Asentí; también sabía que Inmortex tenía una política estricta para no permitir nunca que la descarga conociera al original después de la transferencia. Podías hacer que un miembro de la familia o un abogado confirmara que la descarga y el original funcionaban bien después del proceso de copia, pero a pesar del comentario que Karen había hecho de esperar verse doble pronto, se consideraba desaconsejable que dos versiones de la misma persona se encontraran: destruía la sensación de unicidad personal.
La doctora Killian puso cara de preocupación.
—Tengo entendido que tiene usted MAV —dijo—. Pero naturalmente su nuevo cuerpo no se basará en un sistema circulatorio, así que eso resultará irrelevante.
Asentí. ¡En unos minutos más, sería libre! Mi corazón latía con fuerza.
—Todo lo que tiene que hacer —continuó la doctora Killian— es tumbarse en esta cama, aquí. La deslizaremos hasta esa cámara escaneadora… Parece un poco un TAG, ¿verdad? Y entonces haremos el escaneo. Sólo tarda unos cinco minutos, y casi todo ese tiempo se emplea en conectar el escáner.
La idea de que yo estaba a punto de divergir era asombrosa. El yo que iba a salir de ese cilindro escaneador continuaría con su vida, se dirigiría esta tarde a Pearson para tomar el avión espacial, y se marcharía a la Luna para vivir… ¿cuánto tiempo? ¿Unos pocos meses? ¿Unos cuantos años? Lo que le permitiera su Katerinsky.
Y el otro Jake, que recordaría este momento igual de vivamente, se iría pronto a casa y continuaría su vida donde yo la habría dejado, pero sin el daño cerebral potencial ni una muerte prematura colgando sobre su cabeza de titanio.
Dos versiones.
Era increíble.
Deseé que hubiera algún modo de copiar sólo partes de mí mismo, pero eso hubiese requerido una comprensión de la mente muy superior a lo que Inmortex podía ofrecer en este momento. Lástima: había un montón de recuerdos que hubiera preferido olvidar. Las circunstancias de la lesión de papá, naturalmente. Pero también otras cosas: momentos embarazosos, pensamientos de los que no estaba orgulloso, ocasiones en que había hecho daño a los demás y los demás me habían hecho daño a mí.
Me acosté en la cama, que estaba conectada a la cámara escaneadora por unas vías de metal.
—Pulse el botón verde para deslizarse —dijo Killian—, y el rojo para salir.
Por costumbre, miré con atención qué botón señalaba para cada acción. Asentí.
—Bien —dijo—. Pulse el botón verde.
Así lo hice, y la cama se deslizó hasta el tubo escaneador. El interior era tan silencioso que pude oír mi pulso en los oídos, el borboteo de mi digestión. Me pregunté de qué sonidos internos sería consciente en mi nuevo cuerpo, si es que habría alguno.
De cualquier manera, estaba ansioso por mi nueva existencia. La cantidad de vida no me importaba gran cosa, ¡pero la calidad! Y tener tiempo, no sólo años que se extendieran hasta el futuro, sino tiempo cada día. Los descargados, después de todo, no tenían que dormir, así que no sólo teníamos todos aquellos años extra, sino un tercio más de tiempo productivo.
El futuro estaba al alcance de la mano.
Crear otro yo.
Mindscan.
—Muy bien, señor Sullivan, ya puede salir.
Era la voz de la doctora Killian, con su acento jamaicano.
El corazón se me encogió. No…
—¿Señor Sullivan? Hemos terminado el escaneado. Si quiere pulsar el botón rojo…
Me golpeó como una tonelada de ladrillos, como un tsunami de sangre. ¡No! Yo debería estar en otra parte, pero no lo estaba.
Maldición, no lo estaba.
—Si necesita ayuda para salir… —ofreció la doctora Killian.
Me llevé por reflejo las manos al pecho, palpándolo, notando su suavidad, sintiéndolo subir y bajar. ¡Jesucristo!
