—Quédate aquí, en este maravilloso paraíso de Alto Edén. —Me miró, buscando mi reacción—. Pasa cincuenta años de vacaciones — Cristo, seamos sinceros, eso es lo que hacemos aquí la mayor parte del tiempo, ¿no? Es como el strip de Las Vegas, como el mejor crucero que jamás haya existido. —Hizo una pausa—. Mira, he visto parte de las noticias del juicio. Sé que no va bien. ¿Quieres pasarte el siguiente número x de años librando batallas legales, o quieres relajarte aquí y dejar que todo se resuelva? Sabes que tarde o temprano los descargados tendrán plenos derechos como persona… ¿Por qué no tomarse unas vacaciones aquí hasta que ése sea el caso, y luego regresar a la Tierra triunfante?
Lo miré, a mi… mi progenitor.
—No quiero ser injusto contigo —dije despacio—, pero…
—Por favor —dijo mi otro yo, con una nota implorante en la voz—. No es mucho pedir, ¿no? Tú seguirás teniendo la inmortalidad y yo el puñado de décadas que me han robado.
Miré a Karen. Ella me devolvió la mirada. Dudé que ninguno de los dos pudiera leer la expresión del otro. Me volví hacia la pantalla, pensando.
Mi madre sería feliz: nunca accedería a descargarse, no con su creencia en el alma, pero de este modo recuperaría a su hijo durante el resto de su vida. Y mi padre… Bueno, ya no iba a visitarlo. Jacob podría volver a verlo, a tratar con todas las emociones mezcladas, todo el dolor, toda la culpa. Y para cuando yo regresara a la Tierra, al cabo de décadas, mi padre habría muerto también. Además, si el Jacob en carne y hueso regresaba a la Tierra, Clamhead sería feliz. Tal vez, incluso Rebecca sería feliz.
Abrí mis labios artificiales para hablar, pero antes de que lo hiciera, intervino Karen.
—¡Absolutamente no! —dijo con aquel acento sureño suyo—. Yo tengo una vida allá abajo y ningún yo que quiera regresar desde aquí. Hay libros que quiero escribir, propiedades intelectuales que tengo que luchar para proteger y lugares a los que quiero ir… y quiero a Jake conmigo.
No me señaló de ningún modo, pero el simple uso de mi nombre como si yo fuera la única entidad posible a la que referirse de esa forma hizo que mi otro yo frunciera el ceño. Dejé que las palabras de Karen flotaran en el aire un momento, y luego le dije a la cámara:
—Ya has oído a la dama. No hay trato.
—No quieras presionarme —dijo Jacob.
—No, pero tampoco voy a seguir hablando así. Voy a acercarme al lunabús para verte. Cara a cara. —Hice una pausa, y luego, tras asentir con la cabeza, añadí—: De hombre a hombre.
—No —dijo mi otro yo—. No te dejaré entrar.
—Sí que lo harás —dije—. Te conozco.
40
El tubo plegable que conducía al lunabús era más sólido que los que se conectan a los aviones (tenía que ser hermético, al fin y al cabo), pero la apariencia general era similar. Una vez llegué a su extremo, me encontré con un problema. La compuerta externa del lunabús, situada en el blanco casco del aparato, tenía una ventanilla y estaba descubierta. Pero la puerta interior, la del otro lado de la pequeña cámara, tenía su propia ventana, y ésa estaba cubierta. No supe cómo hacer que mi otro yo supiera que había llegado.
Después de permanecer allí de pie medio minuto, con lo que sin duda era una expresión estúpida en el rostro, decidí llamar simplemente a la compuerta exterior, esperando que el sonido se transmitiera al interior.
Por fin, la cobertura de la ventanita interior se retiró un momento y vi la cara redonda y barbuda que había aprendido a identificar como la de Brian Hades, el jefe de Inmortex en la Luna. No oí lo que decía, pero le habló a alguien que tenía a su izquierda (presumiblemente a mi otro yo) y, un momento más tarde, la compuerta externa se abrió. Entré, la puerta exterior se cerró detrás de mí, y unos pocos segundos más tarde la puerta interna se abrió, revelando al Jacob Sullivan de carne y hueso que apuntaba con una extraña pistola chata al lugar donde habría estado mi corazón de haber tenido uno.
