La policía de El Monte envió la información a la oficina del sheriff. El agente Howie Haussner -cuñado de Jack Lawton- se hizo cargo de ella. Consiguió la dirección de la hermana de Rogers y averiguó que el número de teléfono de Dorothy correspondía, en realidad, al de un tal Harold T. Hotchkiss, de Azusa. Adjuntó las dos direcciones a los nombres de William Owen y Dorothy Hotchkiss y los envió por teletipo a la Oficina de Registros Criminales de Sacramento.
La respuesta no resultó concluyente.
Junto al nombre de Dorothy Hotchkiss no aparecía ningún dato: ni ficha, ni fianzas, ni requisitorias, ni siquiera constaba en el listín telefónico de Azusa. «William Owen» aparecía seis veces.
Varios de esos Owen tenían ficha policial que se remontaba al año 1939; ninguno vivía en el valle de San Gabriel.
Los papeles relativos a los Owen-Hotchkiss se incorporaron al expediente, donde se archivarían. El número del expediente era Z-483-362.
Jean Ellroy fue enterrada el martes 1 de julio de 1958.
Un oficiante contratado celebró un servicio protestante. El cuerpo fue inhumado en el cementerio de Inglewood, al sudoeste de Los Ángeles.
La hermana y el cuñado de Jean estuvieron presentes. También asistieron varios de sus compañeros de Airtek, así como Armand Ellroy y algunos viejos amigos de Jean.
Jack Lawton y Ward Hallinen presenciaron la ceremonia.
El hijo de Jean rezó una plegaria y se apartó de la tumba. Pasó el día mirando televisión con unos amigos de su padre.
La lápida rezaba: «Geneva Hilliker Ellroy. 1915-1958.»
La tumba quedaba en el extremo occidental del cementerio, a menos de un metro de una calle concurrida y de un tramo de valla de tela metálica.
4
La Oficina del Sheriff de Los Ángeles procedía de los días del Salvaje Oeste. Era una agencia de policía moderna pero impregnada de una profunda nostalgia por el siglo XIX. La OSLA, como se la conocía también, estaba plagada de motivos del Salvaje Oeste. Era todo un ejemplo de representación proporcional.
El sheriff tenía jurisdicción sobre las cárceles y las doce subcomisarías del territorio del condado. Éste comprendía toda la ciudad de Los Ángeles y las tierras al norte, al sur y al este de la urbe. Los agentes cubrían el desierto, las montañas y una elegante franja de playas, todo lo cual abarcaba cientos de kilómetros cuadrados.
Malibu era una delicia y West Hollywood estaba bien: Sunset Strip siempre resultaba interesante. La zona este de Los Ángeles estaba llena de mexicanos camorristas. Firestone era territorio negro de parte a parte. Temple City y San Dimas quedaban fuera, en el valle de San Gabriel. Los agentes podían llegarse en coche a las montañas y divertirse cazando coyotes.
La Brigada de Detectives de la Oficina del Sheriff investigaba los actos criminales que se cometían en el condado. Homicidios de la OSLA se encargaba de los asesinatos descubiertos por los departamentos de policía locales. El Grupo Aéreo de la OSLA patrullaba los cielos del condado e intervenía en las operaciones de rescate.
La Oficina del Sheriff se hallaba en plena expansión. En 1958, Los Ángeles era una ciudad que no paraba de crecer; construida a fuerza de usurpaciones de tierras y resentimiento racial, siempre ofrecía un aspecto provisional. La OSLA fue constituida en 1850 con el propósito de llevar la ley a una tierra sin orden.
Los primeros sheriffs del condado eran elegidos por períodos de un año. Se encargaban de indios merodeadores, bandidos mexicanos y guerras intestinas entre chinos. Los grupos de autodefensa suponían una clara amenaza. A los blancos borrachos les encantaba linchar pieles rojas y bandidos de tez morena.
El condado de Los Ángeles creció. Los sheriffs electos llegaron y pasaron. El número de agentes bajo juramento aumentó, en consonancia con la expansión del condado. A menudo se solicitaba la ayuda de la ciudadanía, y el sheriff acabó por crear una fuerza civil armada a su mando.
La institución se modernizó. Los automóviles reemplazaron a los caballos. Se edificaron cárceles más grandes y nuevas subcomisarías. La OSLA acabó por convertirse en la mayor agencia de su tipo en el territorio continental norteamericano.
