, se encontró sin palabras.
Los chicos de la limpieza ya se habían adueñado del edificio. Cillian se cruzó con ellos cuando subía a casa de los Lorenzo.
A las 19.10 empezó la sesión de fisioterapia con Alessandro. Cerró la puerta del dormitorio y se puso manos a la obra. Alessandro le miraba atento mientras Cillian le destapaba, le ponía unos calcetines y le ayudaba a levantarse. Le dejó de pie, balanceándose inseguro, junto a la cama.
– Vamos -le animó Cillian acercándose a la ventana-. La pierna derecha. -Alessandro no se movió-. La pierna derecha, Alessandro -repitió Cillian, pero el pie no reaccionaba-. No me digas que te estás quedando sordo porque eso sería el colmo -le provocó.
Alessandro seguía sin moverse. Se miraron. El chico clavó su mirada en los ojos del portero.
– ¿No piensas moverte hasta que te cuente para qué quería tu ordenador?
Alessandro levantó el labio superior, la mueca que más se acercaba a una sonrisa y que en el código entre los dos significaba «sí».
– Te estás volviendo más cotilla que tu madre -sentenció Cillian-. ¿Sabes cómo funciona Facebook? -Alessandro cerró los ojos-. ¿Cómo es posible que no lo sepas? Es una red social, un sitio donde se supone que todo el mundo cuelga su foto y sus datos y después busca a ex novias, a viejos amigos del pasado, a compañeros de escuela… ¿Lo entiendes?
Alessandro levantó el labio superior y emitió un sonido gutural, ininteligible.
– Bien, al menos tu cerebro sigue funcionando. Ahora, por favor, mueve esa bendita pierna.
Alessandro empujó despacio el pie derecho.
– Muy bien -dijo Cillian, que, para motivarle, abrió ligeramente la ventana de guillotina, subiéndola y bajándola por las guías de metal-. Desde hoy soy oficialmente una amiga del pasado de Clara. Me llamo María Aurelia. He regresado a México y vamos a compartir muchas cosas. Ahora la izquierda.
La izquierda le costaba mucho. Alessandro apretó los dientes en un gesto de intenso dolor. Emitió un gemido y arrastró el pie no más de dos centímetros. Había hecho un esfuerzo enorme. Su rostro permaneció congelado en una máscara de dolor.
– Perdona, estaba distraído y no te he visto. ¿Puedes repetirlo? -bromeó Cillian.
Alessandro no se movió.
– Venga, Ale, inténtalo.
Alessandro seguía sin moverse.
– ¿Qué quieres que te cuente? No hay más -se excusó Cillian.
Pero Alessandro no se movería hasta que Cillian continuara con su confesión.
– Oye, que la rehabilitación te sirve a ti, no a mí -protestó Cillian.
Pero los dos sabían que eso no era cierto. El portero estaba allí también por su propio interés.
– No voy a hacer nada del otro mundo. Simplemente le escribiré un mensaje largo y muy personal. Lo normal después de quince años sin verse, ¿no crees? A ver si a una vieja amiga como Aurelia le cuenta cosas que me ayuden a conocerla mejor.
Alessandro movió hacia delante el pie derecho. Cillian continuó hablando de su relación con la vecina del 8A.
– La tengo en la cabeza cada segundo del día. No se me quita. Ella y su maldita sonrisa. Ahora la izquierda.
Con esfuerzo y entrega, Alessandro consiguió mover el pie. Fue más bien un movimiento hacia el exterior, no avanzó, pero Cillian lo dio por bueno.
– No pararé hasta borrar de su cara esa maldita sonrisa, Ale. Y lo lograré como tú lograrás llegar hasta aquí.
Alessandro movió de nuevo el derecho. Desde que habían empezado la sesión no habían avanzado más de medio metro, pero ya estaba cansado.
– La cuestión es no tener prisa. Para darle donde más le duele, tengo que llegar a conocerla a fondo.
Sin que Cillian tuviera que pedírselo, Alessandro avanzó algún centímetro el pie izquierdo.
– No estarás cansado, ¿verdad?
El chico emitió su sonido gutural y levantó el labio superior, pero esta vez la mueca no pareció en absoluto una sonrisa. Cillian fingió no haberlo entendido.
– Adelante, un paso más.
Alessandro movió el cuello hacia la cama para indicar que volviera a acostarle. Se tambaleaba, las fuerzas le fallaban.
– Un paso más, Alessandro.
El chico emitió un desesperado quejido, estaba a punto de caerse al suelo. Su impotencia ante la insistencia de Cillian le hacía hervir la sangre. Pero el portero, ajeno a su ruego, seguía tranquilamente apoyado en la pared, junto a la ventana.
– ¿Te has meado en el pañal y quieres que llame a tu madre? ¿Es eso lo que quieres decirme?
Alessandro estaba desesperado. Sus ojos rebosaban rabia hacia Cillian.
– ¿Quieres llorar? Por mí no te reprimas.
Las piernas de Alessandro empezaron a temblar. Y, a su pesar, comenzó a llorar, y eso aún parecía darle más rabia.
– Ojalá Clara fuera de lágrima fácil como tú. No sabes cómo me gustaría que llorara tanto como ha reído en su vida.
Alessandro no podía más, en un arrebato de rabia, consiguió dar tres pasos seguidos: derecha, izquierda y derecha. Cillian se calló de inmediato. Acto seguido, Alessandro se desplomó. Se golpeó la cabeza contra el respaldo de una silla y acabó con la cara pegada al suelo. Se quedó rígido en el suelo, incapaz de mover un solo músculo.
– ¡Sabía que eras un farsante -le soltó Cillian mientras se acercaba para levantarle. Alessandro tenía la nariz roja y el labio le sangraba-. ¡Sabía que podías caminar!
Se había quedado sin fuerzas, un cuerpo inerte que no ofrecía ninguna resistencia más allá de su peso.
Cillian le tumbó en la cama, le quitó los calcetines y le cubrió con la sábana. Alessandro jadeaba. Entonces Cillian se acercó a su cara, tensa aún en una expresión de dolor.
– Nunca habías ido tan lejos, chaval. La ventana cada vez está más cerca.
Le secó la sangre que le manaba del labio. Alessandro seguía mirándole con odio.
– Bueno, ¿qué? -dijo Cillian-. Tú decides: ojos cerrados y salgo por esa puerta y te prometo que no me verás nunca más; sonrisa y te dejo descansar media hora y empezamos de nuevo.
Alessandro apretó los dientes, emitió un gruñido y levantó el labio superior, convencido. A pesar de su estado, continuaba siendo un digno practicante del parkour. «Todo podía ser superado, sin detenerse delante de ningún obstáculo.» En el último mes, el espíritu de superación y la lucha por seguir siempre adelante habían vuelto a formar parte de su esencia, y todo gracias a Cillian. El cuerpo le obligaba permanecer en cama, pero su fuerza de voluntad le empujaba hacia la ventana. De todos modos, en su caso se había producido un importante cambio de matiz en el lema de la filosofía del parkour: del «ser y durar», Alessandro había evolucionado al «ser para poder no durar».