– ¡Tu local está a reventar! -dijo Mathias-. Veo que te van bien los negocios.
Antoine le asestó un golpe con el pie por debajo de la barra. Yvonne volvió a irse sin decir palabra.
– ¿Qué pasa? ¿Ya he dicho algo inconveniente?
– Tiene muchas dificultades para ganarse la vida. Por la noche, casi no hay nadie -dijo Sophie mientras servía a Antoine.
– La decoración es un poco antañona, debería hacer reformas.
– ¡Te has convertido en un experto decorador!
– Lo digo para ayudar. Es evidente que no es muy reciente.
– Y según tú, ¿de cuándo es? -replicó Antoine, encogiéndose de hombros.
– Sois un par de críos puñeteros.
– Podrías ocuparte de la renovación, ¿es tu trabajo, no? -repuso Mathias.
– Yvonne no tiene medios y detesta los créditos, es de la vieja escuela -respondió Sophie-. Y no se equivoca, ¡ojalá yo pudiera librarme de los míos!
– Entonces ¿no hay nada que hacer? -insistió Mathias.
– ¿Y si comieras y te callaras durante cinco minutos? -dijo Antoine.
De vuelta al despacho, Antoine se dedicó a recuperar el retraso acumulado durante la semana. La llegada de Mathias había perturbado un poco el transcurso de los días. Las primeras horas de la tarde se esfumaron; el sol empezaba a ponerse tras las grandes ventanas, y Antoine miró su reloj. Tras el tiempo que le llevó ir a buscar a su hijo a la escuela y hacer algunas compras, llegó a su casa para preparar la cena.
Louis puso la mesa y se instaló en el pequeño despacho para hacer sus deberes, mientras Antoine cogía fuerzas para cocinar escuchando distraído el reportaje que emitía TV5 en la televisión del salón. Si Antoine hubiera alzado la vista, probablemente habría reconocido a la joven mujer que había conocido horas antes en la librería de Mathias.
Valentine llegó la primera en compañía de su hija; Sophie llamó unos minutos más tarde, y Mathias, como buen vecino, llegó el último. Todos ocuparon su lugar en la mesa, excepto Antoine, que seguía entre los pucheros. Con un delantal, sacó un plato quemando del horno y lo dejó sobre la superficie de trabajo de la cocina. Sophie se levantó para ayudarlo, y Antoine le tendió dos platos.
– Las chuletas con judías verdes son para Emily; el plato de puré, para Louis. Tus almejas estarán listas en dos minutos, y el hachís parmentier [2]* de Valentine ya sale.
– ¿Y para la 7 que hay? -preguntó ella burlona.
– Lo mismo que para Louis -respondió concentrado Antoine.
– ¿Tienes pensado cenar con nosotros? -preguntó Sophie al volver a la mesa.
– Sí -prometió Antoine.
Sophie lo miró unos instantes, pero Antoine la llamó al orden: el puré de Louis iba a enfriarse. Él se resignó a abandonar sus dominios en la cocina el tiempo justo para llevar los platos de Mathias y de Valentine. Los dejó frente a cada uno y esperó sus reacciones. Valentine se extasió ante el suyo.
– No probarás nada mejor cuando estés en París -dijo él mientras regresaba a la cocina.
Antoine llevó enseguida las almejas de Sophie y esperó a que las probara antes de volver a los fogones.
– Ven a sentarte, Antoine -suplicó ella.
– Ya voy -respondió él con una esponja en la mano.
Los platos de Antoine encantaban a los comensales, pero su plato seguía intacto. Yendo y viniendo a cada momento, apenas participaba en las conversaciones que animaban la velada. Como a los niños se les cerraban los ojos, Sophie se ausentó el tiempo que le llevó subir a acostarlos. Louis se quedó dormido en brazos de su madrina, antes incluso de que ella hubiera tenido tiempo de arroparlo. Se fue de puntillas y volvió sobre sus pasos, incapaz de refrenar las ganas de una nueva tanda de besos. En sueños, el niño entreabrió los ojos y balbuceó una palabra que se parecía a «Darfour». Sophie le respondió «Duerme, mi amor», y salió dejando la puerta entreabierta.
