—Americano, señor. Pero afirma que trabaja para las Naciones Unidas… UNESCO, o algo por el estilo.
—Control de clima… —Lo pensó un instante—. Mándelo aquí. Quiero hablar con él.
—Sí, señor.
—No lo deje solo. Hágalo escoltar.
—Como ordene, señor.
Kinsman terminó su breve cena mientras se preguntaba cómo le habría ido a Leonov. Supongo que es demasiado pronto como para esperar algún informe suyo. No debo imaginar que le habrá sido tan fácil como a nosotros.
Pocos minutos más tarde, un oficial lunik y un civil entraron al área de descanso y atravesaron el acolchado suelo hasta el improvisado puesto de comando de Kinsman. El civil no tenía aspecto de científico: medía más de un metro ochenta, tenía hombros anchos y cuerpo de atleta. Se deslizaba suavemente sobre el suelo acolchado; la poca gravedad parecía no molestarlo en absoluto. Su expresión era dura, con esa nariz ganchuda y la frente agresiva. La colilla de un cigarro apagado colgaba de sus dientes. Era completamente calvo, y su cráneo estaba cubierto por una finísima pelusa blanca. A Kinsman le hizo recordar más bien a un luchador turco que a cualquier otra cosa. Y además estaba enojado.
Kinsman se puso de pie detrás de la mesa de tenis.
—Soy Ted Marrett —dijo el civil, manteniendo en los costados sus carnosas manos.
—Chet Kinsman.
—Óigame, no tengo tiempo para cortesías o para repetir lo que digo, de modo que preste atención. Estoy trabajando en un proyecto para aumentar las lluvias, y he estado en esto durante seis malditos años. Cambiando las estructuras pluviales a lo largo del valle del Alto Níger, tratando de impedir que el Sahara se extienda hacia el sur, eliminando tierras de pastoreo y granjas. Si no estoy allá para el experimento de catálisis que comienza a las 19 horas, se habrán perdido seis años de trabajo… y unos cuantos millones de personas morirán de hambre.
Kinsman se sentó sobre el banco.
—¿Y dirige el experimento desde aquí?
—¿Desde dónde, si no? —explotó Marrett, que seguía de pie—. Desde aquí se puede ver todo el maldito hemisferio. La clave de todo este experimento son las estructuras de vientos y corrientes alrededor de las Islas Canarias. ¿Qué le parece si…?
—¡Eh, un momento! —Kinsman alzó las manos, y sonriendo le dijo—: ¿Se da cuenta de lo que ha sucedido hoy aquí?
Marrett lo miró aún más agriamente.
—Ustedes, un grupo de lunáticos, se han apoderado de la estación. Su glorioso líder quiere proclamar la independencia de la Luna … Estupideces. Yo tengo trabajo, compañero.
—Verá, yo soy el glorioso líder.
Ahora fue Marrett el que sonrió.
—¡Ajajá! Bueno, mi boca siempre fue más grande que mi cerebro. Pero vamos, estamos perdiendo el tiempo. Tengo que ponerme en comunicación con mi gente en la Tierra. Es muy importante.
A Kinsman se le ocurrió que si el experimento se cumplía puntualmente ayudaría a desvanecer cualquier sospecha que tuviera Murdock.
—¿No mencionará nada de lo que estamos haciendo aquí?
—Demonios, no me interesa. No soy un político. Y mientras pueda seguir con mi trabajo…
—Muy bien, lo autorizaré a hacerlo. Pero el teniente permanecerá con usted y se asegurará de que sólo habla sobre su trabajo.
—No hay problema —dijo Marrett, tranquilamente—. Sólo que este asunto puede demorar unas diez o doce horas.
—En ese caso, enviaremos un relevo.
Marrett se encogió de hombros y se dirigió al joven oficial, a quien había impresionado.
—Vamos, hijo.
Cuando salieron, Kinsman se preguntó: ¿Cómo demonios nos daremos cuenta si está hablando de su trabajo, o comienza a decir tonteras en su jerga para despertar sospechas en la Tierra ? Otra cosa era confiar en Frank Colt, a pesar de sus expresiones de lealtad. Frank está con nosotros, aunque no se dé cuenta.
