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Dudaba que mi carne sintética fuera capaz de ruborizarse, pero eso es lo que pensé que hacía.

—Sólo unos cuantos retoques aquí y allá.

—Le he pedido a la señora Bessarian si puede trabajar un poco con usted —dijo el doctor Porter—. Verá, ella ha pasado por esto de un modo que ni siquiera han vivido nuestros técnicos.

—¿Pasado por qué? —pregunté.

—Aprender a caminar de nuevo como adulto —dijo Karen.

La miré, sin comprender.

—Después de mi embolia —informó Karen, sonriendo.

—Ah, bien —dije. Su sonrisa ya no era una mueca torcida; el daño de la embolia habría sido copiado fielmente en el nanogel de su nuevo cerebro, supuse, pero tal vez tenían algún truco electrónico que simplemente hacía que el lado izquierdo de su boca ejecutara un gesto reflejado de lo que estaba haciendo la mitad derecha.

—Se lo dejo entonces —dijo Porter. Se frotó la barriga—. Tal vez consiga almorzar algo… ustedes tienen suerte de no tener que comer ya, pero a mí me está entrando hambre.

—Y además, dejar que un Mindscan ayude a otro es probablemente bueno para ambos, ¿no? —repuso Karen, y juro que había un tintineo en uno de sus ojos verdes sintéticos—. Permite que ambos sepan que hay otros como ellos, y los distrae de la sensación alienante de ser hurgados y pinchados por los científicos.

Porter puso cara de haberse impresionado.

—Podría haber jurado que no le incluimos la visión de rayos equis —dijo—, pero me ha calado bien, señora Bessarian. Es una psicóloga nata.

—Soy novelista. Es lo mismo.

Porter sonrió.

—Si me disculpan…

Se marchó de la habitación, y Karen me observó, las manos en las caderas.

—Bien, así que tiene problemas para caminar.

Era razonablemente pequeña, pero así y todo tuve que levantar la mirada desde la silla de ruedas.

—Sí —dije, mezclando en la sílaba vergüenza y frustración.

—No se preocupe por eso. Se pondrá bien. Puede enseñar a su mente a hacer que su cuerpo la obedezca. Créame, lo sé… no sólo tuve que superar una embolia, sino que cuando era niña, allá en Atlanta, bailaba ballet: una aprende a controlar el cuerpo haciendo eso. Bien, ¿empezamos?

Toda mi vida había tenido problemas a la hora de pedir ayuda; a veces pensaba que era un signo de debilidad. Pero no estaba pidiendo nada: se me ofrecía libremente. Y, tenía que admitirlo, la necesitaba.

—Humm, claro —dije.

Karen dio una palmada, uniendo las manos delante de su pecho. Recordé lo hinchadas que estaban antes sus articulaciones, lo translúcida que era su piel. Pero ahora sus manos eran preciosas, jóvenes.

—¡Maravilloso! —exclamó—. Le haremos volver a la vida normal en un santiamén.

Me tendió la mano derecha, yo la agarré, y ella me ayudó a ponerme en pie. Porter me había dado un bastón de madera marrón oscuro. Estaba apoyado contra la pared: lo indiqué. Karen me lo tendió, y conseguí salir de la habitación hasta un largo pasillo. Paneles de luces fluorescentes cubrían los techos, y también divisé diminutas cámaras colgando a intervalos. Sin duda el doctor Porter o uno de sus ayudantes estaban observando.

—Muy bien —dijo Karen, colocándose ante mí, de cara—. Recuerde, no puede hacerse daño al caer; ahora es demasiado duradero para eso. Así que intentémoslo sin bastón.

Apoyé el bastón contra la pared del pasillo, pero en cuanto lo hice, cayó al suelo. No era un buen augurio.

—Déjelo —dijo Karen.

Alcé el pie izquierdo, y de inmediato lo hice avanzar hacia delante, golpeando el suelo. Alcé rápidamente la pierna derecha, girándola envarado, como si me faltara la rodilla.

—Preste atención a la manera exacta en que responde su cuerpo —dijo Karen—. Sé que caminar es algo que normalmente hacemos de manera inconsciente, pero trate de reconocer con exactitud qué efecto consigue con cada orden mental.

