Выбрать главу

—¡Eso es traición!

Un civil apareció en la pantalla poniéndose junto al general, y forzando a éste a echarse hacia atrás en su sillón de cuero de alto respaldo. Kinsman reconoció esa cara con facciones de halcón: el secretario de Defensa.

—¿Se da cuenta de que los rusos están a punto de lanzar un ataque nuclear en gran escala? —rugió ante las cámaras—. ¿Está loco, hombre? ¡Está destruyendo su nación, su patria!

—No ha sido lanzado ningún proyectil —replicó Kinsman con tranquilidad—. Y si lo hacen, nosotros lo destruiremos mucho antes de que alcance su objetivo.

El general Hofstader apartó el codo del secretario de Defensa para gritar:

—¡Le doy cinco minutos para rendirse y entregarse! Si no lo hace, recibirá todo el peso del poder que…

—¡Tonterías, general!

Hofstader se hundió. El secretario de Defensa lo tomó de un brazo como para impedir que se cayera de su asiento.

—Ahora, escúchenme todos ustedes —dijo Kinsman a las caras en las pantallas—. Esto no es una broma, ni una vacía amenaza. Detendremos cualquier lanzamiento de cohetes, sin importar de qué parte del mundo sea lanzado. No permitiremos la destrucción de americanos, rusos o cualquiera que sea. No habrá guerra. ¿Está claro? ¡Nada de guerra! —Kinsman sintió su corazón latiendo salvajemente y aturdiendo sus oídos. Aspiró dolorosa y profundamente y continuó—: De ningún modo podemos nosotros hacerles daño alguno. Nuestros armamentos fueron específicamente diseñados para defendernos contra lanzamientos y proyectiles. La nación de Selene no representa una amenaza para ninguna nación de la Tierra. ¡Pero no permitiremos que se lancen proyectiles!

»Y si intentan enviar tropas a estas estaciones espaciales para recuperarlas nos veremos forzados a destruir las naves de transporte de ustedes. Consulten con sus técnicos, señores. Podemos hacerlo…, y lo haremos. Buenas noches, caballeros. Hemos tenido aquí un largo y difícil día.

Se volvió e hizo un gesto al oficial que estaba junto a él. Todas las pantallas visoras quedaron vacías.

—Continúen en contacto con ellos —ordenó—. Respondan a sus preguntas. Díganles que sólo exigimos una cosa: que no lancen ningún cohete. Díganles que destruiremos cualquier cosa que se mueva.

—Sí, señor.

Lentamente, Kinsman se puso de pie. Como un anciano de noventa años, pensó, mientras se dirigía hacia el gimnasio y a la bendita facilidad de una menor gravedad.

Cuando llegó a su cama era ya bien pasada la medianoche. Sus hombres lo instalaron en una de las suites VIP para turistas en el Nivel Cinco. La tripulación de la estación —aquellos que habían decidido quedarse a bordo y unirse a los luniks— se referían bromeando a esas habitaciones como la suite de la luna de miel. La poca gravedad, aun menor que la lunar, se consideraba mejor que una cama de agua de la Tierra.

Kinsman les devolvió la sonrisa mientras le mostraban la suite de dos cuartos. Recordó el viejo Club Gravedad Cero de otros tiempos. Hacía ya tantos años de ello, que le parecía casi otro siglo. Y condenadamente cerca está otro siglo, se dijo, mientras se estiraba aliviado en su cama. El milenio ya está casi con nosotros.

Sabía que debía llamar a Selene. Sabía que debía controlar a Ellen y Colt, y debía hablar con Harriman. Sabía que debía decirles que todo estaba en orden, y que había resultado mejor de lo que tenían derecho a esperar…, pero estaba demasiado cansado. Demasiado cansado para hablar, para pensar y hasta para dormir. No me dormiré nunca, se dijo a sí mismo volviéndose boca abajo. Estaba demasiado tenso.