De vuelta en el salón, lanzó una mirada discreta a Antoine, que estaba lavando los platos y había dejado a Valentine y Mathias discutiendo.
Sophie dudó sobre si volver a ocupar su sitio, pero Antoine avanzó hacia la mesa con un gran bol de espuma de chocolate.
– ¿Me darás algún día la receta? -preguntó Valentine.
– ¡Un día de estos! -respondió Antoine, que volvió a irse de inmediato.
La velada acabó; Antoine propuso que Emily se quedara a dormir, y él la acompañaría al día siguiente al colegio. Valentine aceptó de buen grado, no era necesario despertar a su hija. Era medianoche, muy tarde como para que Yvonne les hiciera una visita sorpresa, y todo el mundo se fue.
Antoine abrió la nevera, puso un trozo de queso en un plato, un pedazo de pan, y se instaló en la mesa para cenar al fin. Unos pasos resonaron en la escalera.
– Creo que me he dejado el móvil aquí -dijo Sophie al entrar.
– Lo he dejado en el mostrador de la cocina -respondió Antoine.
Sophie encontró su teléfono y se lo metió en el bolsillo. Miro atentamente el estropajo que estaba sobre el escurreplatos del fregadero, dudó durante un instante y lo cogió.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Antoine-. Estás rara.
– ¿Sabes cuánto tiempo has pasado con esto esta tarde? -dijo Sophie con voz apagada a la vez que agitaba el estropajo.
Antoine frunció el ceño.
– Te preocupabas por la soledad de Mathias -continuó ella-, pero ¿alguna vez has pensado en lo solo que estás tú?
Ella le tiró el estropajo, que aterrizó en medio de la mesa, y se fue.
Hacía una hora que Sophie se había ido. Antoine daba vueltas por el salón. Se acercó a la pared que daba a la casa de Mathias. Dio unos golpes, pero no obtuvo respuesta; su mejor amigo debía de dormir desde hacía mucho tiempo.
Un día, Emily le confiaría a su diario íntimo que la influencia de Sophie sobre su padre había sido determinante. Louis añadiría en el margen que estaba completamente de acuerdo con ella.
Capítulo 5
Valentine se enrolló la sábana alrededor del cuerpo y se sentó a horcajadas sobre Mathias.
– ¿Tienes cigarrillos?
– Ya no fumo.
– Yo sí -dijo ella mientras revisaba el interior de su bolso, que estaba a los pies de la cama.
Ella se acercó a la ventana, y la llama del mechero iluminó su rostro. Mathias no apartaba la mirada de ella. Le gustaba el movimiento de sus labios al fumar, el remolino de las bocanadas de humo.
– ¿Qué miras? -preguntó ella, con el rostro pegado a la ventana.
– A ti.
– ¿He cambiado?
– No.
– Es terrible lo mucho que voy a echar de menos a Emily.
Se levantó para reunirse con ella.
Valentine posó la mano sobre la mejilla de Mathias, acariciando la incipiente barba.
– Quédate -murmuró él.
Ella le dio una calada al cigarrillo, y la punta incandescente crepitó.
– ¿Me sigues queriendo?
– ¡Para!
– Olvida lo que acabo de decir.
– Olvida lo que acabo de decir, borra lo que he hecho, ¿qué es para ti la vida? ¿Un dibujo a lápiz?
– Si los lápices fueran colores, no sería tan malo.
– Madura, amigo mío.
– Si hubiera madurado, no te habrías enamorado de mí.
– Si lo hubieras hecho después, seguiríamos juntos.
– Quédate, Valentine, démonos una segunda oportunidad.
– Ése es nuestro castigo, tal vez a veces pueda ser tu amante, pero no tu mujer.
Mathias cogió el paquete de cigarrillos, dudó y lo dejó caer.
– No enciendas la luz -musitó Valentine.
Ella abrió la ventana e inspiró el aire fresco de la noche.
– Cojo el tren mañana -murmuró ella.
– Habías dicho que sería el domingo. ¿Te espera alguien en París?