– Clara, estoy viendo que tampoco hay comida… Tenemos que salir a comprar.
– No importa.
– ¿Por qué? ¿Piensas comer fuera cada día?
– Tengo una idea mejor.
– ¿Y es…? -Mark salió de la cocina.
– He decidido que nos vamos fuera.
Mark enfiló el pasillo:
– ¿Has decidido qué?
Mark desapareció en el baño.
La bolsa de viaje del novio de Clara era de piel de ternera microperforada. El corte estaba hecho con láser y el logo no era visible a la legua. Estaba abierta, con los efectos personales desordenados por el suelo. Cillian tenía una misión importante que llevar a cabo, pero la curiosidad pudo con él también en una situación tan complicada.
En conjunto, la ropa era elegante y algo más convencional que la de Clara. Un par de camisas de Hugo Boss, una bufanda de la misma marca, una americana gris hecha a medida, dos corbatas, algunos polos de Ermenegildo Zegna. Los zapatos estaban guardados en bolsas de tela con el logo de Marc Jacobs. Sobre el sofá completaban su vestuario un abrigo de Michael Kors y un gorro de lana de Cerruti. En el suelo había un neceser elegante y ordenado. Un perfume de Commes des Garçons. Un iPad en su funda, un iPod y distintos cargadores de móviles y otros aparatos. Y, debajo del todo, una cajita envuelta en papel de regalo con el logo de Tag Heue y un pequeño sobre de acompañamiento: «Para Clara».
Volvió a prestar atención a la conversación en el baño.
– ¿Por ejemplo?
– No sé… Simplemente fuera, para no estar siempre aquí.
El grifo ya había dejado de vomitar agua en la bañera. Por los sonidos que acompañaban a las voces, parecía que estaban enjabonándose recíprocamente, abandonados jueguecitos infantiles. Cillian se acercó a la puerta del baño.
– Bueno, para mí «aquí» no es habitual… No vivo aquí, ¿recuerdas?
– Va…, sé bueno. Mary me ha dicho que en Adirondack estuvieron de maravilla. Alquilaron una cabaña en Lake Placid… Imagínate nosotros dos solitos, delante de un lago…
– Ya nos veo… Con un frío que pela y yo intentando cortar leña en un bosque cubierto de nieve mientras tú te peleas con un alce que se empeña en entrar en la cabaña…
Desde lejos, divisó sus cosas en el dormitorio. Mark había cogido todos los objetos de debajo de la cama y los había puesto encima de la cama, al lado de la bolsa de deporte, vacía.
– Qué bobo eres… ¿Entonces?
Respiró hondo y se lanzó. Su personal y metafórico parkour. Pasó delante de la puerta del baño sin mirar al interior, simplemente animado por la esperanza de que no le vieran. Y así ocurrió, a juzgar por la tranquilidad con que Mark y Clara continuaron su conversación.
– Entonces… haremos lo de siempre.
– ¿Eso qué quiere decir?
Cillian buscó en un bolsillo interior de su bolsa. Encontró las llaves de su estudio. Dio el cambiazo. Dejó su juego sobre la cama, y guardó en su bolsillo las llaves del 8A.
No podría entrar en su estudio, pero evitaría que Clara y Mark descubrieran que las llaves del 8A se habían quedado inexplicablemente en el interior de su apartamento, cerrado con doble candado. La estrategia de Cillian preveía salir de allí cuanto antes llevándose únicamente las pruebas más comprometedoras. Regresaría más tarde para reclamar su material de fumigación, olvidado en el piso. Era una justificación plausible, sobre todo teniendo en cuenta el adelantado regreso de Clara.
– Quiere decir que haremos lo que tú quieras, como siempre.
– ¡Eres tan mono…! -exclamó, feliz, Clara.
– Pero tienes que prometerme una cosa.
Buscó la libreta. No la encontró ni por el suelo, ni encima de la cama, ni dentro de la bolsa. Miró alrededor, nervioso. Tampoco sobre las mesillas de noche. Se agachó. Tampoco debajo de la cama o del armario.