Pero este Marrett es un extraño, pensó. La única persona en quien realmente confío es en ese teniente, y ni siquiera puedo recordar su nombre.
El teléfono sonó nuevamente. Se oyó una voz asustada y temblorosa.
—Señor, varios miembros de la tripulación de la estación han escapado de su encierro aquí en el nivel Cuatro. Dispararon contra dos de los nuestros, señor. Uno está muerto y el otro malherido, señor.
MARTES 14 DE DICIEMBRE DE 1999, 18:10 HT
Kinsman se echó hacia atrás en su banco y sintió que sus hombros golpeaban contra la pared acolchada del gimnasio. Los jóvenes oficiales que lo rodeaban interrumpieron lo que estaban haciendo: uno sostenía un manojo de papeles; otro, sentado frente a Kinsman estaba por alcanzar la cafetera; un tercero simplemente se quedó boquiabierto mirando fijamente al teléfono de pared.
Extrañamente Kinsman no sintió sorpresa alguna, ningún impacto. Todo el tiempo había pensado que era imposible conseguirlo sin lucha. Nunca se entregarían tan fácilmente. Tenía que haber sangre.
Su voz, tan inexpresiva como su espíritu, dijo al micrófono:
—Cierren todas las portezuelas que conducen al Nivel Cuatro. Que nadie entre ni salga.
—Pero, señor…, un par de los nuestros están aún allí. —dijo el muchacho al otro extremo de la línea.
—Aislen el Nivel Cuatro —repitió con voz más enérgica—. Herméticamente. Vayan con un par de técnicos y controlen las portezuelas exteriores también. No quiero que salga una sola molécula de ese nivel. ¿Comprendido?
Una mínima pausa.
—Comprendido, señor.
Kinsman interrumpió la comunicación, y dirigiéndose al oficial que tenía los papeles en las manos le preguntó:
—¿Cuántos hombres tiene Stahl allá?
El muchacho revisó las hojas.
—Turnos de guardia, personal… ¡Aquí está! —Sacó una de las hojas del manojo—. Según esta lista, hay treinta y cinco hombres… no, treinta y tres. Hay dos en la enfermería.
—¿Cuántas mujeres hay? —preguntó el muchacho que tenía la taza de café en la mano.
—Unas diez, aproximadamente.
—Ellas no lucharán.
—¡Eso es lo que crees! Dales una pistola y dispararán como cualquier otro hombre. —Ellas luchan, como Kinsman sabía, y también mueren.
El otro joven que estaba de pie pareció recobrarse.
—La provisión de armas pequeñas está en el Nivel Cuatro, ¿verdad? Tendrán ametralladoras.
Comenzaban a mostrarse preocupados. La seriedad de la situación empezó a hacérseles evidente.
—Si Stahl está en el Nivel Cuatro, entonces hemos quedado aislados del centro de comunicaciones, y…
—Y ellos separados de nosotros y de la plataforma de descarga.
Kinsman asintió con la cabeza. Lo que significa que la mitad de nuestros hombres no pueden llegar hasta nuestra vía de escape a Selene.
—Oh, Señor…
Giró a medias sobre el banco y apretó el botón del teléfono.
—Centro de Comunicaciones —pidió.
Rápidamente describió la situación a los hombres de Comunicaciones.
—Sí, señor, podemos verlos en las pantallas visoras desde aquí. Tienen armas, efectivamente, y están comenzando a abrir algunos de los trajes presurizados de emergencia.
—Muy bien —dijo Kinsman—. Corten el suministro de aire en esa sección.
—¿Qué?
—Dígale a nuestros muchachos en el generador que cierren las bombas de aire del Nivel Cuatro. En quince minutos estarán todos inconscientes.
—Siempre que no tengan trajes presurizados.
—Sólo hay unos pocos trajes ahí. No son suficientes para treinta y tres hombres —replicó Kinsman.
—Pero tienen a tres de nuestros muchachos. Uno de ellos parece bastante mal herido. Tenemos que tratar de llevarlo a la enfermería.