—¿Cuándo comemos?
Yo bajé la mirada al suelo.
—Oh, es verdad —dijo Tyler—. ¿Cuándo como?
—Cuando quieras, querido —respondió Karen—. Había pensado en pedir una pizza. A ti…
Estuve seguro de que iba a decir: «A ti siempre te ha gustado la pizza», pero al parecer se lo pensó mejor. Hubiese parecido demasiado una madre mayor lamentándose de que su hijito hubiera crecido.
Un instante después, Tyler asintió.
—Pizza está bien. ¿Hay por aquí un buen restaurante? ¿Un sitio íntimo?
Pensé que podría aprovecharme de eso.
—No te gustan las grandes cadenas, ¿eh?
Tyler me miró. Pareció casi ofendido de que yo intentara encontrar algo en común entre ambos. Pero al cabo de un momento, dijo:
—Sí. Las odio. ¿Dirigían sus padres un negocio pequeño?
—Bueno, era un negocio familiar…
Tyler entornó los ojos, receloso.
—¿Y eso significa?
—Se dedicaban al negocio de la cerveza.
—¿Ah, sí? ¿Tenían una pequeña cervecera?
También eso tenía que salir tarde o temprano.
—No. Una pequeña cervecera no. Me apellido Sullivan y…
—¿Sullivan? —preguntó Tyler—. ¿Como la Sullivan's Select?
—Sí. Mi padre era vicepresidente y…
Tyler asintió como si acabara de entregarle una orden de desahucio.
—Nepotismo —dijo—. Un viejo ricachón.
Yo iba a dejarlo pasar, pero Karen ya había tenido bastante.
—Lo cierto es que el padre de Jake sufrió una grave lesión cerebral cuando tenía treinta y nueve años. Lleva ya treinta años en estado vegetativo.
—Oh —repuso Tyler en voz baja—. Lo siento.
—Yo también —dije.
—Así que… Ah. —Tyler estaba quizá pensando en todos los absurdos cronológicos presentes. Él más viejo que yo, mi padre incapacitado a una edad similar a la nuestra, un hombre de cuarenta y pico saliendo con una octogenaria, una mujer que había crecido en el último milenio con un hombre crecido en éste.
—Mire —dije—. Sé que esto es embarazoso. Pero el hecho es que Karen y yo estamos juntos. Y debería hacernos felices a ambos que usted y yo pudiéramos llevarnos bien.
—¿Quién ha dicho nada de no llevarnos bien? —replicó Tyler a la defensiva.
—Bueno, nadie, pero… —Me detuve, busqué otra táctica—. Empecemos de nuevo, ¿de acuerdo?
Me levanté, me acerqué a donde él estaba sentado y le tendí de nuevo la mano.
—Soy Jake Sullivan. Encantado de conocerle.
Tyler pareció pensarse si llevar a cabo o no ese nuevo comienzo. Pero al cabo de un momento aceptó mi mano y la estrechó. Aunque no continuó con la charada hasta el punto de volver a presentarse.
—Bien, ¿por qué no pides esa pizza? —dijo Karen—. Prueba en Pappa Luigi's. No he podido comer pizza estos últimos años, pero la gente decía que eran buenas.
—Teléfono —dijo Tyler al aire—, llama a Pappa Luigi's.
El teléfono obedeció y Tyler hizo su pedido.
Volví a sentarme, esta vez en la silla de madera de respaldo recto que me habría parecido incómoda si mi cuerpo hubiera estado sometido a la fatiga. Todos charlamos tensos durante un rato. Tyler tenía un montón de preguntas sobre el proceso Mindscan, y Karen las respondió.
Se suponía que la pizza llegaría en treinta minutos o sería gratis: yo habría pagado mucho más para que llegara antes y poner fin a aquella conversación forzada, pero por fin el timbre volvió a sonar. Karen insistió en pagar, a pesar de las protestas de Tyler. («No vas a comerla después de todo.» «Pero te he invitado a cenar.») Ella se llevó la caja a la cocina y la colocó sobre el hornillo. Luego le dio a Tyler un plato y él se sirvió una humeante porción. El queso quedó colgando en hilachas que tuvo que cortar con los dedos. Los ingredientes {pepperoni, cebolla y bacón) tenían un aspecto perfectamente decadente: los discos de pepperoni quemados por los bordes, creando pequeños lagos artificiales de aceite; las crujientes tiras de bacón adornando la Tierra plana de queso; los semicírculos concéntricos de cebolla casi negros por las puntas.