—Supongo que es una solución —dije, señalando la pistola—. Si te deshaces de mí, ya no habrá discusión sobre cuál de nosotros es la persona real, ¿no?
Él no había dicho nada todavía, pero la pistola tembló un poco en su mano. Los dos rehenes (Brian y la mujer blanca) nos miraron.
—Asististe a la conferencia de ventas de Inmortex —dije—. Debes saber que si me disparas al pecho no es probable que causes un daño que el doctor Porter y su equipo no puedan reparar. Y mi cráneo es de titanio reforzado con una malla de carbono-nanotubo. Se supone que puede sobrevivir a una caída desde un avión aunque el paracaídas no se abra. Si decides dispararme a la cabeza, yo en tu lugar tendría cuidado con el rebote.
Jacob continuó mirándome, y entonces, por fin, relajó su tenaza sobre la pistola.
—Siéntate —dijo.
—Lo cierto es que ya no tengo ninguna necesidad de sentarme, puesto que no me canso. Así que prefiero estar de pie.
—Bueno, pues yo voy a sentarme —dijo él. Caminó por el pasillo y ocupó el primer asiento de pasajeros, el que estaba detrás del mamparo que bloqueaba la cabina. Giró el asiento para mirarme, la pistola todavía en la mano. Brian Hades, que nos miraba ansioso, estaba sentado en la segunda fila, y la rehén en otro asiento, con los ojos tan abiertos que parecía un personaje de dibujos animados.
—Bien —dije—, ¿cómo vamos a resolver esto?
—Me conoces tan bien como yo —dijo Jacob—. No voy a rendirme.
Me encogí un poco de hombros.
—Yo estoy igual de decidido. Y soy quien tiene la razón de su parte; después de todo, no he tomado ningún rehén. Lo que tú estás haciendo está mal. Lo sabes. —Hice una pausa—. Podemos salir todos de aquí. Todo lo que tienes que hacer es soltar esa pistola.
Vi una expresión de esperanza asomar en el hermoso rostro de la mujer.
—Pretendo soltar la pistola —dijo Jacob—. Pretendo dejar marchar a esta gente… Por cierto, Jake, te presento a Brian Hades y a… a…
—¿Ni siquiera recuerda mi nombre? —dijo la mujer—. ¿Me está arruinando la vida y ni siquiera recuerda mi nombre?
La miré y traté de mostrar compasión en el rostro.
—Soy Jake Sullivan —dije.
Ella no respondió, así que la insté:
—¿Y usted es…?
—Chloé. —Miró a Jacob—. Chloé Hansen.
Encantado de conocerla no parecía la respuesta adecuada, así que me limité a asentir y me volví a mirar a Jacob, sentado en su asiento giratorio.
—¿Bien?
—Mira —respondió Jacob—. Sé que en el fondo estás de acuerdo conmigo. Crees que la vida biológica es más real. Déjame tener lo que quiero.
Fruncí el ceño. No tenía sentido negarlo. Él tenía razón: yo había creído eso. Pero eso había sido antes de descargar, antes de que yo… Sí, maldición, sí, antes de que me enamorara de Karen. Me sentía más vivo que nunca. Miré a Jacob, preguntándome si podría hacerle comprender eso. Naturalmente, él, yo, amaba a Rebecca, pero nunca habíamos permitido que nuestro amor floreciera, que se convirtiera en una relación.
—Ahora es diferente —dije—. Mis sentimientos han cambiado.
—Entonces nos hallamos en un callejón sin salida.
—¿Sí? Tarde o temprano tendrás que dormir.
Él no dijo nada.
—Además —añadí, intentando dar un levísimo paso hacia delante—, conozco todas tus debilidades.
Él miraba el suelo (creo que estaba cansado), pero alzó bruscamente la cabeza al oír eso.
—Conozco todas tus debilidades psicológicas —dije.
—Son también tus debilidades.
Asentí lentamente.
—Eso crees tú. Pero ¿sabes qué he aprendido y tú no, pobre y débil hijo de puta? He aprendido que cuando estás enamorado, y alguien te ama, no tienes ninguna debilidad. No importa lo que hayas hecho en el pasado, no importa lo que hayas sentido en los rincones más oscuros de tu mente. Virgilio dijo amor vincit omnia, y era un tipo bastante inteligente: el amor lo vence todo.