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De repente, sonó un pitidito.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—El videófono —contestó Jacob, señalando una unidad montada en la pared junto a la compuerta—. Atiéndelo.

Me acerqué al teléfono, busqué el botón de respuesta y lo pulsé.

En la pantalla apareció el rostro de Smythe.

—Lamento interrumpir —dijo—. Pero creo que querrán oír esto también. Hay una llamada de la Tierra. Es Deshawn Draper. Dice que el jurado ha decidido y…

—¡Ahora no! —exclamé.

Me volví hacia Jacob, pero no interrumpí la conexión. Smythe todavía debía de ser capaz de oírlo todo, aunque su campo de visión fuera limitado.

—Ya está, Jacob, ¿ves? —dije—. Tienes toda mi atención. Eres mi prioridad número uno. —Di un par de pasos hacia él, tratando de recuperar el terreno que había perdido para ir a responder el teléfono—. Terminemos esto de manera pacífica, ¿quieres?

—Claro —dijo Jacob—. Dame lo que quiero.

—No puedo. Tengo mi propia vida. Tengo a Karen. —No quería ser cruel, de verdad que no. Pero él nunca había visto con tanta claridad como yo veía ahora: todos los tonos, todos los colores, toda la gloria—. Además, no sabrías qué hacer con tu vida en la Tierra: nunca lo has sabido. Has seguido la corriente, viviendo del dinero familiar. Por el amor de Dios, Jake, en muchos aspectos has estado tan desconectado de la realidad como papá. Pero ahora lo veo, ahora lo veo todo. La vida no consiste en estar solo: consiste en estar con alguien.

—Pero hay alguien —dijo Jacob—. Está Rebecca.

—Ah, sí. Rebecca. ¿Quieres que se ponga al teléfono desde la Tierra?

—¿Qué? No.

—¿Por qué? ¿Avergonzado de lo que estás haciendo? ¿Temes que no te mire igual si se entera?

Jacob se agitó incómodo en su asiento.

—Porque yo sé lo que es que no te mire igual. Fui a verla después de haber descargado. No pudo mirarme a los ojos; se alejaba cada vez que me acercaba a ella. Ni siquiera pudo decir mi nombre.

—Eso fue a ti.

—También será a ti, si se entera de lo que has hecho aquí. ¿Crees que no va a preguntar qué pasó con el yo Mindscan? ¿Crees que lo olvidará todo? —Sacudí la cabeza—. No puedes ganar en esto, no puedes.

Jacob se puso lentamente en pie, pero no logró erguirse.

—¿Te encuentras bien? —pregunté.

Empuñaba la pistola en una mano y se frotaba la coronilla con la otra.

—¿Jacob? —Él dio un respingo; yo había olvidado cuánto puede contorsionarse un rostro de carne—. Jacob, Dios mío…

—Tú formas parte —siseó entre clientes—. Tú formas parte también.

—¿Parte de qué, Jacob? Sólo quiero ayudar…

—¡Mientes! Todos estáis contra mí.

—No —dije, lo más amablemente que pude—. No, Jacob, te pasa algo en el cerebro… pero es temporal.

Jacob me apuntó con la pistola, que se había convertido en una especie de prótesis suya.

—Te mataré —susurró.

Me encogí infinitesimalmente de hombros.

—No puedes.

—Entonces los mataré a ellos —dijo, haciendo oscilar la pistola entre Brian y Chloé.

—¡Jacob, no! Por el amor de Dios… Esto no es… No somos nosotros. ¡Sabes que no! Es un efecto secundario de la cura. El doctor Chandragupta puede arreglarlo. Suelta la pistola y todos podremos salir por esa compuerta.

Él volvió a dar un respingo y se dobló un poco más. Su gesto era una mueca burlona.

—¿Para que puedan meter mano en mi cabeza?

—No, Jacob. Nada de eso. Ellos sólo…

—¡Cállate! —gritó—. ¡Cierra el pico, joder! —Miró a izquierda y derecha—. Ya estoy harto de ti. ¡Estoy harto de todos vosotros! ¿Crees que puedes arrebatarme mi vida?

Extendí los brazos en gesto conciliador, pero no dije nada.

