—¡Muy bien! —dijo Porter; era una voz sin cuerpo, en algún lugar situado más allá de mi campo de visión, pero yo no la localizaba aún adecuadamente—. No hay asperezas respiratorias —continuó diciendo—, pero aprenderá a hacerlo. Ahora puede que tenga un montón de sensaciones inusitadas, pero no debería sentir ningún dolor. ¿Lo siente?
—No.
Yo estaba tendido de espaldas, presumiblemente en la camilla que había visto antes, mirando el techo blanco. Experimentaba una sensación general, una especie de aturdimiento… aunque notaba una suave presión en el cuerpo debida, suponía, al batín de felpa que supuestamente vestía.
—Bien. Si el dolor comienza en algún momento, hágamelo saber. Su mente puede tardar un poco en aprender a interpretar las señales que está recibiendo: podemos arreglar cualquier incomodidad que pueda surgir, ¿de acuerdo?
—Sí.
—Bien. Ahora, antes de que intentemos movernos, vamos a aseguraros de que puede comunicarse plenamente. ¿Puede contar hacia atrás a partir de diez, por favor?
—Diez. Nueve. Osho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero.
—Muy bien. Probemos una vez más con el ocho.
—Osho. Osho. Oo-sho.
—Siga intentándolo.
—Osho. Osso.
—Sigue siendo un problema de aspiración, pero lo conseguirá.
—Osso. Ooso. O-cho. ¡Ocho!
Oí a Porter dar una palmada.
—¡Perfecto!
—¡Ocho! ¡Ocho! ¡Ocho!
—¡Por Júpiter, creo que lo ha conseguido!
—Ocho. Bizcocho. Coche. Noche. Techo. ¡Ocho!
—Excelente. ¿Sigue sintiéndose bien?
—Todavía… oh.
—¿Qué? —preguntó Porter.
—Se me ha ido la visión por un instante, pero ha vuelto.
—¿De verdad? No debería…
—Oh, ha vuelto a suceder…
—¿Señor Sullivan? ¿Señor Sullivan?
—Yo… parece… oh…
—¿Señor Sullivan? ¡Señor Sulli…!
Nada. Durante cuánto tiempo, no tuve ni idea. Sólo la nada absoluta. Cuando me recuperé, hablé.
—¡Doctor! ¡Doctor! ¿Sigue ahí?
—¡Jake! —La voz de Porter. Dejó escapar aire ruidosamente, como si dijera «¡qué alivio!».
—¿Va algo mal, doctor? ¿Qué ha sido eso?
—Nada. Nada en absoluto. Uh, ah, ¿cómo se siente ahora?
—Es extraño —dije—. Me siento diferente… de un puñado de formas que no puedo describir.
Porter guardó silencio un momento, posiblemente distraído con algo. Pero entonces dijo:
—Puñado.
—¿Qué?
—Ha dicho usted puñado, no puñado. Intente pronunciar el sonido «ñ».
—Puñado. Puñado. Pun-yado. Puñado.
—Bien —dijo Porter—. Es normal que haya algunas diferencias en las sensaciones, pero mientras se sienta básicamente bien…
—Sí —repetí—, me siento bien.
Y supe, en ese instante, que estaba bien. Estaba relajado. Por primera vez en años, me sentía tranquilo, a salvo. No iba a sufrir de pronto una hemorragia cerebral masiva. Más bien iba a vivir una vida normal y plena. Recibiría mi ciento por uno bíblico; entraría en las estadísticas de los varones de ochenta y ocho años nacidos en 2001; conseguiría todo eso y más. Iba a vivir. Todo lo demás era secundario. Iba a vivir una vida larga y buena, sin parálisis, sin convertirme en un vegetal. Las dificultades que pudiera encontrarme por el camino merecerían la pena. Lo supe de inmediato.
—Muy bien —dijo Porter—. Ahora, intentemos algo sencillo. A ver si puede girar la cabeza hacia mí.
Lo hice… y no sucedió nada.
—No funciona, doctor.
—No se preocupe. Ya lo conseguirá. Inténtelo de nuevo.
Lo hice, y esta vez mi cabeza giró a la izquierda, y…
Y… y… y…
¡Oh, Dios mío!¡Oh, Dios mío!¡Oh, Dios mío!
—Esa silla de ahí —dije—. ¿De qué color es?
