Naturalmente, tenía una mansión fabulosa, llena de trofeos por sus escritos, ejemplares de sus libros en más de treinta idiomas e incluso algunas maquetas y piezas de atrezzo de las películas que habían hecho de ellos.
También estaba llena de cosas que recordaban a su último esposo, Ryan, que había muerto hacía dos años. Ryan coleccionaba fósiles. Contrariamente a la mayoría de las aficiones basadas en la naturaleza, ésa se había vuelto más fácil con el tiempo: todo el desgaste añadido y la erosión causada por la reducción de los casquetes polares al parecer habían dejado al descubierto gran cantidad de material nuevo. O eso me dijo Karen. Sea como fuere, Ryan tenía estantes llenos de trilobites (el único fósil invertebrado que yo podía identificar) y muchas otras cosas maravillosas.
El motivo más importante para detenernos en Detroit era que Karen pudiera ver a su hijo Tyler, que también vivía en esta ciudad. Había hablado con él varias veces por teléfono desde que se había sometido al proceso de Mindscan, pero había optado por hacerlo sólo con llamadas de voz. Le había dicho que quería que viese su nuevo rostro directamente, no por medio de un sistema que podía hacer que pareciera aún más frío y remoto.
A eso de las seis de la tarde sonó el timbre. El monitor de pared del salón inmediatamente cambió para mostrar la imagen de la mirilla.
—Es Tyler —dijo Karen, asintiendo. Yo sabía que él tenía cuarenta y seis años. Su pelo era castaño claro y empezaban a notársele las entradas. Karen se levantó del sofá y se acercó a la puerta. La seguí. La luz era tenue. Karen abrió la puerta y…
—Hola —dijo Tyler, con aspecto sorprendido—. Me llamo Tyler Horowitz. Venía a ver…
—Tyler, soy yo —dijo Karen.
Él se quedó de piedra, boquiabierto. Hice unos cuantos cálculos rápidos: Tyler nació en 1999; el nuevo rostro de Karen estaba basado en el aspecto que tenía a los treinta años, en 1990. Ni siquiera de niño Tyler había visto a su madre así.
—¿Mamá? —dijo en voz baja, incrédulo.
—Pasa, hijo, pasa. —Ella se hizo a un lado, y él entró en la casa.
Karen se volvió hacia mí.
—Jake —dijo—. Me gustaría que conocieras a mi hijo Tyler. Tyler, éste es el nuevo amigo del que te hablaba.
Incluso con la poca luz, Tyler debió de ver que mi cuerpo era artificiaclass="underline" miró mi mano tendida como si se tratara de alguna horrible garra metálica. Finalmente la aceptó, pero la estrechó sin entusiasmo.
—Hola, Tyler —dije, poniendo todo el calor posible en mi voz electrónica.
Era claramente el hijo de Karen, aunque parecía casi veinte años más viejo de lo que ella era ahora. Pero su estructura facial básica era muy similar a la suya: ancha, con una nariz pequeña y ojos verdes muy separados.
—Hola —dijo, y su voz irónicamente sonó átona y mecánica.
Sonreí y él desvió la mirada. Sabía que mi sonrisa parecía levemente equivocada… pero, por el amor de Dios, la antigua sonrisa de su madre era la sonrisa torcida de la víctima de una embolia.
—Me alegro de conocerte —dije—. Karen me ha hablado mucho de ti.
Un breve respingo; tal vez no le gustaba que yo llamara a su madre por su nombre de pila.
Karen nos condujo al salón y yo me senté en el sofá y crucé las piernas. Tyler continuó de pie.
—Tu madre me ha contado que eres catedrático de historia.
Él asintió.
—En la Universidad de Michigan.
—¿Cuál es tu especialidad?
—Historia americana. Siglo XX.
—¿Sí? —Yo quería caerle bien, y la gente normalmente agradecía hablar de su trabajo—. ¿Qué temas cubres?
Él me miró, tratando de decidir, supongo, si aceptar ese ramo de olivo. Finalmente, se encogió de hombros.
