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P. ¿En ese momento estaban los tres sentados a la mesa?

R. Sí.

P. ¿Qué es lo siguiente que recuerda?

R. Mi siguiente recuerdo es que Mike sacó a bailar a la rubia.

P. ¿Sabe el apellido de ese tal Mike?

R. No. En esos momentos ni siquiera sabía que se llamara Mike.

P. ¿Ha sabido su nombre después?

R. Eso es.

P. Querría repasar algunos puntos de esta declaración y preguntarle si puede recordar la hora aproximada en que las dos chicas llegaron y ocuparon la mesa.

R. Yo diría que llevaba allí media hora, por lo menos, o sea que debieron de llegar hacia las once menos cuarto.

P. ¿Podría hacernos una descripción de la persona que usted conoce por Mike?

R. Tiene el cabello castaño claro. Yo casi diría que es rubio, por sus rasgos faciales. Sí, se me hace que debe de ser rubio. Es un hombre joven, de veintitrés o veinticuatro años. Llevaba una camisa oscura; azul marino o negra. Para mí, lo más sorprendente era que se lo veía muy desastrado. Con la camisa totalmente desabrochada por delante. Pantalones oscuros y zapatillas de tenis.

P. ¿Es la misma descripción que nos hizo usted antes de saber que esa persona se llama Mike?

R. Sí.

P. ¿Qué fue lo que hizo Mike?

R. Respecto a si me solicitó que bailase con él, Mike entró por la puerta del bar, se acercó a la barra, pidió una cerveza y se acercó a mi mesa para preguntarme si me apetecía bailar. Le dije que la pieza era demasiado rápida y entonces me preguntó si bailaría una lenta, a lo que respondí que no, gracias. Él se puso muy gallito y me dijo si al menos sabía bailar. Luego volvió a la barra, cogió su cerveza y se sentó a la mesa del rincón, la que separa el bar del comedor del local. La camarera… le comenté a la camarera que el tipo era un jactancioso y que me parecía muy joven. La señorita Mawby se acercó al tipo, volvió por un cenicero y una servilleta limpios, los colocó en su mesa y regresó a la mía: «No. Tiene edad suficiente», me dijo. Al cabo de un rato vi que bailaba con la rubia de la coleta que ocupaba la mesa central con la pelirroja.

P. ¿Observó si Mike se acercaba a la mesa antes de ponerse a bailar con la chica de la coleta?

R. No, lo vi ya sentado a la mesa con el grupo, que en aquel momento estaba compuesto por cuatro personas: el mexicano, el joven y las dos chicas.

P. ¿Recuerda cuál era la situación de cada uno de los cuatro en relación con la distribución del bar?

R. Las dos chicas estaban de espaldas a mí.

P. Y eso, ¿hacia qué lado significa que miraban?

R. Estaban de espaldas al norte, mirando hacia la pista. Mike se encontraba sentado más cerca de la rubia de la coleta, en un ángulo que le permitía observar también la pista de baile.

