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Ben Bova

Milenio

MIÉRCOLES 1º DE DICIEMBRE DE 1999, 09:00 H

El reloj digital que estaba sobre el escritorio de Kinsman indicaba las nueve. Esta artificial división del tiempo no hacía ninguna diferencia física para la comunidad del subsuelo. Arriba, en la superficie de la Luna , el sol se estaba poniendo. Era el comienzo de una noche que duraría trescientas sesenta y seis horas. Pero allí, en la protección del subsuelo, estaba naciendo un día hecho por el hombre en la ciudad llamada Selene.

Por ser el americano de más alta graduación en la Luna , el coronel Kinsman tenía derecho a una oficina privada. Era pequeña y funcional. Tenía un escritorio adosado a un rincón, pero él rara vez lo usaba. Prefería acomodarse en el sillón de espuma plástica que estaba contra una pared. Había sido uno de los primeros productos de las facilidades que tuvo Selene. El plástico provenía originalmente de los embalajes que enviaban desde la Tierra. La espuma era un protector contra incendios que había ya sobrepasado los límites de vida útil y había sido reemplazado por un nuevo material. Un químico belga que había visitado Selene hacía varios años, había descubierto un método para convertir la espuma en confortable relleno para tapizar los muebles.

No había ningún archivo en la oficina. Ni un papel a la vista. Kinsman detestaba el papeleo y prefería discutir los problemas cara a cara. Sobre el escritorio había un teclado conectado con la memoria de la computadora principal de Selene. Junto a ella el teléfono visual, con una pequeña pantalla de video. Había otro teléfono sobre un soporte junto al sillón. Dos sillas giratorias completaban el mobiliario de la habitación. El piso estaba cubierto de césped, lo que tenía un sentido práctico más que estético: las plantas verdes proveían el vital oxígeno en este puesto de avanzada en el subsuelo de un mundo sin aire.

Tres de las paredes de la oficina estaban cubiertas por pantallas. Una de ellas mostraba la Tierra tal como se la veía desde la cúpula principal de Selene, allá en la superficie. Las otras dos no mostraban nada en ese momento.

Kinsman estaba recostado en el sillón de espuma con un brazo estirado perezosamente por sobre los almohadones del respaldo. En una época había sido flaco, pero ahora comenzaba a engordar. Su pelo oscuro estaba poniéndose gris y lo llevaba mucho más largo de lo que permitían los reglamentos de la Fuerza Aérea. No había insignias de grado en su traje azul enterizo; no eran necesarias. Todo el mundo en esa comunidad del subsuelo lo conocía de vista, hasta los rusos.

Su cara era larga, ligeramente caballuna, sus ojos gris azulados y un poco juntos, una nariz que nunca le había gustado y una sonrisa que aprendió a usar hacía muchos años.

Frente a él, tensamente sentado en los cuatro centímetros de adelante de una de las sillas giratorias, estaba uno de los residentes permanentes de Selene, Ernie Waterman, un ingeniero civil. Alto, anguloso, sombrío. Se parece a Ichabod Crane, pensó Kinsman. Pero le sonrió mientras decía:

—Ernie, no me gusta perseguirlo, pero Selene no puede ser autosuficiente hasta que la planta de agua sea llevada a su total capacidad.

La voz de Waterman sonaba nerviosa, pronta para una discusión:

—¿De modo que es mi culpa? Si pudiéramos hacer traer más equipos de la Tierra …

—Ojalá pudiéramos.

Kinsman fijó la mirada en el creciente azul que brillaba en la pantalla mural detrás del ingeniero.

—Nuestro querido y viejo General Murdock y sus amigos en Washington dicen que no —continuó—. Es demasiado pesado y demasiado caro. En esto estamos solos. Pero no hay ninguna razón para que no podamos construir nuestro propio equipo aquí mismo en los talleres, ¿verdad?

Waterman mostró una sonrisa torcida que más bien parecía una mueca.

