Выбрать главу

Kinsman se enderezó en su asiento.

—¿El día de Navidad?

—Pareces un predicador. Sí, el día de Navidad. No ha sido fácil armar el rompecabezas, ya que nadie quiere hablar oficialmente del asunto. Todo ha sido dicho en secreto, muy extraoficialmente, y todas esas cosas…

—¡Por el amor de Dios, Hugh, cada vez te pareces más a un burócrata! ¿De qué demonios estás hablando?

—¡Bueno! —Harriman adoptó un aire ofendido, pero lo dejó pasar inmediatamente—. Mira, las cosas son así. Primero: Marrett llamó esta mañana temprano y me dijo que puedes esperar una invitación personal del secretario general de las Naciones Unidas para hablar ante la Asamblea general en una sesión especial. Irás como individuo, por supuesto, no como jefe de estado. Pero te invitará oficialmente sólo si sabe de antemano que aceptarás. No puede arriesgarse a un desaire, y todas esas cosas.

Kinsman sintió que su respiración se aceleraba.

—¿Cuándo?

—Antes de que termine esta semana.

Ellen se acercó a Kinsman.

—¿Permitirá el gobierno americano que alguien de Selene aterrice allá?

—Hijo mío, ¿qué crees que he estado tratando de arreglar durante todo el día? ¿Crees que me perdí la comida y el jugueteo con las muchachas en esta ocasión festiva por pura falta de espíritu de compañerismo?

—Deja de bromear, Hugh. ¿Qué conseguiste?

—Mucho, si puedo decirlo yo mismo. —Vaciló sólo un momento—. Le expliqué a Marrett que nuestra posición con los federales yanquis es más bien delicada. Lo comprendió, y dijo que las Naciones Unidas ya han solicitado un salvoconducto para ti y tu comitiva.

—¿Y entonces?

—Entonces, mientras me preguntaba si debía tratar de comunicarme con el Departamento de Estado, sabiendo que nadie de jerarquía suficiente como para tener autoridad estaría disponible el día de Navidad, recibí una llamada de un viejo amigo tuyo: el coronel Franklin Delano Roosevelt Colt.

—¿Coronel?

—Parece que Frank está ascendiendo rápidamente en las jerarquías de la Tierra. Llevaba puestas las águilas de coronel.

—¿Está en Patrick?

—Sí. Aparentemente le han dado el lugar de Murdock.

¡Hijo de puta!

—Además —continuó Harriman—, este pedido de las Naciones Unidas para recibir a un grupo de visitantes de Selene ha llegado ya a su nivel. Ha sido aprobado por nada menos que el presidente de los Estados Unidos de América personalmente.

—¿Quieres decir que todo está ya organizado?

Harriman asintió con la cabeza y se rascó la barbilla.

—No sólo se han movido con una rapidez tal como nadie la ha visto en Washington desde la época de los desórdenes del ochenta y cinco, sino que también parecen estar desesperados por tratarnos bien…

—¿Qué quieres decir?

—Piden permiso para enviarnos un vuelo con gente de todas partes del mundo que han solicitado inmigrar a Selene. Los niños de Leonov tal vez estén en ese grupo.

Kinsman se reclinó sobre el tapizado de espuma del sofá.

—No lo comprendo. ¿Por qué están ahora tan complacientes, súbitamente?

—Yo me hecho las mismas preguntas —replicó Harriman—. Hay varias respuestas posibles.

—¿Por ejemplo?

—Bien, por una parte, es probable que Colt está ejerciendo alguna influencia. Seguramente les ha dicho que realmente no deseamos hacer ningún daño a los Estados Unidos, y que una Selene independiente amiga de los Estados Unidos es mejor que una Selene hostil. —Kinsman asintió con un gesto—. Luego, también es posible que los especialistas hayan pensado que podemos fácilmente convertirnos en aliados de la Unión Soviética , lo cual sería desastroso para los americanos. Ésa es otra razón para tratarnos con cautela.

—Continúa.

Harriman se encogió de hombros.

—También está la opinión pública mundiaclass="underline" la grandota y malvada nación americana ensañándose con una nueva, pequeña e indefensa nación. No es que crea que eso es demasiado importante, pero podría explicar el pedido de aceptación de este grupo simbólico de inmigrantes.