Porter se volvió, sorprendido.
—Humm, verde.
—¡Verde! ¡De modo que así es el verde! Es… bonito, ¿no? Relajante. ¿Y su camisa, doctor? ¿De qué color es su camisa?
—Amarilla.
—¡Amarilla! ¡Caray!
—Señor Sullivan, ¿es usted… es usted daltónico?
—¡Ya no!
—Santo Dios. ¿Por qué no nos lo dijo?
¿Por qué no se lo había dicho?
—Porque no me lo preguntaron.
Era una respuesta auténtica, pero sabía que había otras. Sobre todo tenía miedo de que, si se lo decía, insistieran en duplicar ese aspecto de quien yo había sido.
—¿Qué clase de daltonismo tiene… tenía?
—De-algo.
—¿Era deutanope? —dijo Porter—. ¿Tiene deficiencia de un co-no-M?
—Eso es, sí.
Casi nadie es daltónico completo; es decir, casi nadie ve solamente en blanco y negro. Los deutanopes vemos el mundo en tonos de azul, naranja y gris, de modo que muchos colores que contrastan claramente para la gente que tiene visión normal nos parecen iguales. Específicamente, vemos el rojo y el amarillo verdoso como beige; el magenta y el verde como gris; el naranja y anaranjado como lo que nos han dicho que es color ladrillo; el verdiazul y el púrpura como malva; y el índigo y el azul ciánico como azul aciano. Sólo el azul medio y el naranja medio nos parecen iguales que a la gente que tiene la visión normal.
—¿Pero ahora ve en color? —preguntó Porter—. Sorprendente.
—Eso es —dije yo, encantado— Todo es tan… chillón. Creo que nunca antes había entendido esa palabra. ¡Qué abrumadora variedad de tonos!
Giré la cabeza hacia el otro lado, esta vez sin pensarlo. Me encontré ante una ventana.
—La hierba… ¡Dios mío, mírela! ¡Y el cielo! ¡Qué diferentes son la una del otro!
—Le mostraremos algo lleno de colorido en vid más tarde, y…
—Buscando a Nemo —dije de inmediato—. De niño era mi película favorita… y todo el mundo decía que estaba llena de color.
Porter se echó a reír.
—Si quiere.
—Magnífico —dije—. ¡La aleta de la suerte! —Traté de mover mi brazo derecho imitando la aleta lisiada de Nemo, pero no se levantó. Ah, bien… haría falta tiempo: me lo habían advertido.
Con todo, era maravilloso estar vivo, ser libre.
—Inténtelo de nuevo, Jake —dijo Porter. Me sorprendió alzando su propio brazo en el gesto de la «aleta de la suerte».
Hice otro intento, y esta vez lo conseguí.
—Ahí lo tiene —dijo Porter, moviendo las cejas como de costumbre—. Se sentirá bien. Ahora, vamos a levantarlo de esta cama.
Me sujetó del brazo derecho (pude sentirlo como una matriz de un millar de puntos de presión, en vez de un contacto liso) y me ayudó a sentarme. Yo solía sufrir de mareos ocasionales, y a veces se me nublaba la vista cuando me incorporaba de la horizontal, pero nada de eso sucedió ahora.
Me hallaba en un extraño estado sensorial. En cierto sentido, estaba subestimulado: no era consciente de ningún olor, y aunque notaba que estaba sentado, lo que significaba que tenía alguna noción de equilibrio, no sentía ninguna gran presión abajo, en la parte posterior de los muslos ni en el culo. Pero mi capacidad visual estaba sobreestimulada, asaltada por colores que nunca había visto. Y si miraba algo sin rasgos (como la pared) distinguía el entramado de píxeles que componían mi visión.
—¿Cómo se encuentra?
—Bien. ¡Maravilloso!
—Bien. Tal vez ahora sea el momento de hablarle de las misiones secretas a las que vamos a enviarle.
—¿Qué?
—Ya sabe, miembros biónicos. Espionaje. Cosas de cyborgs agentes secretos.
—Doctor Porter, yo…
Las cejas de Porter bailaban de placer.
—Lo siento. Supongo que acabaré cansándome de hacerlo, pero es que resulta muy divertido siempre. La única misión que tenemos es sacarlo de aquí y devolverlo a la vida normal. Y eso significa ponerlo en pie. ¿Lo intentamos?