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»No, querían la inteligencia de los humanos sin la auto-conciencia, sin que fueran igual que nada. Quieren esos zombis… seres pensantes que pueden ejecutar incluso las tareas más complejas sin equivocarse y sin quejarse ni aburrirse jamás. Y por eso están experimentando con copias pirata de mi mente, tratando de extraer las partes que son conscientes para producir zombis.

Smythe sacudió la cabeza.

—Créame, no se trata de nada tan terrible como lo que usted propone.

—Gabe —dijo Brian Hades, en voz baja pero severa.

—Es mejor saber la verdad que creer algo peor —dijo Smythe.

Hades lo pensó largamente, el rostro redondo y barbudo impasible. Por fin, casi imperceptiblemente, asintió.

Pero ahora que tenía permiso, Smythe parecía no saber qué decir. Frunció los labios y pensó durante varios segundos.

—¿Sabe quién es Phineas Gage?

—¿El tipo de La vuelta al mundo en ochenta días? —aventuré.

—Ése era Phileas Fogg. Phineas Gage era un trabajador del ferrocarril. En 1848, un tornillo de hierro le atravesó la cabeza abriéndole un agujero de nueve centímetros de diámetro.

—No es una forma agradable de morir.

—En efecto —dijo Smythe—. Pero no murió. Vivió una docena de años más.

Alcé las cejas, que todavía me tropezaban un poco, maldición.

—¿Con un agujero así en la cabeza?

—Sí. Naturalmente, su personalidad cambió… Lo cual nos enseñó mucho sobre cómo se creaba la personalidad en el cerebro. De hecho, mucho de lo que sabemos sobre el funcionamiento cerebral se basa en casos como el de Phineas Gage: accidentes extraños y notorios. La mayoría de ellos son casos únicos: sólo hay un Phineas Gage y podría haber varios motivos por los que lo que le pasó a él no es lo típico que le sucedería a la mayoría de la gente con ese tipo de lesión cerebral. Pero nos basamos en su caso, porque éticamente no podemos duplicar las circunstancias. O no podíamos, hasta ahora.

Me sentí mortificado.

—¿Entonces están dañando deliberadamente los cerebros de mis versiones sólo para ver qué pasa?

Smythe se encogió de hombros como si se tratara de un asunto sin importancia.

—Exactamente. Espero convertir los estudios sobre la conciencia en una ciencia experimental, no un juego de azar. La conciencia lo es todo: es lo que da forma y significado al universo. Nos debemos a nosotros mismos su estudio… descubrir por fin qué es, y por qué es algo ser consciente.

—Eso es monstruoso —dije con un hilo de voz.

—Los psicólogos han sido incapaces de probar sus teorías, excepto de manera tangencial —dijo Smythe, como si no me hubiera escuchado—. Estoy elevando la psicología de los pantanos de las ciencias inexactas al reino de lo exacto… dándole la misma precisión que tiene la física de partículas, por ejemplo.

—¿Con copias mías?

—Son sobras, como los embriones de más producidos en la fertilización in vitro.

Sacudí la cabeza, horrorizado, pero Smythe seguía imperturbable.

—¿Sabe qué he descubierto? ¿Tiene la menor idea? —Sus cejas habían escalado hasta su frente rosa—. Puedo desconectar la formación de la memoria a largo plazo; desconectar la formación de la memoria a corto plazo; darle memoria fotográfica y eidética; volverlo religioso; retardar su sentido del tiempo; darle un sentido del tiempo perfecto; darle una conciencia fantasma de la cola que tenía en el vientre. Sin duda pronto desentrañaré las adicciones, lo que hará a la gente inmune a ellas. Podré hacer que procesos normalmente autónomos como el ritmo cardiaco queden bajo el control consciente. Podré dar a los adultos la habilidad sin esfuerzo que tienen los niños para aprender nuevos idiomas.

»¿Sabe lo que sucede cuando se extraen la glándula pineal y el área de Broca? ¿Cuando se separa por completo el hipocampo del resto del cerebro? ¿Cuando se hace una transformación, de modo que lo que está normalmente codificado en el hemisferio izquierdo se marca en el lado derecho del cuerpo, y viceversa? ¿Qué ocurre cuando despiertas a una mente humana en un cuerpo que tiene tres brazos, o cuatro? ¿O tiene dos ojos situados en lados opuestos de la cabeza, uno mirando al frente, otro mirando atrás?

