Выбрать главу

Bel y su madrastra dejaron de hablarse; cuando era necesario, se comunicaban por señas: Louise, por ejemplo, apuntaba dramáticamente hacia el inexorable reloj y Bel negaba dando ligeros golpes en el cristal de su fiel reloj pulsera. Perdió todo su afecto hacia mí, esquivándome cuando intentaba una leve caricia. Adoptó de nuevo la expresión ausente que desdibujaba sus rasgos cuando llegó de Rosedale. Camus reemplazó a Keats. Sus calificaciones empeoraron. Dejó de escribir poesía. Un día en que Louise y yo preparábamos las valijas para nuestro próximo viaje a Europa (Londres, París, Pisa, Stresa y, en letras más chicas, Larive), tomé unos viejos mapas —Colorado, Oregón— de la "mejilla" de seda interior de una valija y en el momento en que mi secreto apuntador murmuró su " shcheka", encontré un poema de Bel escrito mucho antes de la intrusión de Louise en su confiada juventud. Pensé que a ella le haría bien leerlo y le tendí esa página de cuaderno (con los bordes desgarrados, pero aún mía) donde había estos versos escritos con lápiz:

A los sesenta, cuando mire hacia atrás,

selvas y colinas ocultarán

el valle, la fuente, la arena

y las huellas de un pájaro sobre ella.

Ya nada veré con mis ojos viejos,

pero sabré que la fuente allá estaba.

¿ Cómo es posible, entonces,

que cuando miro hacia atrás, a los doce

(¡ un quinto del lapso!),

sin duda con vista más aguda

y sin obstáculos en medio,

no pueda siquiera imaginar

aquel tramo de arena húmeda

y el pájaro caminando sobre ella

y el brillo de mi fuente?

—Es de una pureza que casi recuerda a Pound —observó Louise, cosa que me disgustó, porque consideraba a Pound un farsante.

7

Una dama suiza que enseñaba en el Departamento de Literatura Francesa de Quirn recomendó a Louise en el otoño de 1957 el Château Vignedor, la encantadora escuela de Bel, en una encantadora colina a trescientos metros sobre la encantadora Larive, junto al Ródano. Había otras dos escuelas de la misma índole que convenían a Bel, pero Louise se decidió por Vignedor a causa de una observación dicha al pasar no por su amiga suiza, sino por una muchacha en una agencia de viajes, quien resumió las características de la escuela en una frase: "Muchas princesas tunecinas."

Vignedor ofrecía cinco asignaturas principales (Francés, Psicología, Savoir-vivre, Couture, Cuisine), varios deportes (bajo la dirección de Christine Dupraz, famosa esquiadora) y doce clases suplementarias (capaces de retener a las muchachas más feas hasta que se casaran) que incluían Ballet y Bridge. Otro supplément—muy apropiado para huérfanos y niñas que nadie echaba de menos— era un trimestre estival, que llenaba la última parte del año con excursiones y estudios de la naturaleza. Algunas chicas afortunadas podían seguir ese curso alojándose en casa de la directora, Madame de Turm. Era un chalet alpino a unos mil doscientos metros sobre Vignedor. "Su luz solitaria, que titila en un negro repliegue de las montañas —decía el prospecto en cuatro idiomas— puede verse desde el Château en las noches claras." También había una especie de campamento para niños locales con diferentes clases de anormalidades, dirigido por la directora de deportes, que tenía aficiones médicas.

1957, 1958, 1959. A veces, en raras ocasiones, ocultándome de Louise —que se oponía a los veinte monosílabos espaciados de Bel por los que pagábamos cincuenta dólares—, la llamaba desde Quirn. Pero después de unos cuantos llamados recibí una breve nota de Madame de Turm en que me pedía que no perturbara a mi hija telefoneándole. Entonces me aislé en mi oscuro caparazón. ¡Oscuro caparazón, oscuros años de mi corazón! Por curiosa coincidencia, esa fue la época en que escribí Un reino junto al mar, mi novela más intensa, más regocijante, de más éxito comercial. Sus exigencias, su fantasía, la complicada elaboración de sus imágenes compensaron en cierto modo la ausencia de mi adorada Bel. Además, me hizo reducir mi correspondencia con ella (cartas llenas de afecto y de chismes, terriblemente artificiales, que Bel apenas se tomaba la molestia de contestar). Más asombroso, desde luego, más incomprensible para mí en la dolorosa perspectiva del recuerdo fue el efecto que ese entretenimiento mío tuvo en el número y extensión de nuestras visitas, entre 1957 y 1960, año en que Bel se escapó con un joven norteamericano progresista y de barba rubia. No hace pocos días, al examinar estas notas, me asombró comprobar que sólo vi a "mi adorada Bel" cuatro veces en tres veranos, y que sólo dos de nuestras visitas duraron tanto, como un par de semanas. Debo agregar, sin embargo, que ella se negó resueltamente a pasar sus vacaciones en casa. Es evidente que nunca debí mandarla a Europa. Hubiera sido mejor calcinarme en mi casa infernal, entre una mujer pueril y una niña sombría.

El trabajo en mi novela también afectó mis costumbres conyugales, convirtiéndome en un marido menos apasionado y más indulgente: permití a Louise que hiciera viajes de sospechosa frecuencia para consultar fuera de la ciudad a oculistas desconocidos y la desatendí por culpa de Rose Brown, nuestra bonita criada, que se daba tres baños por día y pensaba que los calzones con volados negros "estimulaban a los tipos''.

Pero lo peor de todo fueron los estragos que mi trabajo causó en mis clases. Como Caín, sacrifiqué a mi novela las flores de mis veranos y corrió Abel las ovejas de mi universidad. A causa de ella, llegó a su última etapa el proceso de mi desencarnación. Corté los últimos vestigios de comunicación interhumana: no sólo desaparecí de las aulas, sino que grabé todo mi curso para que el Circuito Cerrado de la Universidad lo hiciera llegar a los cuartos de estudiantes con auriculares. Corrió el rumor de que estaba a punto de renunciar. Un anónimo aficionado a los juegos de palabras escribió en 1959 en la revista de la Universidad: "Con júbilo hemos sabido que antes de jubilarse ha pedido un aumento de sueldo."