—Los Estados Unidos…
—¡Pat, deja de repetir las lecciones del colegio! ¡Allá hay gente que quiere la guerra! Creen que podrán sobrevivirla, mientras el resto se consume en las llamas.
—¡Eso es propaganda comunista!
Kinsman sacudió la cabeza.
—A los dos les digo: abran los ojos. Esa maravillosa tierra de libertad y cuna de héroes ya no existe. —Kinsman sintió que el corazón se le helaba. Se dio cuenta que había sabido eso siempre, pero lo había negado, lo había enterrado, lo había escondido lejos de su mente—. Esa bella nación murió en 1963, cuando aún éramos niños. Quizás algún día será nuevamente libre y hermosa, pero no como está ahora. Y menos si se la somete a un ataque nuclear.
Durante un momento los tres hombres permanecieron en silencio, frente a frente, en un silencioso triángulo sin resolver.
Súbitamente, un ruido sordo los sorprendió. Se volvieron y vieron a Waterman, que avanzaba por el pasaje arrastrando penosamente un carro de mano cargado de voluminosas y pesadas formas. Se movía muy lentamente.
¿Dónde está Perry?, se preguntó Kinsman, desesperado.
—¡Ayúdalo, por Dios! —le gritó Colt a Kelly.
—¡Tengo las baterías, los conectores, los detonadores… todo lo que necesitamos! —dijo Waterman, cansadamente—. Tuve que dar un rodeo. Soldados por todas partes, por los pasajes, en todos los niveles, en todas partes. Van desactivando los explosivos a medida que los encuentran.
Es sólo cuestión de tiempo, pensó Kinsman. Quizá la fábrica no esté demasiado dañada. Es posible que aún lo logremos.
Sin decir palabra observó cómo Waterman y Colt trabajaban febrilmente para conectar las baterías a los explosivos. Pero si vuelan estos arcos, no habrá nada que hacer, se dijo Kinsman. Jamás podremos reemplazarlos sin ayuda de la Tierra.
—Es cuestión de tiempo —dijo en voz alta.
Waterman levantó la vista.
—Vamos —apuró Colt al ingeniero—. Tenemos que terminar antes de que aparezca la tropa. —Miró a Pat Kelly—. Ve por el pasaje hasta el final de esta fila de arcos. Avísame cuando los veas.
En el momento en que Kelly comenzó a caminar por el penumbroso pasaje, Kinsman dio dos rápidos pasos, pasó rozando a Colt que estaba arrodillado y tomó a Waterman por la parte de atrás del cuello de su ropa. Apartó violentamente al ingeniero de los explosivos y lo envió trastabillando hacia atrás.
Colt se puso de pie de un salto y desenfundó la pistola. Waterman cayó sentado y se oyó un ruido metálico. Por un instante, nadie se movió. Kelly estaba como paralizado a unos pocos pasos en el pasaje. Waterman estaba extrañamente sentado en el suelo. Colt apuntaba con su arma a Kinsman desde la cintura.
—No lo harás —dijo Kinsman—. Aun si estoy totalmente equivocado, ésta es la única oportunidad que tenemos de evitar la guerra.
La voz de Colt resonó fría como metal.
—No sólo que estás totalmente equivocado, sino que vas a estar totalmente muerto.
—¡Maldito sea el infierno! —gruñó Waterman—. Estos condenados soportes se han torcido. ¡Eh, deja tranquilos esos cables! Si toca el rojo que va a la batería…
Kinsman se agachó y tomó un manojo de cables.
—¡Chet!
Colt levantó la pistola, su brazo extendido. El arma estaba a diez centímetros de la cara de Kinsman, como un negro bostezo a la eternidad.
—Ese es el único modo en que podrás detenerme, Frank.
Kinsman oyó su propia voz como si ésta viniera de muy lejos: extrañamente inexpresiva y calma, como si estuviera repitiendo algo que había sido ensayado muchas veces, hacía muchísimo tiempo.
—¡Chet, te mataré!
—Entonces hazlo. Si lo haces, todo el mundo morirá igualmente.
Kelly recuperó su voz.
—¡Dispara! ¿Qué estás esperando?
