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Durante un largo rato Kinsman no supo qué decir.

—Eso… eso es una gran responsabilidad.

—Por supuesto. Y no podemos siquiera soñar con comenzar la tarea si no contamos con usted. Los satélites son la clave de todo.

—Pero…

—Lo sé —dijo De Paolo—. Usted teme que yo sea un megalómano que aspira a dominar el mundo.

—No…

—¡Y efectivamente lo soy! —sonrió nuevamente, y esta vez la tristeza había casi desaparecido de su rostro—. Quiero ver al mundo dominado por la ley. Por la justicia. Por la cooperación entre los pueblos. Y no por la fuerza y el terror, como ocurre ahora. —Abrió los brazos expresivamente—. Sabemos cómo construir un efectivo gobierno mundial, un gobierno en el cual todas las naciones participarán, y ninguna será considerada como un peón o un esclavo. Podemos reemplazar el presente dominio del poder y los armamentos nucleares por el dominio de la sensatez y la ley.

—Las naciones del mundo no pueden resolver el problema del nacionalismo —dijo Kinsman—. Necesitan una fuerza exterior…

—Y juntos podemos constituir esa fuerza exterior —replicó De Paolo—. Sé que puede ser peligroso… Sé lo tentador que sería dar un golpe para instaurar una dictadura mundial, y obligar a las naciones recalcitrantes a hacer lo que queremos. Hubiera sido fácil para George Washington haberse proclamado rey.

—Pero no lo hizo.

—Así como tampoco nosotros lo haremos.

Kinsman cerró los ojos.

—Esto es mucho para digerir de una sola vez.

—Lo sé. Y le daré algo más para que mastique. Estaba previsto que usted se dirigiera a la Asamblea general esta tarde, pero la delegación americana ha solicitado que su discurso sea pospuesto hasta el lunes… después del fin de semana y de las fiestas.

—¡No puedo! —reaccionó Kinsman—. No puedo permanecer aquí por tanto tiempo.

De Paolo asintió con la cabeza.

—Lo comprendo. Esto es un truco para impedir que usted haga llegar su mensaje a los pueblos del mundo. Lamentablemente, los rusos están de acuerdo con los americanos en este asunto, y entre ellos y sus aliados en la Asamblea General tienen suficientes votos como para hacer posponer la sesión especial. Y como la mayoría de los delegados están fuera durante esta semana, el aplazamiento les resulta muy conveniente.

—Pero…

—No tema —dijo De Paolo, alzando una mano—. Puede dirigirse a la Asamblea General la semana que viene desde la Luna , o desde una de las estaciones satélites. Su presentación pública no fue la verdadera razón por la que quería que estuviera aquí. Hay unas cuantas personas clave que usted debe conocer… y aprovecharemos el tiempo que permanezca aquí para hacer que lo visiten. Son funcionarios de muchas latitudes diferentes. La mayoría vienen de naciones débiles y pequeñas, pero hay unos cuantos que lo sorprenderán.

—Si ellos aceptan lo que usted diga —intervino Marrett—, entonces harán que sus gobiernos nos apoyen para reorganizar las Naciones Unidas y comenzar a movernos hacia un efectivo gobierno mundial.

—Un momento —dijo Kinsman—. Aún no estoy seguro de querer llegar tan lejos…

De Paolo sonrió, y una vez más, generaciones de sufrimiento humano se reflejaron en su rostro.

—Las conversaciones con esos hombres y mujeres le ayudarán a resolverlo. Obviamente, .ninguno de nosotros puede dar un solo paso hasta que no estemos todos de acuerdo.

—Me parece bien —dijo Kinsman.

De Paolo se puso de pie.

—Debo regresar a mis obligaciones. Es posible que oigan algunos golpes en las paredes y en el techo, de tanto en tanto. No se alarmen; son sólo los hombres de nuestro equipo de seguridad a la busca de espías electrónicos.

Se dirigió hacia la puerta, solo. Se detuvo ahí y se volvió hacia Kinsman:

—Usted creyó que actuaba para salvar su mundo, su Selene, de la destrucción provocada por decisiones tomadas aquí. Y luego se dio cuenta de que tal vez podía salvar a la gente de la Tierra de la autodestrucción. Ahora le ofrecemos algo mucho más grande, y mucho más difícil de lograr: la posibilidad de liberar a la Tierra de la maldición del nacionalismo. La oportunidad de empujar a la sociedad humana hacia su próxima fase evolucionaria. Un gobierno mundial es la única solución que tenemos para evitar la catástrofe total.

A lo largo del día y hasta bien entrada la noche estuvieron desfilando. Uno a uno, raramente de a pares y sólo en una oportunidad tres personas visitaron simultáneamente a Kinsman. Diplomáticos, representantes de muchos países. Algunos de ellos tenían una formación técnica lo suficientemente sólida como para hablar libremente acerca de trayectorias de proyectiles y de la logística de las operaciones orbitales. Unos pocos habían estado en la Luna por breves períodos, si bien Kinsman sólo recordaba a uno de ellos, una impresionante italiana de piel oliva y pelo negro. Ahora formaba parte del equipo de la UNESCO que estaba estudiando los recursos naturales en escala mundial, y aparentemente dependía, sin intermediarios, del gabinete italiano.

—Un padre en un alto cargo —murmuró con un dejo de acento en su inglés británico. Sonrió como si creyera que la posición de su padre se veía favorecida por su trabajo y no al revés.

Marrett permaneció con Kinsman y Harriman hasta que desapareció el último visitante. A éstos les había hablado del control de clima, de mejorar las condiciones meteorológicas, de posibilitar el planeamiento de las cosechas sin frustraciones a último momento. Kinsman les habló de la paz internacional apoyada por la red orbital ABM, del desarme y de la posibilidad, para las naciones más pequeñas, de depender de leyes mundiales en lugar de mantener ejércitos costosos que a veces se volvían contra sus propios gobiernos y los derribaban.

Los visitantes que llegaron a la afelpada y silenciosa habitación dotada de aire filtrado venían de Africa, de Asia, de las desparramadas islas del Pacífico, de las superpobladas naciones de América Latina. Kinsman se sorprendió al recibir al equipo de tres hombres de Japón, que se deshicieron en sonrisas y corteses inclinaciones y expresaban sinceros deseos de éxito. Esos hombres sabían demasiado acerca de los láseres de los satélites ABM y conocían perfectamente bien el trabajo de Marrett sobre el control de clima.

Tuli Noyon trajo a su tío, el embajador de Mongolia ante las Naciones Unidas. La mujer italiana no fue la única europea: los países escandinavos, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Holanda y Suiza también enviaron sus representantes.

Todo fue muy extraoficial. Completamente social. No se firmó ningún acuerdo, ningún compromiso. Pero todos obtuvieron la información que deseaban, y se retiraron con un nuevo brillo en los ojos.

A las diez de la noche, Kinsman estaba exhausto. Hizo que el respaldo de su silla anatómica se pusiera horizontal mientras Landau efectuaba los controles médicos. Marrett y Harriman devoraban bocadillos calientes con cerveza.

—La cama de agua me resulta atractiva ahora —dijo Kinsman cansadamente, mientras Landau desconectaba los últimos electrodos de los registradores médicos.

—Eso está bien —dijo el ruso—. Su presión sanguínea está baja.

El minianalizador que estaba sobre el escritorio hizo sonar su campanita y el resultado del análisis de la sangre de Kinsman apareció automáticamente en la pantalla visora de la computadora.

—Hum… —murmuró Landau mientras lo estudiaba—. El azúcar en sangre está bajo también, tal como lo sospechaba. Necesita comer y descansar.