Dos de las mujeres recientemente descargadas charlaban sobre cosas que no me interesaban. La tercera mujer y Draper jugaban a un juego de preguntas que el director había proyectado sobre una pantalla mural, pero las preguntas eran acerca de cosas de su juventud, y yo no conocía ninguna de las respuestas.
Y así acabé pasando más tiempo con Karen. En parte fue por amabilidad suya, estoy seguro: parecía reconocer que yo era un pez fuera del agua. De hecho, me sentí obligado a comentárselo cuando salimos al exterior, a los jardines arbolados de Inmortex, bajo una luna abultada en el cielo.
—Gracias por pasar tanto tiempo conmigo —le dije a Karen mientras caminábamos.
Karen mostró su nueva sonrisa, mejorada y perfectamente simétrica.
—No sea tonto —dijo—. ¿Con quién si no iba a hablar de física o de filosofía? Por cierto, tengo otro chiste para usted. Rene Descartes entra en un bar y pide una bebida. El camarero le sirve. El viejo Rene se entretiene un rato, pero por fin se la bebe. Y entonces el camarero le pregunta: «Eh, Rene, ¿te apetece otra?» A lo cual Descartes responde: «Pienso que no…», y desaparece.
Me reí, y aunque mi nueva risa me sonaba extraña, me hizo sentirme bien. En las noches de agosto los mosquitos son legión, pero enseguida le encontré otra ventaja a tener un cuerpo artificiaclass="underline" los bichos nos dejaban en paz.
—¿Sabe? —dije, mientras seguíamos paseando—. Me sorprende que no necesitemos dormir. Creía que era necesario para la consolidación de la memoria.
—Un error muy difundido —contestó Karen, y con su encantador acento de Georgia las palabras no parecieron condescendientes—. Pero no es cierto. Hace falta tiempo para consolidar los recuerdos y los seres humanos normales no pueden pasarse mucho tiempo sin dormir… pero el hecho de dormir no tiene nada que ver con la consolidación.
—¿De verdad?
—Oh, sí. No tendremos ningún problema.
—Bien.
Caminamos un rato en medio del cómodo silencio, y entonces Karen dijo:
—Por cierto, debería ser yo quien le diera las gracias por pasar el tiempo conmigo.
—¿Y por qué?
—Bueno, uno de los motivos por los que decidí descargarme fue para escapar de los viejos. ¿Puede imaginarme en un hogar de ancianos? Me eché a reír.
—No, me parece que no.
—Las otras personas de aquí que tienen mi edad —dijo, sacudiendo la cabeza—. Su objetivo en la vida era hacerse ricas. Hay algo implacable en eso, y algo egoísta también. Yo nunca pretendí hacerme rica… Sucedió sin más, y nadie se sorprendió más que yo. Y usted tampoco pretendió ser rico.
—Pero si no fuera por el dinero los dos estaríamos pronto muertos o peor.
—¡Oh, lo sé! Pero es algo que tiene que cambiar. Inmortex es caro ahora, pero su precio acabará por bajar: pasa siempre con la tecnología. ¿Puede imaginarse un mundo en donde lo único que importara fuera lo rico que eres?
—No parece muy…
¡Maldición! Otro pensamiento que pretendía guardarme que se me escapaba en parte.
—¿Muy qué? —preguntó Karen—. ¿Muy americana? ¿Muy capitalista? —Negó con la cabeza—. No creo que ningún escritor serio pueda ser capitalista. Míreme: para mi propia sorpresa soy una de las autoras más vendidas de todos los tiempos. ¿Pero soy una de las mejores escritoras que ha habido? Ni de lejos. Trabaja en un campo donde la recompensa financiera no tiene ninguna correlación con el valor real y no podrás ser capitalista. No digo que haya una correlación negativa: hay grandes escritores que venden muy bien. Pero no hay ninguna correlación significativa. Es sólo una casualidad.
—¿Va a volver a escribir ahora que es una Mindscan? —pregunté. Habían pasado años desde el último libro publicado de Karen Bessarian.
—Sí, eso pretendo. De hecho, seguir escribiendo es el motivo principal por el que me descargué. Verá, amo a mis personajes… el príncipe Escamas, el doctor Susurro. Los amo a todos. Y, como le dije antes, los creé. Salieron de aquí. —Se dio un golpecito en la sien.