Se despertó con una sensación de miedo en el estómago. El teléfono estaba llamando. Las únicas luces en el compartimiento eran los números amarillos del reloj digital —03:51— y el ojo rojo del teléfono que pestañeaba. Se sentó, instantáneamente despierto y lúcido, y apretó el botón del aparato.

—¿Sí?

—La estación Gamma informa sobre un lanzamiento desde la China continental —dijo una operadora.

Saltó de la cama olvidando tanto su desnudez como el hecho de que la oscuridad la protegía.

—¿Cuándo?

La muchacha miró algo que no aparecía en la pantalla.

—T más ciento catorce segundos.

—Déjeme ver.

La pequeña pantalla del teléfono se transformó y mostró una visión telescópica. El pardo, nuboso y montañoso país de la China occidental. Una sola estela luminosa de un cohete en vuelo.

Se oyó una voz masculina.

—La extrapolación de la trayectoria indica un impacto en medio del océano. No parece lo suficientemente grande como para tratarse de un proyectil intercontinental. Las características de la estela sugieren un cohete científico para exploración de gran altura más que cualquier otra cosa.

—Derríbenlo —dijo Kinsman.

—Ya lo estamos siguiendo, y hemos programado el disparo para cuando abandone la línea de la costa —respondió la voz del hombre, casi sin dar importancia a lo que decía—. Tenemos tres satélites diferentes apuntándole. Si el primero falla…

—Buen trabajo —dijo Kinsman.

Gente muy práctica estos chinos, pensó. Los únicos con el suficiente sentido común de usar un cohete científico de bajo costo para ver si realmente hablábamos en serio.

El cohete era demasiado pequeño como para ser visto aun con la mejor ampliación telescópica. En lugar de eso, se habían superpuesto varios sensores de satélites para ofrecer una imagen óptica de la Tierra como fondo y una imagen de radar e infrarrojos combinados del cohete que en la pantalla se veía como una burbuja rojiza, un poco más larga que ancha. Súbitamente, se abrió en un brillo blanco.

¡Le dimos! La bola de fuego era demasiado pequeña para una explosión nuclear, pero era lo suficientemente brillante como para ser percibida visualmente.

—Bien hecho —gruñó Kinsman—. Ahora, déjenme dormir un poco. Llámenme sólo si hay alguna crisis.

La operadora reapareció en la pantalla.

—Señor, ¿quién debe decidir si es una crisis o no? —preguntó, con voz agradable.

—El oficial de día, mi querida. Él es quien está a cargo.

Pero Kinsman ya no pudo dormir. Se revolvió en su cama por lo que pareció ser una semana. Por fin se levantó, y paseó por el oscuro compartimiento. Varias veces chocó contra el vestidor que estaba construido en la pared, junto a la cama.

Finalmente, cuando los brillantes dígitos indicaron 07:00, pidió una comunicación con Ellen. La pantalla del teléfono permaneció gris mientras la computadora de Selene trataba de ubicarla. No estaba en sus habitaciones ni en el centro de comunicaciones. Por fin su cara apareció en la pequeña pantalla. Kinsman reconoció el lugar inmediatamente: era su propia oficina.

—Te levantas temprano —dijo él.

—También tú. ¿Está todo bien?

—Te estaba por preguntar lo mismo.

Completamente seria ella dijo:

—Todo se desarrolla normalmente aquí. Ni Colt ni ninguno de los otros disidentes ha causado problemas.

—Bien.

Frunció ligeramente las cejas al decir:

—Nos enteramos que allí al principio todo anduvo bien, pero luego comenzaron a llegar informes sobre la lucha. Nadie parecía saber lo que estaba ocurriendo. Finalmente nos dijeron que habías logrado controlar las tres estaciones y que Leonov había hecho lo mismo con las rusas. Tuvimos un lindo festejo aquí, los rusos y nosotros.

—Lamento habérmelo perdido.

—¿Cuándo regresarás?

—Espero poder partir hoy. Estaré de regreso el jueves. La hora exacta la sabré más tarde.