El sheriff John C. Cline dimitió de su cargo en 1920. Bill Big Traeger lo sucedió hasta el fin del mandato. Traeger fue reelegido tres veces por períodos de cuatro años. En 1932 presentó su candidatura al Congreso, y ganó. La Comisión de Supervisores del Condado nombró sheriff a Eugene W. Biscailuz.
Biscailuz había entrado al servicio de la Oficina del Sheriff en 1907. Descendía de vascos e ingleses a partes iguales, y había nacido en el seno de una familia adinerada. Sus raíces californianas se remontaban a los días de las concesiones de tierras llevadas a cabo por la corona española.
Administrador brillante y políticamente hábil y atractivo, era un genio de las relaciones públicas con un enorme amor por el folclore del Salvaje Oeste.
También era un progresista inexperto. Algunas de sus opiniones rozaban el bolchevismo, pero las expresaba como lo haría un patriarca respetable. Rara vez fue acusado de herejía.
Biscailuz movilizó fuerzas para combatir incendios e inundaciones, y desarrolló un «plan para grandes catástrofes». Asimismo, construyó el Wayside Honor Rancho, dando forma a su política de rehabilitaciones y puso en marcha un programa de disuasión de la delincuencia juvenil.
Se propuso mantenerse en el cargo mucho tiempo, y lo consiguió, valiéndose para ello de los rituales del Salvaje Oeste.
Restableció la institución de la Fuerza Civil Armada. Sus miembros cabalgaban en los desfiles y de vez en cuando buscaban a algún niño que se perdía en los montes. Biscailuz se retrataba a menudo con ellos, siempre a lomos de un semental palomino.
Biscailuz patrocinaba el rodeo anual de la Oficina del Sheriff, para lo cual enviaba agentes uniformados a vender entradas por todo el condado. El evento solía llenar el Coliseum de Los Ángeles. Biscailuz aparecía con indumentaria del Oeste, que incluía cartucheras y un par de revólveres de seis tiros.
El rodeo no sólo era un espectáculo digno de verse, sino una fábrica de hacer dinero. Lo mismo cabe decir de la barbacoa organizada todos los años por la institución, que reportaba una media de beneficios de sesenta mil dólares.
Biscailuz llevó la Oficina del Sheriff al pueblo, seduciéndolo con el mito que hizo de sí mismo. Su legendario exhibicionismo perpetuaba su poder. Era el ejemplo vivo de la falta de ingenio.
Sabía que muchos de sus muchachos trataban a los negros de forma despectiva. Sabía que las palizas con listines telefónicos aseguraban una confesión rápida. Después del ataque a Pearl Harbor comenzó a detener japoneses y a enviarlos a Wayside. Sabía que un golpe con una porra de cola de castor podía sacarle los ojos de las cuencas a un sospechoso. Sabía que la de policía era una profesión que hacía que uno se sintiese aislado.
Así, ofreció a sus votantes la utopía del Salvaje Oeste, y merced a esa maniobra fue reelegido en seis ocasiones. Su cháchara ritualista se basaba en la ambigüedad. Sus muchachos tenían una mentalidad menos represiva que sus rivales de azul.
William Parker, un genio de la organización, tomó el mando del Departamento de Policía de los Ángeles, el DPLA, en 1950. Su estilo personal era el opuesto al de Gene Biscailuz. Aborrecía la corrupción económica y respaldaba la violencia como un elemento fundamental del trabajo policial. Se trataba de un ordenancista tan riguroso como alcohólico que se había impuesto la misión de restaurar la moralidad anterior al siglo XX.
Biscailuz y Parker gobernaban reinos paralelos. El mito del primero ponía el énfasis, de modo implícito, en la inclusión. Parker convenció a un famoso de la tele llamado Jack Webb. Entre ambos pergañaron un programa semanal llamado Redada, una fantasía sobre delitos y severos castigos que proporcionaba al DPLA una imagen casta y unos poderes casi divinos. El Departamento de Policía de Los Ángeles se tomó en serio ese mito. Se dio aires de grandeza y se distanció del público del que Gene Biscailuz tanto se aprovechaba. Bill Parker detestaba a los negros y enviaba matones a los barrios de éstos para apretar las tuercas a los dueños de clubes que admitían a mujeres blancas. A Gene Biscailuz le gustaba repartir sonrisas entre sus votantes mexicanos, tal vez porque él mismo era, por ascendencia, una especie de chicano.