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La pantalla del ordenador iluminaba la mesa donde estaba trabajando Antoine. Mathias se levantó la gabardina con mil precauciones. Con los zapatos en la mano, Mathias empezó a avanzar hacia la escalera cuando la voz de su compañero lo sobresaltó.

– ¿Tienes idea de la hora que es?

Antoine le lanzó una mirada inquisitoria. Mathias dio media vuelta y avanzó hasta la mesa de trabajo. Cogió una botella de agua mineral que estaba allí, se la bebió de un trago y la volvió a dejar a la vez que se forzaba a bostezar.

– Bueno, me voy -dijo Mathias mientras estiraba los brazos-. Estoy muy cansado.

– ¿Adonde vas exactamente? -preguntó Antoine.

– Pues a mi casa -respondió Mathias, señalándole el primer piso.

Volvió a coger su gabardina y se dirigió a la escalera, y, de nuevo, Antoine lo llamó.

– ¿Cómo te ha ido?

– Bien, al menos eso creo -respondió él sin saber muy bien de qué le estaban hablando.

– ¿Has visto a la señora Morel?

Con expresión tensa, Mathias se cerró el cuello de la gabardina.

– ¿Cómo lo sabes?

– Habrás estado, por supuesto, en la reunión de padres de alumnos, ¿sí o no?

– ¡Evidentemente! -dijo él con seguridad.

– Entonces, ¿has visto a la señora Morel?

– ¡Por supuesto que he visto a la señora Morel!

– ¡Perfecto! Y ya que te lo preguntabas, lo sé porque soy yo quien te pidió que fueras a verla -repuso Antoine con un tono voluntariamente falso.

– ¡Eso es! Exactamente, ¡tú me lo pediste! -exclamó Mathias, aliviado por percibir algo de luz al final de un túnel oscuro.

Antoine se levantó y empezó a andar de un lado a otro; las manos cruzadas en la espalda le daban un aire de profesor que no dejaba indiferente a su amigo.

– Así, has visto a la profesora de mi hijo, eso está bien. Ahora, concentrémonos; intenta hacer otro pequeño esfuerzo… ¿Me podrías hacer un pequeño resumen de la reunión de padres?

– Ah… ¿Por eso me esperabas? -preguntó Mathias con pretendida inocencia.

Por la mirada que le acababa de lanzar Antoine, Mathias comprendió que su margen de improvisación se reducía a cada secundo que pasaba. Antoine no guardaría la calma por mucho más tiempo, así que el ataque era la única defensa posible.

– Yo he ido como un mandando, no me pidas demasiado.,!Qué quieres que te cuente?

– Sería un buen comienzo empezar explicándome qué te ha contado la maestra…, e incluso un buen final, teniendo en cuenta la hora que es.

– ¡Todo va perfecto! Tu hijo es absolutamente perfecto en todos los aspectos. Su maestra incluso temió a principio de curso que fuera superdotado. Puede resultar halagador para los padres, pero muy difícil de sobrellevar; no obstante, puedes estar tranquilo, ya que Louis sólo es un alumno excelente. Pues ya está, ya te lo he dicho todo, sabes tanto como yo. Me he sentido tan orgulloso de él que incluso le he dejado creer que era su tío. ¿Estás contento?

– ¡Estoy en éxtasis! -dijo Antoine al tiempo que volvía a sentarse furioso.

– ¡Eres increíble! Te digo que tu hijo está en la cumbre de su carrera escolar, y a ti te importa un bledo. No eres nada fácil de satisfacer, viejo amigo.

Antoine abrió un cajón para sacar una hoja de papel, que empezó a agitar en el aire.

– ¡Estoy loco de alegría! Dado que soy padre de un niño que no llega al mínimo en historia y geografía, que tiene apenas un 11 en francés, y un 10 pelado en cálculo, me siento verdaderamente sorprendido y alabado por el comentario de su maestra.

Antoine dejó el boletín de notas de Louis sobre la mesa y lo empujó hacia la dirección de Mathias, que, dubitativo, se acercó, lo leyó y lo volvió a dejar enseguida.

– Pues es un error administrativo, no entiendo cómo ha podido pasárseles -comentó él con una mala fe que frisaba en la indecencia-. Bueno, me voy a acostar, te veo tenso y no me gusta cuando te pones así. ¡Que duermas bien!

