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—Hola —dije, mirando a la nada—. Hola. ¿Estás ahí, Jake?

Nada. Nada en absoluto.

Traté de despejar mi mente, apartando todos los pensamientos sobre Tyler y su traición y Rebecca y su traición y Clambead y su traición y…

—Hola —dije de nuevo—. ¿Hola?

Y por fin un leve cosquilleo en los bordes de mi percepción.

¿Qué dem…?

¡Contacto! Me sentí aliviado y jubiloso.

—Hola —repetí, en voz baja pero con claridad—. Soy yo… la otra instalación de Jacob Sullivan.

¿Qué otra instalación?

—La del exterior. La que vive la vida de Jake.

¿Cómo te estás comunicando conmigo?

—No lo… ¿No eres la misma copia que contactó conmigo antes? Tuvimos esta conversación ayer.

No recuerdo…

Hice una pausa. ¿Podía ser una instalación distinta?

—¿Dónde estás?

En una especie de laboratorio, creo. Sin ventanas.

—¿Las paredes son azules?

Sí. ¿Cómo lo…?

—¿Y hay un diagrama de un cerebro en una pared?

Sí.

—Entonces es probablemente la misma habitación. O… una igual. Mira ese diagrama. ¿Qué es, un cartel o algo parecido?

Sí.

—¿Impreso en papel?

Sí.

—¿Puedes hacerle alguna marca? ¿Tienes un boli?

No.

—Bueno, rómpelo un poquito. Acércate y…, humm, hazle un pequeño desgarrón de un centímetro de largo a diez centímetros de la esquina inferior izquierda.

Esto es una locura. Una chaladura. ¡Voces en mi cabeza!

—Creo que es un enlace cuántico.

¿Cuántico?¿De verdad? Cojonudo.

—Venga, haz esa marca en el cartel. Así sabré la próxima vez que conecte si se trata de la misma habitación o de otra similar con otra copia de nosotros.

Muy bien. A diez centímetros de la esquina izquierda. Ya lo he hecho.

—Bien. Ahora viene la parte difícil. Dijiste que tenías el cuerpo que ordenaste, ¿no?

Yo no he dicho eso. ¿Cómo lo sabías?

—Me lo dijiste ayer.

¿Yo?

—Sí… Tú u otro de nosotros. Ahora necesito que marques tu cuerpo de alguna manera. ¿Hay algún modo de poder hacerlo?

¿Por qué?

—Para que pueda asegurarme de que he contactado con el mismo tú la próxima vez.

Muy bien. Hay un pequeño destornillador en un estante. Me haré una marca en la plastipiel, en un sitio donde no llame la atención.

—Perfecto.

Una larga pausa. Y entonces:

Muy bien. He marcado tres pequeñas X en la parte exterior de mi antebrazo izquierdo, justo debajo del codo.

—Bien. Bien. —Hice una pausa, tratando de digerirlo todo.

Oh, espera. Viene alguien.

—¿Quién es? ¿Quién es?

Buenos días, doctor. ¿Qué puedo…? ¿Que me tienda? Claro. Eh, ¿qué está…? ¿Se ha vuelto loco? No puede… ¡Jake!

Yo… Oh. ¡Eh! Eh, ¿qué está pasan… ?

—¡Jake! ¿Estás bien? ¡Jake! ¡Jake!

Austin Steiner, como descubrí, era un competente abogado de familia, pero aquel caso era importante y Karen necesitaba lo mejor. Por suerte, yo sabía exactamente a quién llamar.

El rostro de Malcolm Draper apareció en la pantalla mural, en toda su gloria de Will Smith en sus mejores tiempos.

—Vaya, pero si es… Jake Sullivan, ¿no?

—Eso es —dije—. Nos vimos en Inmortex, ¿recuerda?

—Por supuesto. ¿Qué puedo hacer por usted, Jake?

—¿Tiene licencia para ejercer la abogacía en Michigan?

—Sí. Michigan, Nueva York, Massachusetts. Y tengo asociados que…

—Bien. Bien. Tengo un caso.

Alzó las cejas.

—¿Qué tipo de caso?

—Bueno, supongo que técnicamente es una recusación, pero…

Malcolm sacudió la cabeza.

