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La cara del sargento se puso roja, pero antes de que pudiera decir nada uno de los altoparlantes anunció:

—Mayor Colt, tiene una llamada urgente desde la Tierra. Responda inmediatamente.

Colt miró por sobre su hombro hacia el altoparlante ubicado en otro extremo. Luego volvió a mirar al técnico.

—Volveré enseguida, sargento. Ninguno de los dos dormirá hasta que este cohete funcione perfectamente.

Después que Colt se alejó deslizándose hacia la portezuela más próxima, el técnico murmuró:

—Negro bastardo.

El área de los oficiales en Alfa había sido diseñada siguiendo el modelo de las salas de guardia de los submarinos. Compacta y funcional. Eso significaba pantorrillas golpeadas y codos lastimados hasta que se aprendiera a vivir con gracia dentro de una cabina telefónica totalmente amueblada.

Colt se dejó caer en su cucheta, agachándose automáticamente para eludir los estantes que había arriba. Tocó el botón que decía ON en el panel de comunicaciones que estaba junto a su cama. La pantalla visora junto al panel se iluminó.

Apareció uno de los especialistas en comunicaciones, una joven rubia y bonita con la que había salido ocasionalmente cuando estuvieron en Florida. Mucha gente se sorprendía de que Colt pudiera seguir saliendo con ella.

—El mensaje es del general Murdock —dijo ella, con exagerada formalidad—. Es personal y la línea está confusa.

Colt se rascó la perilla.

—Muy bien, comunícame. Podrías sonreírme además, preciosa… —Ella sonrió—. Eso está mejor.

En la pantalla se produjo una confusión de colores mientras Colt se inclinaba a todo lo ancho de su compartimiento —que no era más que un brazo extendido— y tomó el libro de códigos que estaba sobre su escritorio.

—Malditas estupideces —murmuró, mientras buscaba la página exacta. Luego con un flaco dedo tipeó una secuencia en las teclas numeradas que había debajo de la pantalla visora.

La imagen continuaba confusa, pero oyó la voz de un hombre que decía:

—Por favor, identifíquese para verificar su voz.

¿La recepción era confusa en la Tierra también? Colt estaba impresionado. Aun tratándose de Murdock, eso era demasiado.

—Franklin D. R. Colt, 051779, Mayor, Fuerza Aeroespacial de los Estados Unidos.

Una brevísima demora, luego:

—Gracias, Mayor Colt. Continúe, por favor.

La imagen se aclaró, y vio al general Murdock sentado en su escritorio.

—Por fin —dijo el general.

—¿Sí, señor?

Murdock era rechoncho, calvo y nervioso. Colt jamás lo había visto contento o satisfecho. El general tenía un pequeño bigote gris, ojos saltones y una aparentemente inagotable provisión de temores. Sus manos nunca estaban quietas.

—Lo he hecho trasladar a Moonbase, Colt. El papelerío ya está en camino. Quiero que parta en el primer vuelo disponible.

Colt pensó inmediatamente en el técnico que había dejado trabajando en el cohete descompuesto de su nave.

—¿Puedo preguntarle por qué, señor?

—Es… —Murdock pareció mirar furtivamente a su alrededor, aun cuando estaba solo en su propia y muy segura oficina—. Es parte de las operaciones de refuerzo que estamos llevando a cabo… para proteger nuestra red ABM, y evitar que los rojos acaben la de ellos.

—¿Y por qué me envían a mí a Moonbase? Yo debería estar volando en doble turno, derribando tantos satélites rojos como sea posible. Usted necesitará disponer de cuatro astro…

—Hemos enviado un grupo de relevo. Se han cancelado las licencias, se enviará a los nuevos antes de lo previsto. Habrá mucho personal para las misiones orbitales.

