Выбрать главу

El lector habrá advertido que sólo hablo de manera muy general sobre mis relatos rusos de los años veinte y treinta, porque supongo que los conocerá bastante o que podrá encontrarlos fácilmente en las traducciones al inglés. Sin embargo, desearía explicar algo sobre El audaz(su título original era Podarok Otchizne, que puede traducirse como "la ofrenda a la patria"). En 1934, cuando empecé a dictar su comienzo a Annette, sabía que sería mi novela más larga. Pero ignoraba que resultaría casi tan larga como el presuntuoso e infame novelón "histórico" del general Pudov sobre cómo los Sabios de Sión usurparon la Santa Rusia. Me llevó cuatro años escribir sus cuatrocientas páginas, muchas de las cuales Annette pasó a máquina por lo menos dos veces. Todo el relato ya se había publicado por entregas en revistas émigréesen mayo de 1939, cuando Annette y yo, aún sin hijos, viajamos a los Estados Unidos. Pero el original ruso sólo apareció en forma de libro en 1950 (Turgenev Publishing House, Nueva York); diez años después salió la traducción inglesa, cuyo título, The Dare, se refiere no sólo al conocido ardid empleado para desconcertar a los tontos, sino también a la índole temeraria, daredevil, de Victor, el héroe y en parte narrador de la novela.

El audazempieza con la nostálgica evocación de una niñez rusa (mucho más feliz, aunque no menos opulenta que la mía). Sigue la adolescencia en Inglaterra (no muy distinta de mis años en Cambridge). Después, la vida en el París emigré, la elaboración de una primera novela ( Memorias de un criador de loros) y la divertida maquinación de varias intrigas literarias. En la parte central se incluye una versión completa del libro que Victor escribió "por un desafío": una concisa biografía y un análisis crítico de Fyodor Dostoyevski, cuyas ideas políticas mi personaje detesta y cuyas novelas condena por absurdas, con sus asesinos de barbas negras presentados como negaciones de la imagen convencional de Jesucristo y con sus prostitutas lacrimógenas, tomadas de los novelones sensibleros de épocas anteriores. El capítulo siguiente muestra la ira y la perplejidad de los comentaristas emigres, todos ellos sacerdotes de la persecución dostoyevskiana. En las últimas páginas, mi joven héroe acepta el desafío de una relación sentimental y se lanza a una última, gratuita hazaña: atraviesa una peligrosa selva para entrar en el territorio soviético y regresar de él con la misma indiferencia.

Hago este resumen para ejemplificar lo que sin duda el menos sagaz de mis lectores es capaz de retener, a menos que la electrólisis destruya algunas células esenciales no bien cierre el libro. Ahora bien: el frágil encanto de Annette provenía en parte de esa capacidad suya para olvidar, que lo velaba todo en un constante crepúsculo, a semejanza de la bruma color pastel que borra montañas, nubes y hasta su propia vaporosidad a medida que el día estival se desvanece. Sé que vi a Annette muchas veces con un ejemplar de Patriaen su lánguido regazo, siguiendo las líneas impresas con el movimiento pendular de los ojos que sugiere la lectura, y que llegaba hasta el "Continuará" que cerraba las entregas de El audaz. También sé que escribió a máquina cada palabra de la obra y casi todas sus comas. Sin embargo, no retuvo nada de ella, quizá porque decidió que mi prosa no era tan sólo "difícil", sino hermética ("de un repelente hermetismo", para repetir el cumplido que Basilevski me hizo en el instante en que se dio cuenta —instante que llegó a su debido tiempo— de que en el tercer capítulo mi dichoso Victor ridículizaba su mentalidad y su modo de ser). Debo decir que perdoné de buen grado la actitud de Annette ante mi obra. Durante las lecturas públicas admiré su sonrisa pública, la sonrisa "arcaica" de las estatuas griegas. Cuando sus padres, bastante temibles, quisieron ver mis libros (como urvmédico receloso que pide una muestra de semen), Annette les dio por equivocación la novela de otro autor, confundida por la semejanza de los títulos. La única vez que experimenté una verdadera conmoción fue cuando la oí informar a una idiota amiga suya que mi novela El audazincluía biografías de "Chernolyubov y Dobroshevski". Y hasta empezó a discutir cuando contesté que sólo un chiflado habría elegido un par de publicistas de tercer orden para escribir sobre ellos, y para colmo mezclando sus nombres.

6

En el trascurso de mi larga vida he comprobado —o creo haber comprobado— que cuando estaba a punto de enamorarme (o cuando todavía ignoraba que me había enamorado) tenía un sueño en el cual se me presentaba una latente amada, envuelta en la penumbra del alba y en un escenario algo pueril, entre ciertas agitaciones que conocí durante mi adolescencia, mi juventud, mi locura y mis voluptuosidades de viejo agonizante. La sensación de que ese sueño se repetía ("creo haber comprobado") quizá sea engañosa: por ejemplo, tal vez haya tenido ese sueño una o dos veces ("en el trascurso de mi larga vida") y su familiaridad sea tan sólo la del cuentagotas que llega con las gotas. El lugar donde ocurre el sueño, en cambio, no es un cuarto conocido, sino uno de esos que nos recuerdan las habitaciones en que, de niños, nos despertábamos después de una fiesta de Navidad o una fiesta del día de San Juan, en una gran casa perteneciente a extraños o a primos lejanos. La impresión es que las camas, dos camitas en este caso, han sido trasladadas y puestas cada una contra las paredes opuestas de un cuarto que no es un dormitorio, en realidad. Un cuarto sin otros muebles que esas dos camas separadas: los dueños de casa son perezosos o económicos, como ocurre en mis sueños, así como en los relatos primitivos.

En una de las camas acabo de despertar de un sueño secundario o que sólo ha consistido en fórmulas trilladas; en la cama que está contra la pared de la derecha (el sueño también suministra orientación), una chica, una variante de Annette más joven, más esbelta, más alegre en esta versión de la historia (que sucede en el verano de 1934 y, según mis cálculos, durante el día) habla consigo misma en voz baja y alegremente. En realidad, según advierto con una deliciosa aceleración de las pulsaciones en mis zonas inferiores, finge hablar o sólo habla para mí, para que repare en ella.