¿Un caballo de Troya? Fue como un chispazo en la mente de Kinsman.

—Quiero saber exactamente quiénes son esos inmigrantes. Quiero información completa sobre cada uno de ellos.

—Muy bien.

—Has tenido un día muy ajetreado.

Harriman sonrió con todos sus dientes.

—Sí. Pero ha sido muy provechoso. Hablé incluso con el embajador soviético ante las Naciones Unidas. Marrett me dijo dónde podría encontrarlo; había cancelado unas vacaciones en su casa. Parece que los rusos no se opondrían a reconocer nuestra independencia, siempre y cuando les permitamos inspeccionar nuestras estaciones espaciales y los satélites ABM para asegurarse de que realmente somos independientes.

—Habla con Leonov acerca de esto. Y pregúntale cómo podemos asegurarnos de que sus hijos estén a bordo de la lanzadera de inmigrantes.

—Muy bien.

—Todo esto me parece estupendo, Hugh.

—Sí, da la sensación de que han decidido dulcificar su actitud hacia nosotros. Tal vez es el espíritu de la Navidad.

—Puede ser, pero espero que sea algo más profundo y permanente.

—Amén.

—¿Algo más? —preguntó Kinsman.

—Dos cosas. En cuanto a la invitación para dirigirte a la Asamblea general, el punto es que quieren que lo hagas “tan pronto como resulte conveniente”. Pero no debe ser después del jueves próximo.

—¿El jueves? —repitió Ellen—. Es demasiado pronto.

—No podemos permitirnos dilaciones —dijo Harriman, completamente serio—. Todo está a nuestro favor. Tenemos que aprovechar la marea antes de que ocurra algo que los haga cambiar de idea.

—De acuerdo —dijo Kinsman—. El jueves. ¿Cuál éra la otra cosa?

—¿La otra? ¡Ah! —los ojos de Harriman brillaron—. Pasé toda una hora, mi hora de descanso, tratando de comunicarme con el chacal que se llama a sí mismo Máximo Líder Temporario de mi país de origen. Finalmente lo conseguí.

—¿Para decirle que volvías a la Tierra con un salvoconducto de las Naciones Unidas?

—No. —Harriman sonrió con deleite beatífico—. Sólo quería ver una vez más su cara marcada de viruela y observar su expresión cuando le di mis saludos de Navidad.

—¿Lo llamaste para desearle Feliz Navidad? —preguntó Ellen.

—No precisamente. Le dije que se fuera a la mierda.

SÁBADO 26 DE DICIEMBRE DE 1999, 10:15 UT

—De ninguna manera —estaba diciendo Jill Myers—. No vas a la Tierra , ni el jueves ni ningún otro día. ¡Es médicamente imposible!

Estaban en la oficina de Kinsman: Jill, Leonov, Harriman, Ellen y el mismo Kinsman.

—Vamos, Jill —dijo Kinsman—. No es el momento adecuado para sermones.

La muchacha estaba de pie y arrugaba intensamente la frente mientras se dirigía a Kinsman.

—Chet; no estoy dando sermones. Te estoy diciendo simplemente cuál es la realidad. Tú no puedes vivir en la Tierra.

Ellen se mostró sorprendida.

—¿Nunca más?

—Tal vez después de seis meses de preparación especial y ejercicios —dijo Jill—; pero aun así, el corazón…

—Jill, no comencemos a creernos nuestra propia propaganda —interrumpió Kinsman—. Sabes muy bien que fabricamos este asunto de mi malestar cardíaco para poder evadir los reglamentos y evitar que me trasladaran. ¿O no?

Jill se puso firmemente delante de éclass="underline" era una muñeca de nariz arremangada con una voluntad de acero.

—Tu problema cardíaco es real —dijo lentamente, marcando sus palabras para que fueran claras y comprensibles—. Era una tontera hace cinco años, y con adecuado equilibrio de descanso y ejercicio podría haber sido corregida. Pero durante estos cinco años has estado viviendo a un sexto de la gravedad de la Tierra. Tu corazón se ha acostumbrado a hacer una sexta parte del ejercicio que tendría que hacer en el planeta. La tonicidad muscular, la capacidad de esfuerzo, todo eso ha desaparecido. Simplemente, no puedes sobrevivir en la gravedad terrestre. Sería como suicidarte.