—¿Señor Sullivan?
—Ya voy, maldita sea. Ya voy.
Pulsé el botón sin mirarlo, y la cama salió deslizándose del tubo escaneador, los pies primero: un parto de nalgas. ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!
No había hecho ningún esfuerzo físico, pero mi respiración era rápida, entrecortada. Si tan sólo…
Sentí que una mano me sostenía por el codo.
—Ya lo tengo, señor Sullivan —dijo Killian—. Con cuidado…
Mis pies entraron en contacto con el suelo de losa. Sabía intelectualmente que era una situación al cincuenta por ciento, pero sólo había pensado en cómo iba a ser despertar en un cuerpo nuevo, sano, artificial. En realidad no había considerado…
—¿Se encuentra bien, señor Sullivan? —preguntó ella—. Parece…
—Estoy bien —repliqué—. Perfectamente. Jesucristo…
—¿Hay algo que pueda…?
—Estoy condenado. ¿No lo ve?
Ella frunció el ceño.
—¿Quiere que llame a un médico?
Negué con la cabeza.
—Acaba de escanear mi conciencia, haciendo un duplicado de mi mente, ¿no? —Lo dije en tono burlón—. Y como soy consciente de las cosas después de que haya terminado ese escaneo, eso significa que yo esta versión, no es esa copia. La copia no tiene ya que preocuparse por quedarse convertido en un vegetal… Es libre. Finalmente es libre de todo lo que ha estado colgando sobre mi cabeza durante los últimos veintisiete años. Ahora hemos divergido, y el yo curado ha iniciado su camino. Pero este yo sigue condenado. Podría haber despertado en un cuerpo nuevo y curado, pero…
Killian habló con tono amable.
—Pero, señor Sullivan, uno de ustedes tenía que quedarse en este cuerpo…
—Lo sé, lo sé, lo sé.
Sacudí la cabeza, y di unos cuantos pasos hacia delante. No había ventanas en la habitación, lo cual era probablemente lo mejor: creo que todavía no estaba preparado para enfrentarme al mundo.
—Y de nosotros dos, el que todavía está en este maldito cuerpo, con este cerebro jodido, sigue condenado.
6
De repente estuve en otro sitio.
Fue una transferencia instantánea, como cambiar de canales en la televisión. Al instante estuve en otro sitio… en una habitación diferente.
Al principio me sentí abrumado por las extrañas sensaciones físicas. Notaba los miembros entumecidos, como si me hubiera quedado dormido sobre ellos. Pero no había estado durmiendo…
Y entonces fui consciente de las cosas que no sentía: no me dolía el tobillo izquierdo. Por primera vez en dos años, desde que me había roto los ligamentos al caerme por las escaleras, no sentía ningún dolor.
Pero recordaba el dolor, y…
¡Recordaba!
Seguía siendo yo.
Recordaba mi infancia en Port Credit.
Recordaba la paliza que me dio Colin Hagey camino del colegio.
Recordaba la primera vez que leí MundoDino de Karen Bessarian.
Recordaba haber repartido el Toronto Star… en la época en que todavía se repartían los periódicos en papel.
Recordaba el gran apagón de 2015, y el cielo más oscuro que había visto jamás.
Y recordaba a mi padre desplomándose ante mis ojos.
Lo recordaba todo.
—¿Señor Sullivan? Señor Sullivan, soy yo, el doctor Porter. Puede que al principio tenga algún problema para hablar. ¿Quiere intentarlo?
—Ho-la.
La palabra sonó extraña, así que la repetí varias veces.
—Ho-la. Ho-la. Ho-la.
Mi voz no parecía la adecuada. Pero claro, la oía igual que lo hacía Porter, a través de mis micrófonos externos (¡oídos, oídos, oídos!), en vez de resonando a través de los huesos y las cavidades nasales de una cabeza biológica.