Conseguí dar un par de pasos más. Si todavía hubiera sido biológico, habría estado respirando entrecortadamente y sudando, pero estoy seguro de que no había ninguna señal externa de mi esfuerzo. Con todo, fue un trabajo enormemente difícil y me pareció que iba a desplomarme. Me detuve y me quedé inmóvil, tratando de recuperar el equilibrio.

—Sé que es difícil. Pero se vuelve más fácil. Todo es cuestión de aprender un nuevo vocabulario: este pensamiento produce esa acción, y… ¡ah! Mire: su pierna se ha movido bien esta vez. Trate de reproducir con exactitud esa orden mental.

Intenté de nuevo mover hacia delante la pierna izquierda, apoyando el peso en ella, y luego intenté mover la derecha. Esta vez conseguí doblar un poco la rodilla, pero seguía trazando un arco amplio al avanzar.

—Eso es —dijo Karen—. Muy bien. Su cuerpo quiere hacer las cosas adecuadas; sólo tiene que decirle cómo.

Me hubiera gustado gruñir, pero tampoco sabía cómo hacer que mi nuevo cuerpo hiciera eso. El pasillo parecía aterradoramente largo, y sus lados convergían en lo que podrían haber sido kilómetros de distancia.

—Ahora intente dar otro paso —dijo Karen—. Concéntrese… a ver si puede controlar mejor esa pierna derecha.

—Estoy intentándolo —dije, avanzando una vez más.

Su acento era agradable.

—Sé que lo está haciendo, Jake.

Fue un trabajo duro mentalmente: como la frustración que se siente cuando tratas de recordar algo que tienes en la punta de la lengua, pero multiplicado por mil.

—Lo está haciendo muy bien —dijo ella—. De verdad que sí.

Karen caminaba de espaldas, medio pasito cada vez. Me pregunté brevemente cuántos años habían pasado desde la última vez que caminó hacia atrás; una anciana, desesperadamente temerosa de romperse una cadera o una pierna, sin duda daba pasitos cortos casi siempre, y hacia delante… siempre hacia delante.

Me obligué a dar otro paso, y luego otro más. A pesar de los mejores esfuerzos de Inmortex para copiar exactamente las dimensiones de mis miembros, fui consciente de que el centro de gravedad de mi torso estaba más alto, quizá debido a mi falta de pulmones huecos. No era gran cosa, pero me hacía aún más proclive a caerme de bruces.

Y, en ese momento, me di cuenta de que hasta entonces había estado pensando en otra cosa distinta a colocar un pie delante del otro, que mi subconsciente y mi consciente habían llegado por fin a una especie de acuerdo sobre la mecánica de caminar.

—¡Bravo! —dijo Karen—. Lo está haciendo muy bien.

Bajo las luces fluorescentes, parecía particularmente artificiaclass="underline" su Piel tenía un acabado seco y plástico; sus ojos, no realmente húmedos, Parecían también de plástico… aunque, como pude apreciar ahora, tenían un hermoso tono verde.

Continuamos, pasito a pasito. Imaginé que si miraba hacia atrás por encima del hombro vería a los aldeanos persiguiéndome con antorchas.

—¡Eso es! —dijo Karen—. ¡Perfecto!

Otro paso y…

Mi pierna izquierda no se movió exactamente como yo pretendía…

—¡Mal…

El tobillo izquierdo se me torció…

—… di…

El torso se me inclinó más y más hacia delante…

—… ción!

Karen se abalanzó hacia mí y me agarró con facilidad antes de que pudiera caerme de bruces.

—Tranquilo, tranquilo —dijo, calmándome; su nuevo cuerpo no tenía ningún problema para soportar mi peso—. Tranquilo, tranquilo, no pasa nada.

Me sentí humillado y furioso: con Inmortex y conmigo mismo. Me apoyé con fuerza en los brazos de Karen, obligándome a recuperar la posición erguida. No me gustaba pedir ayuda… pero aún me gustaba menos caerme cuando había alguien mirando; de hecho, era aún peor, porque estaba seguro de que también me observaban por circuito cerrado.

—Ya es suficiente por hoy —dijo ella, situándose a mi lado, y pasando un brazo por mi cintura. Me ayudó a dar media vuelta, y con su apoyo, retrocedí y recuperé mi bastón.