Cillian imaginó que Mark, por la noche, después de la discusión con Clara, había leído y releído el último mensaje de amor dirigido a la mujer que estaba embarazada de otro hombre.
Merodeó por la casa intentando percibir alguna pista de lo que había ocurrido por la mañana entre la pareja en crisis. En la cocina, abrió la nevera y averiguó que seguía vacía. Aún no habían ido de compras. Pero eso no era síntoma de nada.
Salió al pasillo y entró en el baño. Las dos toallas que había colgadas estaban mojadas, pero el tapón de la bañera parecía seco. Se habían dado una ducha. Tampoco eso significaba nada, pero por lo menos sabía que no se habían bañado juntos. Por las dimensiones de la bañera, una ducha de pareja resultaba logísticamente muy complicada. Además, por lo que había podido comprobar, habían salido de casa cada uno por su lado.
– Aún no habéis hecho las paces, ¿eh?
Era una hipótesis sin fundamentos, pero no importaba. Le gustaba. Abrió la taza del váter y orinó. Ya no necesitaba marcar territorio, pero las viejas costumbres son siempre difíciles de abandonar.
Se fijó entonces en los dos cepillos de dientes que había en el vaso de cristal, al lado del grifo. Mark había ocupado parte del espacio con su colonia, su aftershave y su estuche con las cosas para afeitarse.
En honor a los viejos tiempos, cogió el cepillo de Clara y probó la pasta de dientes de Mark. Se frotó la dentadura con energía.
A continuación fue al dormitorio. Y de inmediato se dio cuenta de que algo no encajaba. De la cama sólo quedaba la estructura de madera y el somier. No había rastro de las sábanas. Y el colchón estaba apoyado verticalmente contra la pared, con el agujero a la vista. De hecho, todo lo que contenía estaba a la vista, sobre la mesita de noche: el bisturí, el desodorante, la mascarilla, un frasco roto de cristal…
– Hijo de puta, ¿es así como lo haces siempre?
Mark estaba detrás de él, en el umbral de la puerta.
– ¿Ahora qué? ¿Vas a llamar a la policía?
Dio un paso hacia él, sin dejar de bloquearle la única vía de salida hacia el pasillo.
– ¡Habla, joder! ¿Qué coño es toda esta mierda?
Lo acorraló contra el somier.
– ¿Desde cuándo entras sin permiso en el piso de Clara? -gritó.
Cillian optó por la sinceridad.
– Seis semanas.
Todo había ocurrido demasiado rápido. La situación se había complicado radicalmente pero lo único en lo que conseguía pensar era en cuál de sus escondites se había ocultado Mark para espiarle y en el extraño sabor sintético que se le había quedado en la boca después de lavarse los dientes con la nueva pasta.
Mark se abalanzó contra él y le propinó un puñetazo en la cara que le partió el labio. Cillian perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, sobre el somier. Un impacto duro, pero la estructura aguantó.
– ¡Maldito chalado!
Mark lo agarró por el cuello de la camiseta y lo levantó como si Cillian no pesara nada. Le arrastró hacia sí y pegó su cara a la de Cillian.
– ¿Qué le has hecho? -gritó.
Cillian contestó sin desviar la mirada.
– Nada que a Clara no le gustara.
Por fin su cabeza empezaba a centrarse. Dejaba las elucubraciones sobre la pasta de dientes y se aventuraba con lucidez a analizar las circunstancias. Pensó que, a pesar de todo, seguía siendo el vencedor moral de esa situación. La superioridad física de Mark no podía maquillar el horror que estaba viviendo éste en su interior en ese momento. Probablemente estaba sufriendo como nunca en su vida. Y eso era un logro.
– Nada que a Clara no le gustara -repitió con voz serena.
– ¡Clara no sabe nada, capullo! -le gritó el otro fuera de sí.
Agarró la cabeza de Cillian con las dos manos mientras alzaba con contundencia su rodilla derecha. El impacto en el abdomen de Cillian fue tremendo. Le faltó el aire. Vomitó saliva y los restos del café que aún tenía en el estómago. Se dobló sobre sí mismo.
