La agente se puso seria.
– Creo que hay algo de esa jovencita que debo contarte. A lo mejor no es más que una chiquillada, pero… Regina, no he sido sincera contigo. Me tenías tan preocupada, y esa chica me parecía tan ideal, la ponías tanto por las nubes, que la alenté a que te cuidara y hemos mantenido grandes conversaciones a tus espaldas. Que si estabas mejor, que si tenías alguna idea para la nueva novela, en fin… Me ha tenido al día de tus depresiones.
– ¿Mis depresiones?
– Sí, tus ataques de mal humor, tus rabietas. No sé, me parecía que cuidaba bien de ti, ella misma me contó como mejoraste a medida que te solucionaba problemas. Y como tú me habías hablado tanto de su eficacia y buena disposición, creí que…
Regina alzó el brazo para llamar al camarero.
– ¿vas a pedir otro café?
– No -dijo la escritora-. Voy a pedir mi whisky de malta sin hielo.
– Pues que sean dos. He metido la pata, ¿no)
– Judit me ha ayudado, en eso no te equivocas, pero no de la forma que ella pretende. Al principio, pensé utilizarla como secretaria y, al mismo tiempo, como modelo para la novela sobre jóvenes que me pediste. Fue una tontería, tomé un montón de notas que no me sirvieron para nada. No obstante, Judit removió algo en mí, creo que me hizo pensar en mis propios veinte años, y de ahí yo sola volví al pasado, a Teresa. Es una historia compleja, y ya te la he resumido antes. La verdad es que le tengo cariño. Me parecía tan desprotegida, tan necesitada de afecto. Se quedó mirando a Blanca. -hay algo más, ¿verdad? -preguntó, con un hilo de voz.
– De desprotegida, nada. Y falta de algo, desde luego, lo está, pero no creo que sea afecto lo que persigue. Hace un par de días recibí esto.
Rebuscó en el bolso y sacó un sobre grande. Se lo alargó.
– Contiene -dijo- un proyecto de novela firmado por una tal Judit F. Catitín. F de Fernández, supongo.
Regina abrió el sobre.
– No te recomiendo que lo leas antes de que vengan con el whisky -le advirtió Blanca.
Haciendo caso omiso, la escritora, se entregó a la lectura de los folios. Cuando el camarero depositó las copas en la mesa, cogió la suya sin desviar la mirada.
– Ésta sí que es buena -dijo, cuando acabó-. Brillante, una prosa excelente, algo cargada de adjetivos, pero eso es lógico en una principiante. Y la trama, también hilvanada, al menos en la sinopsis.
– No sabes cómo lo siento.
– ¿Sentirlo? Si insiste en escribir eso, te recomiendo que le ayudes. Es un proyecto muy comercial, y viene de una mente muy joven. ¿No era lo que querías, lo que quieren los editores? Me pregunto en quién se habrá inspirado para la protagonista. Es obvio que es alguna mujer madura, escritora de éxito, que a pesar de tenerlo todo lleva una vida miserable, y, que hace lo imposible para impedir que su mejor discípula triunfe en la literatura.
– Me quedé horrorizada cuando lo leí. afortunada de la aludida-. «Una vez más, nuestra sin par Regina Dalmau, completamente trompa y con las nalgas caídas nos indica a las mujeres españolas el camino a seguir.
– Ponte algo, por favor, que vas a pillar una pulmonía.
– ¿Una pulmonía, en este lujoso ambiente dotado de calefacción central? Cómo se nota que no tienes costumbre, cielo. No se cogen enfermedades, en los hoteles de primera.
– De hoteles puede que no sepa. Pero de borracheras sí, y la tuya es de cinco estrellas. ¿O prefieres que diga que sólo estás achispada?
– Está bien, está bien. Venus madura va a darse una ducha. Y tú no te largues, que tengo que decirte un par de cosas.
– ¿Más? -preguntó Judit, algo desconcertada-. Si no paras de desbarrar. La verdad es que no sé si estás bebida o de mal humor.
– Las dos cosas. Y, además, me duelen las cervicales.
– Es por la tensión. ¿Quieres que te dé un masaje?
– Gracias, pero no. Cuando precise que me desnuquen, acudiré a un profesional.
Entró desnuda en el baño, dando un portazo, pero salió segundos después, envuelta en el albornoz del hotel.
– Renuncio a la ducha. Es mejor empezar la limpieza por dentro. Por donde se pudre -dictaminó, después de tenderse de nuevo en la cama-. ¿Me pones un whisky? Sin hielo, por favor.
Judit se arrodilló ante el minibar. Vaciló.