Él volvió a dar un respingo y gruñó.

—Dios…

—Jacob, por favor…

—No puedo ceder —dijo él, como si le estuvieran arrancando las palabras—. Ya no hay vuelta atrás.

—Claro que la hay. Jacob, deten lo que estás haciendo y…

Pero Jacob negó con la cabeza, alzó la pistola, apuntó al pecho de Chloé y…

¡Whooooosh!

Una enorme vaharada de aire escapando… de la cabina, tras la puerta cerrada situada justo delante de donde estaba Jacob. Se giró, y Chloé corrió a esconderse tras un asiento.

La puerta de la cabina parecía estanca; no había peligro si se rompía, aunque no hubiera nada más que duro vacío al otro lado. No era una puerta deslizante, sino con bisagras, como la puerta de la cabina de un avión, y parecía funcionar manualmente.

—Jacob —dije—. Yo no corro peligro si la presión de la cabina salta, pero tú y tus… invitados sí. Los tres deberíais meteros en la cabina, al menos.

Él no contestó. Sólo pude verle el blanco de los ojos; el sudor le perlaba la frente.

—De hecho —dije, tan amablemente como pude—, todos podríamos acercarnos a la compuerta, volver a Alto Edén y…

—¡No! —Fue más rugido animal que palabra—. Os mataré…

Otro whoooosh.

De repente, para mi absoluta sorpresa, la puerta de la cabina se abrió hacia dentro. Increíble: con el vacío al otro lado, hacía falta una fuerza increíble para empujar esa puerta. Chloé gritó, creo, pero el grito se perdió en el rugido del aire que escapaba. La puerta continuó abriéndose y…

¡Oh, Jesús!

Y Karen Bessarian entró en la cabina, su cabello sintético ondeando hacia atrás con el viento debido a la atmósfera que se evacuaba. En cuanto estuvo completamente dentro, soltó la puerta de la cabina, que se cerró violentamente tras ella.

Jacob se volvió, alzó su pistola de pitones y disparó justo al lugar donde habría estado el estómago de Karen. Un clavo de metal se hundió en su cuerpo, pero ella siguió avanzando, paso tras paso.

Jacob disparó otra vez, apuntando esta vez más alto. Otro clavo se hundió en su pecho, arrancando plastipiel, descubriendo silicona y silicio.

Pero Karen continuó avanzando y…

Y Chloé se agazapó como un gato, sin que Jacob la viera, y luego saltó y voló por los aires y aterrizó en la espalda de Jacob y se aferró a su cuello. Jacob disparó otro proyectil, pero éste falló y atravesó la puerta de la cabina como si fuera inexistente, creando un agujero de dos centímetros por el que el aire empezó a escapar.

Jacob no se detuvo. Apuntó a la cabeza de Karen y disparó otro tiro. El clavo la alcanzó, pero rebotó en su cráneo impenetrable. Seguí instintivamente el rebote del clavo, que chocó en el mamparo lateral, donde se alojó sin quebrarlo.

Volví mi atención hacia Karen… y abrí la boca conmocionado, e instintivamente traté de contener la respiración. La cuenca de su ojo izquierdo estaba destrozada y el ojo había desaparecido. Bajo un agujero irregular en la plastipiel se veía metal azul, y una especie de lubricante amarillo, como lágrimas de ámbar, le corría por ese lado de la cara.

Pero su voz, con acento de Georgia y todo, sonaba bien. —Deja a mi novio, y a todos los demás, en paz —dijo, todavía avanzando.

Brian Hades entró entonces en acción. Saltó, volando en horizontal, la coleta ondeando, y agarró a Jacob por las piernas. Chloé se soltó de Jacob cuando éste empezó a caer, y se escabulló.

De repente fui consciente de que había sangre por todas partes. Tardé un momento en comprender lo que pasaba: la nariz de Jacob había reventado con el cambio de presión de aire, y geiseres gemelos de escarlata (¡Dios, pero si la sangre es rojo brillante!) chorreaban de sus fosas nasales. Cristo, si no lo hubieran curado del síndrome de Katerinsky, el cambio de presión probablemente lo habría matado.