– ¿Qué le has hecho? -Volvió a cogerle la cabeza y a pegar su cara a la de Cillian-. ¿Qué le has hecho todo este tiempo?
Cillian intuyó que no le golpearía de nuevo porque quería que contestara. Percibía la frustración de Mark. La necesidad y, al mismo tiempo, el miedo a saber lo que había ocurrido realmente en ese apartamento durante su ausencia. Le aterrorizaba lo que Cillian pudiera confesar.
– Lo que tú no has hecho nunca -soltó, dolorido aún por el golpe.
Mark lo sacudió por los hombros pero no le pegó. En su cara se reflejaba la confusión que estaba viviendo.
– ¿Qué quieres decir? -aulló.
– He estado a su lado… -Le miró a los ojos. No le importaba la lluvia de golpes que sus palabras desatarían, sino sólo las sensaciones que despertarían en Mark- todas las noches.
Mark lanzó un grito rabioso y arrojó a Cillian contra la pared. El golpe fue más espectacular que doloroso. Cillian pudo atenuar con los brazos la fuerza del impacto. Pero no consiguió mantenerse en pie; cayó al suelo.
Mark estaba perdiendo el control.
– ¿Qué le has hecho, pervertido? -gritaba.
«Mátame y pasarás una buena temporada en la cárcel», pensó Cillian. Pero no lo verbalizó. No quería que Mark se detuviera. Sabía que podía provocarle hasta desquiciarle. De hecho, probablemente no había llamado a la policía para poder tomarse la justicia por su mano.
– He estado con ella cuando regresaba del trabajo… miraba la tele… comía sentada en el sofá… hablaba contigo… Imitó la voz de Clara-: Hola, amor… te quiero, te quiero muchísimo…
Mark, aturdido, levantó el pie derecho para aplastarle la cabeza. Cillian se protegió instintivamente con las manos. Pero el pie de Mark seguía suspendido en el aire. Al portero no le quedó claro si ese pie pretendía hacerle daño o evitar que siguiera vomitando una verdad incómoda. Cillian apartó las manos, ofreció su rostro al impacto, y recuperó su tono de voz habitual.
– He estado siempre aquí -señaló la cama-, mientras Clara dormía.
Por alguna razón, Mark se contenía. Permaneció con la pierna levantada, como una guillotina sobre el cuello de un condenado. A la angustiosa espera de una nueva revelación por parte de Cillian.
– Con ella y… dentro de ella. -El portero cambió a una voz más grave-: Cada vez que lo hacemos, me pongo condón…
Mark se tambaleó. La verdad que temía pero que esperaba no escuchar nunca.
– ¿Estabas aquí anoche? -consiguió decir.
– Técnicamente es posible… -dijo Cillian imitando de nuevo la voz de Clara. Y añadió con su voz normal-: Pero tú y yo sabemos que no es así. Yo no he sido tan cuidadoso…
Vio cómo la verdad se aclaraba en la cabeza de Mark. Debajo de su pie, a su disposición, tenía la cabeza del padre del hijo de su mujer. Y desató su rabia, descontrolada y salvaje. Bajó con todas sus fuerzas el pie contra el suelo. Cillian giró la cabeza y el pie resbaló hacia un lado, pinzando la oreja izquierda del portero entre el suelo y el zapato.
Fue un dolor lancinante. Cillian creyó que su oreja se había separado del cuerpo, arrancada por el tremendo pisotón. Un silbido agudo e ininterrumpido retumbó en su cabeza.
No había acabado. Mark volvió a levantarle, lo sujetó delante de él, preparado para destrozar el cráneo del portero con un cabezazo.
Un instante. El subconsciente de Cillian envió a su mano una orden no procesada. Una reacción totalmente instintiva, no premeditada.
Mark iba a decir algo, pero lo único que salió de su boca fue un borbotón de sangre. Se llevó la mano a la garganta, atravesada, debajo de su oreja, por el bisturí que la mano de Cillian había agarrado de la mesita de noche. La sangre manaba con abundancia y teñía de rojo su camisa de marca.
Los dos hombres se miraron incrédulos. Mark por lo que tenía clavado en su cuerpo. Cillian por lo que acababa de hacer.