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Pero no es sólo la nostalgia del hogar lo que le trae el recuerdo de Kabul. Es la inquietud lo que la consume. Oye decir que se están construyendo escuelas, se están reparando las carreteras, que las mujeres vuelven al trabajo, y a pesar de que su vida en Murri es muy agradable y de que se siente muy agradecida por ella, le parece… insuficiente. Intrascendente. Peor aún, desperdiciada. Últimamente, ha empezado a oír la voz de babi resonando en su cabeza. «Puedes llegar a ser lo que tú quieras, Laila -dice-. Lo sé. Y también sé que, cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará.»

Laila oye asimismo la voz de mammy, recuerda aquella frase suya tan significativa: «Quiero ver el sueño de mis hijos convertido en realidad. Quiero estar aquí cuando eso ocurra, cuando Afganistán sea libre, porque así también mis hijos lo verán. Yo seré sus ojos.» Ahora Laila desea regresar a Kabul por sus padres, para que ellos lo vean a través de sus ojos.

Pero sobre todo, lo que mueve a Laila es el recuerdo de Mariam. ¿Para esto murió?, se pregunta. ¿Se sacrificó para que Laila fuera camarera de un hotel en un país extranjero? Tal vez a Mariam no le importaría mientras ella y los niños fueran felices y estuvieran a salvo, pero a Laila sí que le importa. De repente, le importa muchísimo.

– Quiero volver -dice.

Tariq se incorpora en la cama y la mira.

Laila se sorprende de nuevo de lo atractivo que es, de la curva perfecta de su frente, de los esbeltos músculos de sus brazos, de sus ojos reflexivos e inteligentes. Ha transcurrido un año y todavía hay ocasiones en las que Laila apenas puede creer que hayan vuelto a encontrarse, que él esté realmente a su lado, que sea su marido.

– ¿Volver? ¿A Kabul?

– Sólo si tú también lo deseas.

– ¿No eres feliz aquí? Pareces contenta. Los niños también.

Laila se incorpora. Tariq se mueve para hacerle sitio.

– Soy feliz -afirma Laila-. Por supuesto que sí. Pero… ¿adónde nos conducirá esto, Tariq? ¿Cuánto tiempo nos quedaremos? Éste no es nuestro hogar. Nuestro hogar está en Kabul, y allí están ocurriendo muchas cosas buenas. Me gustaría formar parte de todo eso, hacer algo, contribuir. ¿Lo entiendes?

Él asiente despacio.

– ¿Es eso lo que quieres, pues? ¿Estás convencida?

– Sí, estoy segura. Pero hay algo más. Siento que he de volver. Ya no me parece bien seguir aquí.

Tariq se contempla las manos y luego vuelve a mirarla.

– Pero sólo si tú también lo deseas, sólo así -repite Laila.

Su marido sonríe. Se borran las arrugas de su frente y, por un momento, vuelve a ser el Tariq de antaño, el que no padecía migrañas y que en una ocasión había dicho que en Siberia los mocos se helaban antes de caer al suelo. Tal vez son imaginaciones suyas, pero Laila diría que últimamente cada vez son más frecuentes esas reapariciones del antiguo Tariq.

– ¿Yo? -replica él-. Te seguiría al fin del mundo, Laila.

Ella lo atrae hacia sí y lo besa en los labios. Tiene la impresión de que jamás lo ha amado tanto como en ese momento.

– Gracias -murmura, con la frente apoyada en la de Tariq.

– Regresemos a casa.

– Pero primero, quiero ir a Herat -añade ella.

– ¿A Herat?

Laila se explica.

Los niños necesitan que los tranquilicen, cada uno a su manera. Laila tiene que sentarse junto a una alterada Aziza, que aún sufre pesadillas, que se echó a llorar del susto hace una semana, cuando alguien disparó al aire en una celebración de boda cercana. La madre tiene que explicar a la niña que, cuando regresen a Kabul, los talibanes ya no estarán allí, que no habrá combates, y que no la enviarán de vuelta al orfanato.

– Viviremos todos juntos. Tu padre, Zalmai y yo, y tú también, Aziza. Nunca más tendrás que separarte de mí, te lo prometo. -Laila sonríe a su hija-. Hasta el día que tú quieras, claro está. Cuando te enamores de algún joven y quieras casarte con él.

El día que abandonan Murri, Zalmai está inconsolable. Se aferra al cuello de Alyona y se niega a soltarla.