—Chet —dijo nuevamente Colt—, quita tus manos de los cables y aléjate. Si no lo haces, tendré que disparar.
—No lo haré, Frank.
Colt retiró lentamente la pistola y con su mano izquierda la cargó, con un pesado y metálico ruido.
—No estoy bromeando, Chet.
—Lo sé. Finalmente todo se reduce a nosotros dos, ¿verdad? Tú y yo, Frank. Vida o muerte.
—Si estás equivocado —dijo Colt, con su cara brillante por el sudor—, si acso estás equivocado…
—Leonov está con nosotros. Está haciendo en Lunagrad lo mismo que nosotros aquí.
—Eso es sólo lo que él te ha dicho.
—Ésa es la verdad.
—No…
—¡Sí! El único modo de evitar el fin del mundo es teniendo confianza en él. Y si no puedes tener confianza en él, Frank, entonces confía en mí. Es el único modo, Frank. El único modo.
La pistola se movió una mínima fracción de centímetro.
—¡No lo escuches! —gritó Kelly—. ¡Dispara! ¡Dispara!
Colt dejó caer su brazo. Se volvió a Kelly.
—Dispara tú, héroe. Termina con el trabajo.
Kelly pestañeó unas cuantas veces en un segundo.
—¿Yo?
—Cobarde de mierda —dijo Colt—. Está muy bien que el muchacho negro te haga el trabajo sucio, pero no tienes las pelotas necesarias para hacerlo tú mismo.
Waterman, todavía en el suelo, dijo:
—Se han vuelto locos. Los tres… ¡locos!
—Nadie disparará un solo tiro —dijo Kinsman.
De un tirón arrancó los cables de los explosivos. Luego, mientras Colt guardaba su arma, se puso de pie.
A la distancia se pudo oír el ruido de hombres que corrían. Lejanas voces. Unas luces se movían alrededor de la silenciosa maquinaria, proyectando fugaces y fantasmales sombras.
Waterman comenzó a sollozar.
—Van a permitir que destruyan a los Estados Unidos. Van a permitir que maten a mis hijas, estúpido hijo de puta…
—No —dijo Kinsman con firmeza—. Vamos a impedir que se destruyan entre ellos.
Si ha quedado lo suficiente de esta fábrica como para mantenemos con vida, pensó.
—Eso es lo que esperas —dijo Colt.
—Es la única esperanza que tenemos —replicó Kinsman.
—Será mejor que tengas razón… —dijo Waterman, con voz temblorosa—. Será mejor que tengas razón. Si matan a mis hijas, te mataré. Te lo juro por la tumba de mi mujer. Te mataré con mis propias manos, Kinsman.
Su oficina estaba llena de gente.
Kinsman se sorprendió. Sentía los huesos cansados, se sentía inundado por el miedo, mojado por la transpiración, exhausto… mientras caminaba la última parte del corredor que conducía a su oficina. Estaba totalmente solo, y lo invadía la inseguridad. ¿Qué estará ocurriendo en Lunagrad? ¿Por qué no habría llamado Pete?
Entonces abrió la puerta de su oficina, y vio allí amontonada a más de una docena de personas. Todas las pantallas visoras estaban funcionando. Ellen estaba sentada en el escritorio de Kinsman con los auriculares del teléfono en sus oídos, para poder oír por sobre la conversación general. Casi todas las luces del panel del teléfono estaban encendidas. Hugh Harriman estaba operando en el otro teléfono, junto al sofá, a los gritos y con grandes ademanes.
Fue directamente al escritorio. Ellen lo miró. Simultáneamente le preguntaron:
—¿Estás bien? ¿Está muy dañada la fábrica?
Ellen se pasó una mano por la frente.
—Tú no estás muy bien.
—Una copa me vendría de perlas… ¿Qué noticias hay de los daños? No me quedé a esperar los resultados.
—Hugh está recibiendo los informes de los grupos de mantenimiento.
Súbitamente apareció Chris Perry junto a él.
—¡Lo logramos señor! Todo está seguro. Toda la base es nuestra. La única resistencia real fue en la fábrica de agua, y esa ha sido sofocada.