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Jacob estaba tendido en el duro suelo. Karen había cubierto la distancia que los separaba y se agachaba. Le agarró la muñeca derecha con la mano izquierda y la pistola chata con la mano derecha. Jacob no quería soltarla y…

Hubo un chasquido audible por encima del siseo del aire, y me di cuenta de que Karen había roto al menos un hueso de la mano de Jacob mientras le arrancaba la pistola. Miró el arma con disgusto y la arrojó a un lado; la pistola rebotó en la tapicería de uno de los asientos, y luego cayó a cámara lenta.

Jacob alzó la mano y agarró una de las pantorrillas de Karen. Pude ver la agónica expresión de su cara mientras lo hacía; el hueso roto de su mano derecha debía de estar torturándolo. Pero empujó la pantorrilla de Karen con todas sus fuerzas, y con la gravedad lunar eso fue suficiente para que ella se tambaleara adelante y atrás como un tronco.

De repente Jacob se puso en pie y corrió hacia la pistola. Brian se agachó y saltó, surcó la cabina, chocó con él y los dos volvieron a caer. Me abalancé hacia delante, tratando de ayudar a Brian, mientras Chloé me adelantaba por el otro lado. Brian logró ponerse en pie, y Jacob también, pero ignoró a Brian y en cambio centró su atención en Chloé, quien…

Mi inexistente corazón se detuvo un segundo; creo de verdad que lo hizo.

Chloé había empuñado el arma y la disparó directamente al centro del pecho de Jacob.

La boca de Jacob formó una de esas «oes» imperfectas que hacen los biológicos, sus ojos daltónicos y defectuosos se abrieron de par en par y una nueva mancha escarlata se unió a las otras que ya había en su camisa. Se tambaleó hacia atrás y…

Oh, Dios…

Y, en una repetición exacta de lo que le había sucedido a papá, se desplomó en uno de los sillones giratorios, y el sillón rotó media vuelta, y el Jacob John Sullivan nacido de hombre y mujer dejó de existir.

41

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté, después de salir del lunabús y de que todo el alboroto se acabara.

—¿Hacer qué? —dijo Karen.

—Irrumpir en la cabina. Y luego abrir la puerta contra la presión del aire.

—Lo sabes —dijo Karen, mirándome con su único ojo intacto. —No, no lo sé.

—¿No seleccionaste la opción de superfuerza?

—¿Qué? No.

Karen sonrió.

—Oh. Bueno, pues yo sí.

Asentí, impresionado.

—Recuérdame que no te haga enfadar.

—«Señor McGee, no me haga enfadar. No le gustaré cuando estoy enfadada» —dijo Karen.

—¿Qué?

—Lo siento. Otro programa de televisión que tengo que mostrarte.

—Me muero de ganas de… ¡Eh! Antes he cortado a Deshawn. ¿Sabes el veredicto?

—¡Oh, Dios! Me había olvidado. No, el jurado entraba en la sala cuando llamó. Todavía no habían leído el veredicto. Vamos a llamarlo.

Hicimos que Smythe nos llevara al centro de comunicaciones y llamamos al móvil de Deshawn usando un teléfono con altavoz para que todos pudiéramos oír. Contactar con alguien en la Tierra, con la intervención de operadores humanos, resultó un proceso complejo: no sabía que esas cosas siguieran existiendo. Pero por fin el teléfono de Deshawn sonó.

—Deshawn Draper —dijo, a modo de saludo, y luego, después de un segundo—. ¿Hola? ¿Hay alguien?

—¡Deshawn! Soy Karen, desde la Luna… Disculpa el lapso temporal. ¿Cuál es el veredicto?

—Oh, ¿ahora te interesa? —dijo Deshawn, un poco picado.

—Lo siento, Deshawn —dije yo—. Han pasado muchas cosas. Mi yo biológico ha muerto.

Una pausa, de más tiempo del necesario.

—Oh, vaya —dijo Deshawn—. Lo siento mucho. Debes sentirte…

—¡El veredicto! —exclamó Karen—. ¿Cuál ha sido el veredicto?

—… fatal. Ojalá… Oh, ¿el veredicto? Chicos, lo siento. Perdimos. Tyler ha ganado.

—Dios —dijo Karen, y luego en voz más baja—. Dios…

—Naturalmente, apelaremos —respondió Deshawn—. Mi padre ya ha empezado a trabajar en el papeleo. Llevaremos el caso hasta el Tribunal Supremo. Este tema es importante…

Karen siguió hablando con Deshawn. Yo me acerqué a una ventana y contemplé el árido paisaje lunar, lamentando no poder ver la Tierra desde allí.