– No consigo separarlo de ella, mammy -se lamenta Aziza.

– Zalmai, no podemos llevar una cabra en el autobús -vuelve a explicarle Laila.

Pero el niño sigue agarrándola, hasta que Tariq se arrodilla a su lado y le promete que en Kabul le comprará una cabra igualita que Alyona.

Hay lágrimas también en la despedida de Sayid. Para darles buena suerte, Sayid sujeta el Corán en el umbral para que Tariq, Laila y los niños lo besen tres veces, y luego lo sostiene en alto para que pasen por debajo. Sayid ayuda a Tariq a cargar las dos maletas en el portaequipajes del coche y luego los acompaña a la estación, donde se queda agitando la mano cuando el autobús se aleja con un petardeo.

Laila se recuesta en el asiento y observa la figura de Sayid, cada vez más lejana, por la ventanilla posterior. En su cabeza resuena una vocecita que expresa sus dudas y recelos. Se pregunta si no estarán cometiendo una locura al abandonar la seguridad de Murri para volver al país donde han perecido sus padres y hermanos, y donde el humo de las bombas apenas se ha disipado.

Y luego, de los oscuros recovecos de su memoria, surge el recuerdo de dos versos, la oda de despedida de babi dedicada a Kabuclass="underline"

Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas,o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.

Laila parpadea para contener las lágrimas. Kabul los aguarda. Los necesita. Al volver a casa, están haciendo lo correcto. Pero primero tiene por delante una última despedida.

Las guerras de Afganistán han destruido las carreteras que conectan Kabul, Herat y Kandahar. Ahora la forma más sencilla de llegar a Herat es a través de Mashad, en Irán. Laila y su familia pasan la noche en un hotel de esa ciudad iraní, y por la mañana se suben a otro autobús.

Mashad es una ciudad llena de gente, ruidosa. Laila contempla los parques, mezquitas y restaurantes chelo kebab que el autobús va dejando atrás. Cuando pasan por delante del santuario consagrado al imán Reza, el octavo imán chií, Laila estira el cuello para ver mejor los azulejos relucientes, los minaretes, la magnífica cúpula dorada, todo ello cuidado con esmero y amor. Piensa entonces en los budas de su país, convertidos ahora en polvo que el viento lleva por el valle Bamiyán.

El viaje en autobús hasta la frontera dura casi diez horas. El terreno se vuelve más desolado, más árido, a medida que se acercan a Afganistán. Poco antes de cruzar, pasan junto a un campamento de refugiados afganos. Para Laila, no es más que un borrón de polvo amarillo, tiendas negras y alguna que otra estructura hecha de chapas de acero. Ella alarga la mano para apretar la de Tariq.

En Herat, la mayoría de las calles están asfaltadas y flanqueadas de pinos fragantes. Hay parques municipales, bibliotecas en construcción, jardines bien cuidados y edificios recién pintados. Los semáforos funcionan, y lo que más sorprende a Laila es que haya luz eléctrica de forma regular. Ha oído decir que el cabecilla militar de Herat, Ismail Jan, un señor feudal, ha ayudado a reconstruir la ciudad con las considerables tasas aduaneras que recauda en la frontera con Irán, dinero que Kabul afirma que no le pertenece a él, sino al Gobierno central. La voz del taxista que los lleva al hotel Muwaffaq tiene un tono reverente y temeroso cuando pronuncia el nombre de Ismail Jan.

La estancia de dos noches en el Muwaffaq les costará casi una quinta parte de sus ahorros, pero el viaje desde Mashad ha sido largo y pesado, y los niños están agotados. Cuando Tariq recoge la llave en recepción, el anciano que les atiende le comenta que el Muwaffaq es muy popular entre los periodistas y los trabajadores de las ONG.

– Bin Laden durmió aquí una noche -alardea.

La habitación tiene dos camas y cuarto de baño con agua corriente fría. En la pared, entre las dos camas, cuelga un retrato del poeta Jaya Abdulá Ansary. Desde la ventana se ve una calle muy transitada y un parque con senderos de ladrillos de color pastel, bordeados de espesos macizos de flores. Los niños se han acostumbrado a ver la televisión y sufren un desengaño al ver que en la habitación no hay aparato. De todas formas, se duermen enseguida. También los mayores caen rendidos al poco rato. Laila duerme profundamente en brazos de Tariq. Sólo se despierta una vez durante la noche a causa de un sueño que luego no puede recordar.