Entonces, Mathias volvió a dirigirse con paso decidido a la escalera. Antoine volvió a llamarlo por tercera vez. Alzó la mirada al techo y se volvió de mala gana.

– ¿Y ahora qué?

– ¿Cómo se llama ella?

– ¿Quién?

– Eso me lo tienes que decir tú… La que te ha hecho faltar a la reunión de padres de alumnos, por ejemplo. ¿Es guapa al menos?

– ¡Mucho! -acabó por admitir Mathias, avergonzado.

– ¡Ya estamos! ¿Cómo se llama? -insistió Antoine.

– Audrey.

– Es bonito… ¿Audrey qué más?

– Morel -susurró Mathias con una voz apenas audible.

Antoine aguzó el oído con una pequeña esperanza de no haber oído bien el nombre que Mathias acababa de pronunciar. La preocupación se leía ya en sus rasgos.

– ¿Morel? ¿Algo así como señora Morel?

– Sí, algo así-dijo Mathias, terriblemente avergonzado esta vez.

Antoine se levantó y miró a su amigo, acogiendo con sarcasmo la noticia.

– Veo que cuando te pedí que fueras a la reunión, te lo tomaste muy a pecho.

– Bueno, ya sabía yo, no debería haberte dicho nada -dijo Mathias mientras se alejaba.

– ¿Perdón? -gritó Antoine-. ¿Has dicho algo? Aclárame una duda, ¿en la lista de tonterías posibles, crees que todavía podrías encontrar alguna que no hayas hecho, o ya las has agotado?

– Oye, Antoine, no exageremos, ¡he vuelto solo, e incluso antes de medianoche!

– Ah, ¿encima te jactas de no haber traído a la maestra de mi hijo a casa? ¡Formidable! Gracias, así no la verá demasiado ligera de ropa a la hora del desayuno.

Al no hallar otra opción que la huida, Mathias subió al primer piso. Cada uno de sus pasos parecía querer contestar a las reprimendas que le hacía Antoine.

– ¡Eres patético! -gritó él a su espalda.

Mathias levantó la mano en señal de rendición.

– Está bien, para. Alguna solución habrá.

Cuando Mathias entró en su habitación, escuchó a Antoine que, en la planta baja, todavía lo acusaba de tener muy mal gusto. Cerró la puerta, se acomodó en su cama y suspiró mientras se desabrochaba el cuello de su gabardina.

En su mesa, Antoine hundió una tecla de su ordenador. En la pantalla, un coche de Fórmula 1 quemaba el asfalto de la pista.

A las tres de la mañana, Mathias seguía dando vueltas en su habitación. A las cuatro, en calzoncillos, se sentó tras su escritorio colocado cerca de la ventana y empezó a mordisquear su bolígrafo. Un poco más tarde, redactó las primeras palabras de una carta que iba dirigida a la atención de la señora Morel. A las seis, la papelera recibía el undécimo borrador que Mathias desechaba. A las siete, con el cabello enredado, releyó una última vez su texto y lo metió en un sobre. Los peldaños de la escalera crujían; Emily y Louis bajaban ya a la cocina. Con la oreja pegada a la puerta, alcanzó a oír los ruidos del desayuno, y cuando oyó a Antoine llamar a los niños para ir a la escuela, se puso un albornoz y se precipitó a la planta baja. Mathias atrapó a Louis en el portal. Le dio la carta, pero antes de tener tiempo de explicar de qué se trataba, Antoine cogió la carta y les pidió a Emily a Louis que fueran a esperarlo un poco lejos.

– ¿Qué es esto? -le preguntó a Mathias a la vez que agitaba el sobre.

– Una carta de ruptura. Es lo que querías, ¿no?

– ¿No puedes encargarte tú mismo de tus líos? ¿Tienes que mezclar a los niños en esto? -susurró Antoine, llevándose a Mathias un poco más lejos.

– Me pareció que era mejor así-acertó a balbucear este último.

– ¡Y encima cobarde! -dijo indignado Antoine, antes de reunirse con los niños.

No obstante, cuando se montó en el coche, puso la nota en la mochila de su hijo. Después de que el coche desapareciera, Mathias cerró la puerta de la casa y subió a arreglarse. Cuando entró en el baño, sonreía divertido.