»Yo sé esas cosas. Sé más de cómo funciona la mente que Descartes, James, Freud, Pavlov, Searle, Chalmers, Nagel, Bonavista y Cho juntos. ¡Y no he hecho más que empezar mi investigación!

—Jesús —dije—. Jesús. Tiene que parar. Lo prohíbo.

—No estoy seguro de que tenga poder para eso —respondió Smythe—. Usted no creó su mente; no está sometida a copyright. ¡Además, piense en el bien que estoy haciendo!

—¿Bien? Está usted torturando a esa gente.

Smythe parecía impertérrito.

—Estoy haciendo una investigación necesaria.

Antes de que yo pudiera contestar, Brian Hades habló por primera vez en varios minutos.

—Por favor, señor Sullivan. Usted es el único que puede ayudarnos.

—¿Por qué yo? ¿Es porque soy joven?

—En parte, sí —dijo Hades—. Pero sólo en una pequeña parte.

—¿Qué más hay?

Hades me miró, y Smythe miró a Hades.

—Se reinició usted espontáneamente —dijo Hades—. Nadie más lo ha hecho.

Yo estaba completamente desconcertado.

—¿Qué?

—Si usted, como descargado, pierde la conciencia, no se acaba ahí —dijo Hades—. Más bien su conciencia vuelve por voluntad propia. Ningún otro Mindscan ha hecho eso.

—Yo no he perdido la conciencia. No desde que me descargué.

—Sí que lo ha hecho —dijo Hades—. Casi en cuanto fue creado. ¿No se acuerda? ¿En nuestras instalaciones de Toronto?

—Yo… Oh.

—¿Recuerda? —dijo Smythe, enderezándose—. Hubo un momento en que algo salió mal. Porter se dio cuenta… y se quedó sorprendido.

—No entiendo. ¿Qué tiene de sorprendente?

Smythe extendió los brazos como si fuera obvio.

—¿Sabe por qué los Mindscans no duermen nunca?

—No estamos sometidos a la fatiga —dije—. No nos cansamos.

Smythe sacudió la cabeza.

—No. Oh, eso es cierto, pero no es el motivo. —Miró a Hades, como dándole una oportunidad para que lo interrumpiera, pero Hades se encogió de hombros, pasando la pelota a Smythe.

—Todos hemos estado siguiendo el juicio desde aquí arriba, naturalmente —dijo Smythe—. Vio usted el testimonio de Andy Porter, ¿verdad?

Asentí.

—Y habló de las diferentes teorías de cómo se despiertan las conciencias, ¿recuerda? ¿Cuáles eran las correlaciones físicas?

—Claro. La conciencia podría ser cualquier cosa, desde redes neuronales hasta…

—Hasta autómatas celulares en la superficie de los microtúbulos que componen el citoesqueleto del tejido neuronal —dijo Smythe—. Porter es un buen miembro de la compañía; hizo que pareciera como si todavía fuera una cuestión pendiente de solución. Pero no lo es… aunque aquí en Inmortex somos los únicos que lo sabemos. La conciencia son los autómatas celulares… Ahí está imbuida. Sin ninguna duda.

Asentí.

—Vale. ¿Y?

Smythe inspiró profundamente.

—Con el proceso Mindscan, conseguimos una instantánea cuántica perfecta de su mente en un momento dado del tiempo: cartografiamos exactamente la configuración de, por usar la metáfora de Porter, los píxeles blancos y negros que componen los campos de autómatas celulares que cubren los microtúbulos de su tejido cerebral. Es una instantánea cuántica exacta. Pero eso es todo lo que es un Mindscan… una instantánea. Y no lo bastante buena. La conciencia no es un estado, es un proceso. Para que nuestra instantánea se vuelva conciencia, esa instantánea tiene que convertirse espontáneamente en un fotograma, en una película, una película que crea su propia historia sin guión, desplegándose hacia el futuro.