—Lo siento, Jake. Creía que le había dicho cuál es mi especialidad. Libertades civiles; derechos civiles. Estoy seguro de que mi secretaria podrá buscarle un buen especialista en Michigan, pero…

—No, no. Creo que le interesará. Verá, la persona cuyo testamento va a ser recurrido es Karen Bessarian.

—¿La autora? Sigo sin…

No lo sabía.

—Conoció usted también a Karen en Inmortex. La señora del acento de Georgia.

—¿Ésa era Karen Bessarian? Dios mío. Pero… oh. Oh, vaya. ¿Quién intenta recurrir su testamento?

—Su hijo, un tal Tyler Horowitz.

—Pero la Karen biológica no ha muerto todavía. Sin duda los tribunales de Michigan…

—No, sí que ha muerto. O al menos eso es lo que asegura Tyler.

—Cristo. Se transfirió justo a tiempo.

—Eso parece. Como puede imaginar, este caso va más allá de los litigios habituales.

—Desde luego —dijo Draper—. Es perfecto.

—¿Cómo dice?

—Es el tipo de caso de prueba que el mundo ha estado esperando. Llevamos muy poco tiempo copiando conciencias, y hasta ahora nadie ha desafiado las transferencias de personas legales.

—¿Entonces se encargará de su caso?

Hubo una pausa.

—No.

—¿Qué? Malcolm, le necesitamos.

—Soy exactamente lo que no necesitan: yo también soy un Mindscan, recuerde. No necesitan un maldito robot defendiendo los derechos de otro. Necesitan a alguien de carne y hueso.

Tenía razón.

—Supongo que es verdad. ¿Hay alguien que pueda recomendarnos?

Él sonrió.

—Oh, sí. Sí, naturalmente.

—¿Quién?

—Cuando ha llamado, ¿qué ha dicho la recepcionista?

Fruncí el ceño, irritado porque estuviera jugando.

—Humm… «Draper y Draper», creo.

—Exactamente… y eso es lo que necesitan: al otro Draper. Mi hijo Deshawn.

—Usted y él se llevan bien… desde que se descargó, quiero decir.

Malcolm asintió.

Gruñí.

—No está mal para variar.

Pudimos conseguir una audiencia preliminar la tarde siguiente. Malcolm y Deshawn Draper tomaron un vuelo de Manhattan a Detroit a las ocho de la mañana: un vuelo corto, de menos de una hora. Karen hizo que su chofer los recogiera en la limusina y los llevara a su mansión, que serviría como base de operaciones el tiempo que fuese necesario.

—Hola, Jake —dijo Malcolm cuando entraba por la puerta— ¡Karen, hola! Cuando nos conocimos no tenía ni idea de quién era usted. Debo decir que es un honor. Les presento a mi hijo, y socio, Deshawn.

Deshawn tenía unos treinta y tantos años y esa cabeza completamente calva que queda tan bien a los negros y tan mal a los blancos.

—¡Karen Bessarian! —dijo Deshawn, sacudiendo la cabeza asombrado. Tomó una de sus manos entre las suyas—. Mi padre tiene razón.

¡No tiene ni idea del honor que es conocerla! No puedo decirle cuánto me encantan sus libros.

Sonreí. Estoy seguro de que acabaré por acostumbrarme a ser el consorte de la realeza.

—Gracias —respondió Karen—. Es un placer conocerle. Por favor, pasen.

Karen nos condujo por un largo pasillo. Todavía había habitaciones en la mansión en las que yo no había estado nunca, y ésta era una de ellas: una especie de sala de juntas. Tres de sus paredes estaban cubiertas con más estanterías; la cuarta era una pantalla mural. Bueno, Karen era importante; supongo que tenía sentido que dispusiera de un sitio para celebrar reuniones.

Malcolm apreció lo que veía, aunque yo no.

—¿La Sociedad Folio? —dijo, contemplando los libros, todos los cuales eran de tapa dura y con caja.

Karen asintió.

—Un juego completo… Todos los volúmenes que publicaron.

—Muy bonito —dijo Malcolm. Había una mesa larga con sillas giratorias alrededor. Karen ocupó la cabecera y nos indicó a los demás que nos sentáramos. Naturalmente, ninguno de nosotros aparte de Deshawn necesitaba nada de beber, y parecía contento sólo con estar en presencia de Karen.