—Todo tipo de cosas. El juicio de los Scopes. La Gran Depresión. La Segunda Guerra Mundial. JFK. La crisis de los misiles cubanos. Vietnam. El proyecto Apolo. Watergate. Irán-Contra.
El proyecto Apolo había llevado el hombre a la Luna, y la Segunda Guerra Mundial y Vietnam eran conflictos armados… pero no tenía ni idea de qué era lo demás. Jesucristo, el siglo XX. El siglo de Karen.
—Espero que me hables de todo eso algún día —dije, todavía intentando caerle en gracia—. Parece fascinante.
Me miró.
—Debe de recordar algunas cosas —dijo—. Quiero decir, sé que ha elegido parecer joven ahora, pero…
Karen me miró, y me encogí de hombros. Tenía que salir tarde a temprano.
—Este nuevo rostro es sólo un poco más joven que mi original. —Hice una pausa—. Tengo cuarenta y cuatro años.
Tyler parpadeó.
—¿Cuarenta y cuatro? ¡Dios, es más joven que yo!
—Sí. Nací en 2001… el uno de enero, por cierto. Fui el…
—Es más joven que yo —repitió Tyler—, y está saliendo con mi madre.
—Tyler, por favor —dijo Karen. Se sentó junto a mí en el sofá.
Sus ojos la taladraron, láseres esmeralda.
—Bueno, eso es lo que dijiste por teléfono… Querías que conociera al hombre con el que estás saliendo. Mamá, tienes ochenta y cinco años, y él apenas la mitad.
—Pero no me siento como si tuviera ochenta y cinco años —respondió Karen—. Y ya no los aparento.
—Todo es falso —dijo Tyler.
—No, no lo es —replicó Karen con firmeza—. Es real. Soy real, y soy humana, y estoy viva… más viva de lo que he estado en años. Y Jake es mi amigo y estar con él me hace feliz. Tú quieres que yo sea feliz, ¿no, Tyler?
—Sí, pero… —Miró a su madre—. Pero, por el amor de Dios…
Karen frunció el ceño, cosa que rara vez hacía. Al hacerlo se produjo un extraño abultamiento de plastipiel entre su labio inferior y su barbilla; tendría que acudir al doctor Porter para que lo arreglara.
—«Por el amor de Dios» —repitió Karen, y sacudió la cabeza—. ¿Quieres que salga con alguien de mi edad… alguien que esté a punto de morir? ¿O preferirías que no saliera con nadie?
—A papá le…
—Sabes que amé a tu padre. Amé a Ryan Horowitz total y completamente. Esto no tiene nada que ver con él.
—Sólo lleva dos años muerto —dijo Tyler.
—En noviembre hará tres. Y además…
—¿Sí? —dijo Tyler, como retándola a continuar. Yo sabía lo que Karen no decía: que Ryan había padecido Alzheimer durante años antes de que su cuerpo se rindiera por fin, que Karen había estado esencialmente sola mucho más tiempo del transcurrido desde su muerte. Pero Karen no iba a caer en la trampa. En cambio, como era su costumbre, su don, su razón de ser, contó una historia.
—Cuando yo tenía diecinueve años, Tyler, me enamoré de Daron Bessarian, un guapo muchacho gentil. Ahora bien, estoy segura de que apenas recuerdas a tu abuelo, pero fue superviviente del Holocausto y no quería que yo saliera con alguien que no fuese judío. No paraba de decirme: «Si vienen otra vez por nosotros, este chico, ¿te escondería? Cuando intenten quitarte tu casa, ¿te defendería?» Y yo respondía: «Por supuesto que Daron haría cualquier cosa por mí.» Pero mi padre no lo creía, y cuando Daron y yo nos casamos, no asistió a la boda. Cierto, Daron y yo acabamos por divorciarnos, aunque por nuestros propios motivos. Pero no dejé que mi padre dictara con quién debía estar entonces, y no voy a dejar que mi hijo lo dicte ahora. Así que cuida tus modales, Tyler, siéntate y disfruta de la velada.
Tyler tomó aire y lo dejó escapar ruidosamente.
—Muy bien.
Miró alrededor, encontró el asiento más alejado de mí y se desplomó en él.