—Sí. ¿Y?
—Pues que he observado las idas y venidas de la legislación sobre los derechos de autor a lo largo de toda mi vida. Ha sido una batalla entre facciones en conflicto: aquellos que quieren que las obras sean protegidas eternamente y los que creen que las obras deberían pasar a dominio público lo antes posible. Cuando yo era joven, las obras conservaban su copyright hasta cincuenta años después de la muerte del autor. Luego ese plazo se amplió a setenta años, y así sigue siendo, pero no es suficiente.
—¿Por qué?
—Bueno, porque si yo tuviera un hijo hoy (y no es que pudiera) y me muriese mañana (no es que vaya a hacerlo), ese niño recibiría los royalties de mis libros hasta que tuviera setenta años. Y de pronto, mi hijo (a esas alturas ya sería un anciano o una anciana) se quedaría sin nada; mi obra sería declarada de dominio público, y no habría que pagarle más royalties. Se le negarían al hijo de mi cuerpo los beneficios de los hijos de mi mente. Y eso no es justo.
—Pero bueno, ¿no se enriquece la cultura cuando el material pasa a dominio público? —pregunté—. Sin duda no querrá que Shakespeare o Dickens queden protegidos por un copyright.
—¿Por qué no? J. K. Rowling sigue teniendo su copyright; igual que Stephen King y Marcos Donnelly… Y todos ellos han tenido, y siguen teniendo, un gran impacto en nuestra cultura.
—Supongo… —dije, todavía inseguro.
—Mire —dijo Karen amablemente—, uno de sus antepasados fundó una compañía cervecera, ¿no es así?
Asentí.
—Mi bisabuelo, Reuben Sullivan… Oíd Sully, lo llamaban.
—Bien. Y usted se beneficia financieramente de eso hasta el día de hoy. ¿Debería el Gobierno haber confiscado todos los barriles de la Sullivan Brewing, o de como se llame la compañía, en el septuagésimo aniversario de la muerte de Oíd Sully? La propiedad intelectual sigue siendo propiedad, y debería ser tratada igual que cualquier otra cosa que los seres humanos construyen o crean.
Esto me cayó maclass="underline" nunca usaba nada más que software de libre acceso, y había una diferencia entre un edificio y una idea; había, de hecho, una diferencia material.
—¿Así que se descargó usted para asegurarse de que seguiría recibiendo royalties de MundoDino eternamente?
—No sólo por eso. De hecho, ni siquiera por eso principalmente. Cuando algo pasa a dominio público, cualquiera puede hacer lo que se le antoje con el material. ¿Quiere hacer una película porno con mis personajes? ¿Quiere escribir malos libros con mis personajes? Puede hacerlo, en cuanto mis obras pasen a dominio público. Y eso no está bien: son mías.
—¿Pero al vivir para siempre puede protegerlas?
—Exactamente. Si no muero, nunca pasarán a dominio público.
Continuamos caminando. Yo empezaba a pillarle el tranquillo y el motor de mi vientre podría mantenerme en marcha semanas seguidas, o eso me había dicho Porten Eran casi las cinco de la madrugada; no podía recordar la última vez que había estado levantado hasta tan tarde. No me había dado cuenta de que Orion era visible en verano si permanecías despierto tanto tiempo. Clamhead debía de estar echándome muchísimo de menos, aunque la robococina le estaría dando de comer, y mi vecino había accedido a sacarla a pasear.
Pasamos bajo una farola y, para mi sorpresa, advertí que mi brazo estaba mojado: pude verlo brillando a la luz. Sólo poco después experimenté una sensación física de humedad. Me pasé un dedo por el brazo.
—¡Santo cielo! —dije—. Es rocío.
Karen se echó a reír, sin molestarse en lo más mínimo.
—Sí que lo es.
—Se toma usted todo esto tan bien…
—Intento tomármelo todo así —respondió Karen—. Todo es material.
—¿Qué?
—Lo siento. Un mantra de escritores. «Todo es material.» Todo entra en el saco. Todo lo que experimentas es alimento para futuros escritos.