– ¿te conviene? has bebido demasiado.
– Y dale. ¿Te refieres a que me puede caer mal, a mi edad?
Se sentó como un rayo, apartándose la melena de los ojos de un manotazo.
– Observa mi agilidad, mis reflejos. Te sorprendería la de cosas que aún pueden hacerse a los cincuenta. El imbécil, por ejemplo, que eso es lo que he hecho contigo. Te sorprendería, sobre todo, saber cómo puede uno destrozar su propia vida criando es joven, sin enterarse. Así que menos humos con la edad, princesa. Trae para acá.
Agarró el vaso en el que Judit había vertido un botellín de Chivas.
– Puedes servirte otro, nena. En realidad, puedes hacer lo que se te antoje. Estás aquí para eso, ¿no es cierto? No seas tan escrupulosa. Si vas a contar mi vida, puedes beberte tranquilamente mi whisky. ¿o es que tienes miedo a perder el control? Ni con toda la cosecha de Escocia dentro te desviarías un milímetro de tu objetivo. ¡Madre mía! He conocido a gente fría, calculadora y rastrera, he visto a auténticas sabandijas arrastrándose por las editoriales y los periódicos con un puñal entre los dientes, listas para clavártelo en la espalda al menor descuido. Me he cruzado con individuos que se relamían como sanguijuelas ante la perspectiva de saltarme a la carótida. jamás, jamás creí que caería en la trampa que me tendería una mosquita muerta, y eso que es el truco más antiguo del mundo, desde que Abel convenció a su hermano de que, si le daba con una quijada de burro en la cabeza, a Caín le irían mucho mejor sus asuntos. Y ya ves, el pobre, maldito e itinerante para la eternidad. Ese mérito sí te lo reconozco. El de haber tenido los santos ovarios de embaucarme.
La muchacha empalideció. Sin decir nada, regresó al mueble bar, sacó otro botellín, lo abrió y se echó su contenido al coleto. Luego se sentó en la otra cama, de cara a Regina, con las manos sobre la falda y los ojos bajos.
– Menudo saque, hija -comentó la mujer-. Lo malo de vosotros es que lo queréis todo pero no lo saboreáis. Os lo bebéis de un trago.
– No hagas filosofía barata conmigo. -Judit la miraba, frunciendo el ceño-. Lo has leído, ¿no? Blanca te lo ha enseñado.
– Claro, tontita. Pero ¿qué creías? ¿Que mi propia agente iba a escondérmelo? «Una famosa escritora, que ha perdido la inspiración y las ganas de vivir, y que vegeta, encerrada en su confortable mansión y ajena a cuanto ocurre a su alrededor, se venga del mundo destrozando la carrera de una joven y prometedora discípula.» No recuerdo cómo sigue. «Confortable mansión», qué cursilería.
– Por Dios, Regina, no me interpretes mal. No me atrevía a mostrártelo. Tenía miedo de que te burlaras de mí, de mis deseos de escribir. Sé que no soy lo bastante buena, estoy empezando. Temo tu opinión tanto como te respeto. Además, ya lo estás viendo, me has llamado cursi, y lo soy.
Regina soltó una carcajada herrumbrosa.
– ¡Deja de hacerte la modosa! Miedo, ¡tú! Si te metieran en una cesta podrías ganarte la vida matando a Cleopatra.
– ¿Qué quieres decir?
– Que eres una serpiente. Y, de paso, que deberías leer a Shakespeare. Dios mío, tanta ambición y la niña ni siquiera ha leído a William, hip, Shakespeare.
Judit se levantó, presurosa:
– ¿te encuentras mal?
– ¡Ni se te ocurra ponerme las manos encima! -la escritora casi gritó, apartándola-. No te importa romperme el corazón, destrozar la confianza que puse en ti. ¡Te alarma mi acidez de estómago! Eres una perfecta mema si crees que tu libro me preocupa. No me cabe duda de que lo escribirás, ése y muchos otros, y que te harás rica y famosa. ¿Es a eso a lo que aspiras? No lo lamentarás, hay un buen mercado esperando a la gente como tú, a los que vienen a tomar el relevo de quienes, aunque no valemos gran cosa, todavía os damos varias vueltas. Amat te puede asesorar y la propia Blanca se morirá por representarte. Pero serás tan desgraciada como yo. Y si no, al tiempo. Me engañaste, y eso no te lo perdono. No me dijiste que querías ser escritora. Si lo hubieras hecho, te habría ayudado, de eso no te quepa duda. No, señor, callaste como una rata y esperaste el momento oportuno para hacerte con mi pellejo y rellenarlo con tus cuatro ideitas pomposas.