– Antes iremos a ver a otro médico. La alergia, el trastorno del sueño, ahora estos mareos… No es normal, Clara… Estoy preocupado.
Consideró la hipótesis de que Mark se la hubiese llevado al baño para pasar un buen rato de lectura. Era posible, pero no le convencía. De momento prefirió descartarla, también porque, de ser cierta, requeriría una misión aún más arriesgada, si no prácticamente imposible: entrar en el baño arrastrándose por el suelo y hacerse con el cuaderno sin ser visto.
Volvió a comprobar que la libreta no estuviera en algún sitio que no hubiera explorado. Abrió con mucho sigilo los cajones de las mesillas de noche. Inspeccionó el interior del armario. Revisó incluso el bolso de Clara, abandonado en una silla. Pero no tuvo éxito.
Procedió entonces a reconstruir mentalmente los hechos. La última vez que había visto la libreta estaba en las manos de Mark. Pero cuando Mark fue al salón a buscar el gel no la llevaba consigo. En el dormitorio estaba en pijama; en el salón, medio desnudo. Ahí se abría una eventualidad nada improbable. Y acertó. El pijama de Mark, tirado en el suelo. Su libreta negra estaba, doblada y guardada en el bolsillo trasero.
– Hecho. ¡Qué guay, Mark! Siempre consigues hacerme feliz.
Cillian pensó que eso no tenía ningún mérito. Lo difícil, con Clara, era entristecerla. Pero ahora tenía otras cosas en que pensar. Guardó la libreta debajo de sus pantalones. El ancho del chándal la cubriría sin generar sospechas.
– He visto las fotos de Mary y de verdad que ese sitio es una pasada. Lo pasaremos muy bien.
– Claro que sí.
La misión estaba parcialmente cumplida. Se quitó el papel mojado de alrededor de los zapatos, pues ya había hecho su función, y se lo guardó en los bolsillos.
Regresó al pasillo. Entre él y la puerta que daba al exterior había menos de diez metros. Los últimos diez metros antes de salir de esa pesadilla. Tenía que pasar una vez más delante de la puerta del baño. Después de eso no habría más obstáculos. Respiró hondo y, de nuevo, se lanzó.
– Con vistas a un lago helado, al atarde…
– ¡Eh! -el potente grito de Mark hizo callar a la chica y dio un empujón virtual a Cillian. El portero echó a correr hacia la puerta.
En el baño, el sonido de un cuerpo que salía del agua. Un choque seco contra el marco de la puerta del baño. Pasos cada vez más cercanos.
La voz preocupada de Clara:
– ¿Qué pasa, Mark? ¿Qué has visto?
Cillian abrió la puerta.
– ¡Quieto ahí! -Mark se le echó encima, y cerró la puerta de un manotazo.
Cillian volvía a estar atrapado en el interior del apartamento.
Se dio la vuelta. Mark, desnudo y mojado, lo miraba con una expresión amenazante y los puños cerrados en pose de boxeador. Parecía seguro en esa postura; un tío capaz de pegar a quien fuera sin problema. Cillian descartó cualquier opción de enfrentamiento físico.
Mark le acorraló:
– ¿Qué coño haces aquí? -gritó.
Cillian le miró asustado.
– ¿Qué-qué ha-hace usted aquí? -tartamudeó-. Ésta no es su casa…
Mark le empujó violentamente contra la pared. Le cogió por los hombros, inmovilizándole. Acercó su rostro al suyo.
– ¿Quién coño eres? ¿Cómo has entrado?
Cillian enseñó lo que tenía en la mano.
– Con las llaves.
Bajó la mirada, parecía muy asustado, tal vez demasiado para que su reacción pasara por sincera. Se dio cuenta de que estaba sobreactuando y recondujo su conducta. Volvió a tartamudear:
– V-voy a lla-llamar a la policía. Le advierto. Voy a llamar a la policía.
Mark le dio otro empujón contra la pared.
– ¿Qué coño dices? ¡Yo voy a llamar a la policía, capullo!