Negando suavemente con la cabeza, Colt objetó:

—Pero… Vea señor, parecerá un alarde decirlo, pero… ¡demonios!, yo he derribado más satélites que cualquiera de los otros astronautas aquí. Si usted quiere…

—¡Maldición! No quiero ninguna discusión. —La voz de tenor del general se hizo más aguda, y en su cara comenzaron a aparecer manchas color púrpura—. Ustedes los pilotos convierten cada orden en un debate. Quiero que vaya a Moonbase.

—Pero… no entiendo por qué, señor.

—Usted sabe por qué. No necesita que yo se lo explique.

Colt dirigió sus ojos hacia el cielo.

—Señor, esto quizás lo sorprenda, pero no puedo leer lo que usted tiene en la mente.

—¡Maldición, Colt! —Murdock literalmente golpeó el escritorio con sus puños regordetes, como un niño al que le está por dar un berrinche—. ¿Tengo que decírselo todo? Usted sabe que Kinsman es el comandante de Moonbase. Se negó a rotar el año pasado, y los estúpidos de la oficina de personal decidieron darle el gusto.

Ahora todo comenzaba a ser más claro. Colt casi sonrió.

—Y usted quiere que yo esté allí para supervisar a Chet durante las operaciones de refuerzo…

—Correcto.

—…porque usted no le tiene confianza.

Los ojos de Murdock brillaron.

—He tenido que tratar con Kinsman por más de quince años. Es demasiado caprichoso. Demasiado débil. No se puede confiar en él.

No era correcto hacerle bromas al general, pero Colt no pudo resistirse.

—Y entonces, ¿por qué no lo releva? Trasládelo a otro lugar. Se supone que nadie tiene por qué estar destinado en la Luna por más de un año, de todos modos. Él ha estado allí… ¿por cuánto tiempo? ¿Tres años?

—Más bien cinco —respondió Murdock. Su calva brillaba por la transpiración—. Pero relevarlo no es tan simple. ¿Dónde podría encontrar otro hombre especializado, de rango lo suficientemente alto, que quisiera estar en esas rocas durante un año entero? ¿Usted aceptaría?

—¡Demonios, no!

—Ya lo ve. Y además, Kinsman tiene antecedentes médicos, un soplo al corazón o algo por el estilo. Probablemente sea falso, pero si se lo releva de sus funciones podría quedarse en la Luna por orden médica. Y en ese caso, ¿quién aceptaría ser comandante con él ahí?

Colt tenía ganas de reírse, pero decidió investigar un poco más.

—De acuerdo, pero… Chet cumple con sus tareas, ¿no? Moonbase se está portando muy bien. Todo está hecho a tiempo, o antes. Todo está en orden, general.

Murdock no mordió el anzuelo. En lugar de ello, se inclinó hacia adelante confidencialmente y bajó su voz.

—Óigame, Frank…, yo conozco a Kinsman. Sé muchas cosas de él que usted no sabe; cosas que nadie sabe. No quiero que esté allá arriba totalmente libre si llegara a ocurrir una crisis. Se desmoronaría, o saltaría para el lado equivocado. Se ha hecho muy amigo del comandante ruso, ese tal Leonov. Es demasiado blando en todo sentido. Quiero que usted esté allí para hacerse cargo cuando llegue el momento, si es que llega.

Colt se oyó a sí mismo diciendo:

—Chet y yo éramos compañeros. Hemos pasado muchas cosas juntos.

—Lo se —respondió Murdock—. Él confía en usted. Pero yo sé también que, llegado el momento, usted reaccionará como un americano y como un oficial. No como un neurótico de rodillas temblorosas.

¿Neurótico? La palabra hizo poner tenso el estómago de Colt.

—En una situación de emergencia —continuó Murdock con una sonrisa—, yo sé que usted pondrá sus órdenes y el bienestar de la Nación por sobre sus sentimientos personales.

Los ojos de Colt se abrían a medida que se daba cuenta de lo que Murdock estaba diciendo.

—¿Quiere decir con eso que cree que Chet nos traicionaría?

—No estoy acusando a nadie de nada —dijo Murdock, procurando hablar con calma—. Simplemente, estoy tomando precauciones.

—Gracias —dijo Colt.