P. ¿Eso sería hacia el oeste?

R. Sí, hacia el oeste. El mexicano seguía de cara a mí. Es decir, mirando hacia el norte.

P. ¿Y a la barra y las chicas?

R. Exacto.

P. ¿Y al este de Mike?

R. Ajá.

P. ¿Observó si pedían más copas en esa mesa?

R. Por lo que vi, la camarera sólo sirvió dos rondas.

P. ¿Recuerda quién las pidió?

R. No.

P. ¿Le pareció que las personas sentadas a esa mesa estaban ebrias?

R. Ese joven, el tal Mike, estaba borracho. Los otros tres, no.

P. ¿Los dos hombres bailaron con ambas chicas?

R. A partir de ese momento, dejé de prestar especial atención porque me marché a las once y media.

P. ¿Los cuatro seguían sentados a la mesa cuando usted se marchó?

R. Sí, señor.

P. ¿Dejó usted el Desert Inn acompañada?

R. Sí, señor.

P. ¿Y eran aproximadamente las once y media cuando se marchó?

R. Exacto.

P. ¿Regresó usted al local en algún momento de la noche?

R. A la una menos diez. Acompañé de vuelta al mismo tipo, que tenía que recoger un dinero que le debían.

P. ¿A qué hora llegaron?

R. A la una menos diez.

P. ¿Se fijó usted en la clientela que ocupaba las mesas y la barra del Desert Inn?

R. La zona de bar estaba prácticamente vacía.

P. ¿Se fijó en la mesa que, según ha dicho, ocupaban esas cuatro personas?

R. Estaba vacía.

P. ¿Vio usted en el restaurante a alguna de las personas que antes ha descrito?

R. No, a ninguna.

P. ¿Cuánto tiempo se quedó allí?

R. Unos minutos, apenas.

P. ¿Y entonces se marchó?

R. Sí, entonces me fui a casa.

POR EL SARGENTO LAWTON:

P. Si volviera a ver a ese mexicano alto y delgado que ha descrito, ¿sería capaz de identificarlo?

R. Creo que sí. Tenía esta parte de la cara tan chupada que si no lo hubiese visto sonreír habría jurado que le faltaban los dientes.

P. ¿Se refiere a la zona de la mandíbula?

R. Sí.

P. ¿Es el hombre que sacó a bailar a la pelirroja?

R. Sí. Y no oí que se lo pidiera.

P. ¿Pero bailaron?

R. Sí.

P. ¿Ese hombre era el que a usted le dio la impresión de que ya conocía a la pelirroja?

R. Exacto.

P. Muchísimas gracias, señora.

DECLARACIÓN CONCLUIDA A LAS 22.10 HORAS.

El miércoles por la mañana llegaron dos cartas a la comisaría de El Monte, dirigidas al jefe de Policía. La primera estaba escrita a máquina y llevaba matasellos de Fullerton, California.

Hemos estado siguiendo al señor C.S.I., de Santa Mónica, y en la fecha que dicen lo vimos arrojar ese cuerpo, el de la chica pelirroja, desde su Plymouth del 54 bicolor, rosa salmón y marrón chocolate. Verá que el hombre tiene antecedentes en varios departamentos de Policía del sur de California y que ha amenazado a varias personas. Lo consideramos basura y es el hombre a quien andan buscando. En el KI-28114 le dirán más.

La carta venía firmada por «Peggy Jane y Virgil Galbraith y señora, testigos oculares. Fullerton».

La segunda carta, con matasellos de Los Ángeles, estaba escrita a mano. En el sobre ponía: «Considere sus costumbres.»

Y así venga su pobreza como una que viaja y lo quiere como un hombre armado.

Olga creció en una casa de mala fama y aprendió de otros profesionales todo cuanto tenía que saber acerca de robos, hurtos y distracciones, y el ladrón es como un asesino. Su rastro se salpica de atracos a bancos; en los últimos meses, la sucursal de la calle Nueve y Spring, así como el «trabajo» en un banco de San Francisco, ciudad donde se la conocía como la Abuela. Olga se disfraza; ya ha rondado por los estudios de cine y ha sido ascensorista en el Ambassador; de este último empleo y del trabajo de camarera de hotel, ha desarrollado la técnica de robo y asesinato que ha puesto en práctica en Hollywood para matar a una mujer en un hotel, la señora Greenwald, a la señorita Epperson y a una mujer en un hotel de Los Ángeles. Numerosos asesinatos más; en meses recientes, una tal Stepanovich en MacArthur Park, y otros que no se han revelado al público. Olga merodea por la estación y museo de autobuses de Santa Fe Trailways y por Forest Lawn, así como por zonas y barrios al azar donde puede encontrar un hombre al que sisar la cartera, una mujer a la que sodomizar, un borracho al que atizar, un viajero al que desplumar, Olivera Street donde vende su cuerpo y limpia los bolsillos de los viajeros, y jóvenes -normalmente dos- con los que dormir en su guarida.