Brian Hades estaba entusiasmado por haber dejado de ser rehén y Gabe Smythe también parecía feliz porque todo había terminado.

Excepto que no había terminado. Todavía había un asunto más que resolver.

Karen estaba hablando con el Malcolm Draper biológico, pidiéndole consejo para la apelación. Aunque en teoría el Malcolm biológico y el Mindscan debían de tener los mismos puntos de vista, en la práctica sus opiniones podían haber divergido… Aunque, desde luego, no era probable que tanto como la mía y la de Jacob.

Mientras Karen conversaba, fui al edificio de administración de Alto Edén y me encaré con Hades y Smythe. Hades se hallaba detrás de su escritorio en forma de riñon y Smythe estaba de pie tras él, apoyado sin esfuerzo, como podía hacerse en esta gravedad, contra un gabinete.

—Sé que han hecho otras instalaciones mías —dije simplemente, plantándome ante ellos—. Algunas en la Tierra, y al menos una aquí, en la Luna.

Hades se dio media vuelta y Smythe y él se miraron: el hombre alto con barba blanca y coleta, y el bajito con su tez florida y su acento británico.

—Eso no es cierto —dijo Hades por fin, girándose hacia mí. Asentí.

—La primera táctica de la dirección de empresas, en cualquier mundo: miente. Pero no va a funcionar hoy. Estoy seguro. He estado en contacto con las otras instalaciones.

Smythe entornó los ojos.

—Eso no es posible.

—Sí que lo es —dije—. Por una especie de… enlace, creo. —Los dos hombres reaccionaron con sorpresa a la palabra—. Y sé que les han estado ustedes haciendo cosas, a sus mentes. La pregunta que quiero que me respondan es por qué.

Hades no dijo nada, ni tampoco Smythe.

—Muy bien, déjenme que les diga lo que creo que están haciendo. Me enteré en el juicio que en filosofía existe un concepto: el llamado «zombi». No exactamente como los zombis del vudú; ésos son personas reanimadas. No, un zombi filosófico es un ser que parece y actúa igual que nosotros pero no tiene conciencia, ninguna conciencia propia. Incluso así, puede ejecutar tareas complejas de alto nivel.

—¿Sí? —dijo Smythe—. ¿Y?

—«Parece que eres el único que sabe/cómo es ser yo.»

—Lo siento —dijo Smythe—. ¿Está usted cantando?

—Eso intentaba. Es una estrofa del tema de una vieja serie de televisión llamada Friends. Era uno de los programas favoritos de Karen. Y es adecuado. Ser yo es ser como algo: ésa es la verdadera definición de conciencia. Pero para los zombis no es así. No son nadie. No sienten dolor ni placer, aunque reaccionan como si lo sintieran.

—Se dará usted cuenta —dijo Smythe— de que no todos los filósofos creen que esas entidades sean posibles. John Searle estaba a favor, pero Daniel Dennett no creía en ellas.

—¿Y usted qué cree, doctor Smythe? Es el psicólogo jefe de Inmortex. ¿Qué cree? ¿Qué cree Andrew Porter?

—No conteste —dijo Hades, mirando por encima del hombro— Ya no soy rehén, Gabe… Si valora su trabajo, no responda a eso.

—Entonces responderé yo —dije—. Creo que aquí en Inmortex sí que creen en los zombis. Creo que están experimentando con copias de mi mente, intentando producir seres humanos sin conciencia.

—¿Para qué? —preguntó Smythe.

—Para… todo. Para trabajar como esclavos, para ser juguetes sexuales. Lo que usted diga. Las personas religiosas dirían que son cuerpos sin alma; los filósofos dirían que existen sin ser auto-conscientes… sin saber que existen, sin que haya nadie en casa entre sus orejas. El mercado de descargar conciencias puede que sea enorme, pero el de trabajo robótico inteligente lo es aún más. Nadie ha encontrado un medio de crear verdadera inteligencia artificial, hasta ahora… y su proceso Mindscan lo hace por el método más sencillo posible: duplicando exactamente una mente humana. Vi aquel programa con Sampson Wainwright en la tele hace un montón de años… Las dos entidades, tras las cortinas. Sus copias son exactas… pero eso no es lo que querían, ¿no?