Parecía fabulosa pero…
Pero no podía olería. Los sensores olfativos con los que me habían dotado detectaban las cosas cruciales para la seguridad: el olor de las filtraciones de gas, de la madera quemada. La carne, las cebollas, la salsa de tomate, el pan caliente de la masa… nada de eso lo notaba.
Pero Tyler sí que lo hacía. Estoy seguro de que no pretendía ser cruel, pero pude verlo inhalar profundamente, aspirando los maravillosos (debían de ser maravillosos, sabía que lo eran) olores. Una expresión de expectación creció en su rostro y mordió su porción, haciendo esa mueca gloriosa que sugería que se estaba quemando el paladar.
—¿Cómo está? —pregunté.
—Mmmmm… —Hizo una pausa, tragó—. No está nada mal.
Era realmente decadente; pero claro, con fármacos legales que disolvían la placa arterial y otros que impedían que se acumulara la grasa, no es que fuera a pasarse mucho… él. Para mí, era algo que nunca volvería a disfrutar.
No, nunca no. Sugiyama había dicho que esa versión del cuerpo era sólo la tecnología punta del momento. Era infinitamente mejorable. Con el tiempo…
Con el tiempo.
Vi comer a Tyler.
Cuando se hubo marchado, Karen y yo nos sentamos a charlar en el sofá del salón.
—Bueno, ¿qué te parece Tyler? —preguntó Karen.
—No le caigo bien.
—¿A qué chico le cae bien el hombre que sale con su madre?
—Supongo, pero… —Guardé silencio y continué un momento más tarde—. No, no debería quejarme. Quiero decir, al menos parece aceptarte más ahora que te has descargado que mi madre a mí… O que mis amigos, ya puestos.
Ella preguntó a qué me refería y le conté mi desastrosa visita a la casa de mi madre. Karen se mostró magníficamente cálida y comprensiva, sosteniéndome la mano mientras hablaba. Pero supongo que yo estaba de mal humor, porque antes de darme cuenta estábamos discutiendo… y yo odio, odio, odio discutir con nadie. Pero Karen había dicho:
—En realidad no importa lo que piense tu madre.
—Pues claro que sí —repliqué—. ¿Puedes imaginar lo difícil que es para ella? Me llevó en su vientre. Me dio a luz. Me amamantó. Excepto que ninguna de esas cosas le sucedió a este yo.
—Yo también soy madre, e hice todas esas cosas con Tyler.
—No, tú no. La otra Karen lo hizo.
—Bueno, sí, técnicamente, pero…
—No es sólo un asunto técnico. No es algo nimio. Joder, estoy tan cansado de todo esto… de que me miren, de que la gente me trate como si fuera una especie de cosa. Y tal vez tengan razón. Demonios, mi perra ni siquiera me reconoce.
—Tu perra es tonta. Todos los perros lo son. Y tus amigos y tu madre se equivocan. Son sólo estúpidos.
—No son estúpidos. No los llames así.
—Bueno, pues la actitud que tienen sí que lo es. Supongo que toda esa gente que has mencionado es más joven que yo. Si yo puedo aceptar todo esto, ellos deberían poder hacerlo también y…
—¿Por qué ? ¿Porque tú lo dices ? —Cielos, sí que estaba de mal humor—. ¿Porque la gran novelista escribiría la historia para que tenga final feliz?
Karen me soltó la mano, pero al cabo de un momento volvió a hablar.
—No es eso. Es que la gente debería ser más comprensiva. Quiero decir, piensa en todo el dinero que hemos gastado. Si ellos…
—¿Qué importancia tiene lo mucho que cuesta? No se puede comprar la aceptación.
—No, por supuesto que no, pero…
—Y no puedes obligar a la gente a que sienta por ti lo que tú quieres que sientan.
Estaba seguro de que Karen se estaba enfadando, aunque los habituales signos fisiológicos (el enrojecimiento del rostro, el cambio del timbre vocal) no aparecieran.