—Todavía quedan optimistas. Muy bien. Tenemos algunas materias primas y alguna gente especializada, pero ¿dónde están los seis millones de otras cosas que necesitamos? No tenemos herramientas. No tenemos suministros. A nosotros nos toma cuatro veces más tiempo hacer cualquier cosa porque siempre tenemos que comenzar de cero. No puedo tomar el teléfono y pedir que me envíen el acero inoxidable que necesito. O los cables. O el cobre y el tungsteno. Tenemos que extraerlo y procesarlo nosotros mismos.

—Lo sé —dijo Kinsman.

—De modo que eso toma tiempo. —Waterman subió un poco el tono de su voz—. ¡Entonces no empiece a echarme las culpas a mí! He estado aquí por un año, y en este trabajo sólo seis meses. Se supone que debería estar ya jubilado…

—Vamos, vamos. Cálmese —suavizó Kinsman—. No me refería a usted personalmente. Y sabe bien que usted se sentía menos feliz que una piedra con su jubilación, Ernie. Usted no es hombre para estar sin hacer nada.

Eso lo hizo sonreír. Nada de peleas con la ayuda voluntaria. La larga cara del ingeniero se aflojó ligeramente con una pequeña sonrisa.

—Bueno, ¡bah! quizás estoy un poco nervioso. Pero lo que más me molestó fueron sus muchachos voladores de uniforme azul. Tratando de hacerse los ingenieros con esos estúpidos hornos solares…

—Muy bien, muy bien. Tiene razón. —Kinsman levantó sus manos en un simulacro de rendición—. Yo sé que usted está haciendo lo que corresponde. No debería presionarlo. Pero la planta de agua es nuestra clave para la supervivencia. Necesitamos un excedente de capacidad. Si llegara a ocurrir un accidente y perdemos la que tenemos ahora…, será un largo viaje hasta la Tierra. Demasiado tiempo para esperar un trago de agua.

—¿Y usted cree que no lo sé? Yo hago todos los esfuerzos que puedo, Chet. Sin embargo, sería una gran ayuda si consiguiéramos más equipos de la Tierra.

—Eso es imposible.

Con un deliberado encogimiento de hombros, Waterman dijo:

—Muy bien, lo seguiremos haciendo del modo más difícil. —Hizo una pausa y luego agregó—: Pero no veo por qué tanto apuro. La fábrica ya está produciendo más agua de la que usamos. Hasta se podría cambiar el agua de esa preciosa piscina suya todas las semanas en lugar de reprocesarla.

Kinsman forzó una sonrisa.

—La piscina es el único lujo en Selene. Además, la planta fue originalmente diseñada con exceso, para asegurarse de que pudiéramos recibir gente extra aquí. Como por ejemplo a los ingenieros jubilados.

—Con las piernas enfermas. Sí, lo sé. —Waterman quedó en silencio durante un momento. Luego agregó—: Pero… allá en la Tierra , ¿saben algo de la expansión de la fábrica?

—¿Qué? —una sacudida recorrió el cuerpo de Kinsman—. Por supuesto que lo saben.

—Quiero decir…, si saben que estamos tratando de duplicar su capacidad.

Kinsman permaneció silencioso durante un momento. Luego respondió con suavidad.

—La autosuficiencia ha sido siempre nuestro objetivo, Ernie. El agua es clave para la supervivencia. Sin agua ni siquiera podríamos mantener vivo el césped que pisamos.

—Sí, pero…

—¿Pero qué?

Waterman extendió sus manos.

—Usted tiene ya una capacidad suficientemente grande como para atender las necesidades de más gente de la que hay en el lado americano de Selene. Duplicarla significa que podríamos proveer de agua a los rusos también.

—¿Y eso es tan terrible? —preguntó Kinsman. Waterman no dijo nada, pero su cara se ensombreció—. Yo no proyecté este lugar —dijo Kinsman—. Selene fue organizada cuando los rusos cooperaban con nosotros en el programa espacial. Tenemos que vivir con ellos como vecinos, muy bien. Hasta ahora nos llevamos bastante bien, mucho mejor que allá en la Tierra. Pero si los zapatos nos comienzan a ajustar, ¿no cree usted que sería mejor si nosotros tuviéramos control sobre suficiente cantidad de agua como para abastecer a ambos lados? Entonces, si algo ocurriera que estropeara su abastecimiento de agua, los rusos tendrían que venir a pedírnosla por favor, ¿no le parece?