El ayudante del forense le dio la vuelta al cuerpo. El fotógrafo sacó algunas tomas de la parte posterior de la víctima. La espalda estaba húmeda de rocío y mostraba señales de lividez postmortem.
El ayudante del forense dijo que probablemente llevase muerta entre ocho y doce horas. La habían tirado allí antes del amanecer; el rocío en la espalda era un claro indicio de ello.
El fotógrafo sacó unas cuantas placas más. El ayudante del forense y su colaborador levantaron el cuerpo. Estaba flácido, todavía lejos del rigor mortis completo. Llevaron a la víctima al furgón y la colocaron en una camilla.
Hallinen y Lawton investigaron el macizo de hiedra y el bordillo cercano.
Encontraron una antena de coche rota en la calzada, así como una ristra de perlas en la hiedra aplastada, cerca de donde estaba el cuerpo. Recogieron las perlas rodeadas por círculos de tiza y las pasaron por el hilo del collar. Comprobaron que tenían el juego completo.
El cierre estaba intacto. El hilo aparecía roto por la mitad. Guardaron las piezas del collar en una bolsa para pruebas.
No encontraron las bragas, los zapatos ni el bolso. No vieron marcas de neumáticos en la grava junto al bordillo, tampoco había marcas que indicasen que algo había sido arrastrado en ningún punto de King's Row. La hiedra que rodeaba el lugar donde estaba el cuerpo no presentaba señales de pisadas.
Era la una y veinte de la tarde. La temperatura había subido hasta los treinta y cinco grados.
El ayudante del forense tomó muestras de los cabellos y del vello pubiano de la víctima. A continuación le cortó las uñas y las guardó en un sobrecito.
Él y su colaborador desnudaron el cuerpo y lo colocaron boca arriba en la camilla.
Había una pequeña mancha de sangre seca en la palma de la mano derecha de la víctima, así como una pequeña escoriación cerca del centro de la frente.
A la víctima le faltaba el pezón derecho. Por el tejido cicatrizal blanquecino que coronaba la areola parecía tratarse de una antigua amputación quirúrgica.
Hallinen le quitó el anillo a la víctima. El ayudante del forense midió el cuerpo, un metro sesenta y siete, y calculó su peso en sesenta y dos kilos. Lawton se marchó a dar los datos a la Central y a la Brigada de Personas Desaparecidas de la Oficina del Sheriff.
El ayudante del forense cogió un bisturí y efectuó una profunda incisión de quince centímetros de longitud en el abdomen de la víctima. Abrió la incisión con los dedos, introdujo un termómetro en el hígado y midió una temperatura de treinta y cinco grados. Calculó que la muerte se había producido entre las tres y las cinco de la madrugada.
Hallinen examinó las ligaduras. La media y el cordón de algodón estaban atados al cuello de la víctima por separado. El cordón parecía el de una persiana veneciana, o tal vez se tratase de una cuerda de colgar la ropa.
El cordón había sido anudado en la parte posterior del cuello de la víctima. El asesino lo había atado tan fuerte que uno de los extremos se había roto; el cabo deshilachado y la diferencia de longitud entre ambas puntas demostraban el hecho de forma concluyente.
La media que rodeaba el cuello de la víctima era idéntica a la que tenía en torno al tobillo izquierdo.
El ayudante del forense cerró el furgón y se llevó el cuerpo al depósito del condado de Los Ángeles. Jack Lawton emitió un anuncio por la banda policiaclass="underline"
Alerta a todas las unidades del valle de San Gabrieclass="underline" varones sospechosos con cortes y arañazos recientes.
Ward Hallinen reunió a varios reporteros de radio. Les dijo que lo emitieran por las ondas locales:
Encontrada muerta mujer blanca. Cuarenta años. Pelirroja. Ojos azulados. Un metro sesenta y siete. Sesenta y dos kilos. Dirigir a los posibles informadores al Departamento de Policía de El Monte o a la Oficina del Sheriff de Temple City.
El jefe Davis y el capitán Bruton se dirigieron hacia la Central de la policía de El Monte. Allí se unieron a ellos tres hombres de Homicidios: el inspector R.J. Parsonson, el capitán Al Etzel y el teniente Charles McGowan.
Se aprestaron para una sesión de reflexión. Bruton llamó a los departamentos de Policía de Baldwin Park y Pasadena, a la Oficina del Sheriff de San Dimas y a la Policía de Covina y de West Covina. Repasó con ellos los datos de la víctima y obtuvo idéntica respuesta: no encajaba con la descripción de ninguna de las mujeres cuya desaparición había sido denunciada últimamente.
Agentes uniformados y policías de El Monte rastrearon los patios del instituto Arroyo. Hallinen, Lawton y Andre hicieron lo propio en el vecindario más próximo.
Hablaron con la gente que paseaba y con quienes tomaban el sol en sus jardines. Hablaron con una larga serie de clientes en la lechería. Los agentes describieron a la víctima y en todas las ocasiones recibieron la misma respuesta: No sé de quién me habla. La zona era residencial y medio rural. Casas pequeñas intercaladas con parcelas vacías y manzanas de terreno baldío. Hallinen, Lawton y Andre consideraron que era inútil continuar con las averiguaciones.
Se dirigieron en el coche patrulla hacia el sur, en dirección a las autovías principales de El Monte: Ramona, Garvey, Valley Boulevard. Recorrieron una serie de cafés y algunos bares. Hablaron de la pelirroja y recibieron una serie de respuestas negativas.
El examen inicial resultó inútil.
El rastreo de la zona resultó inútil.
Ninguna patrulla informó acerca de varones sospechosos que presentasen cortes y arañazos.
En el Departamento de Policía de El Monte se recibió una llamada. El comunicante dijo que acababa de oír un boletín por la radio. La mujer que habían encontrado en el instituto le recordaba a su inquilina.
El encargado de la centralita llamó por radio a Virg Ervin y le dijo que fuese a ver a la mujer al 700 de Bryant Road.
La dirección estaba en El Monte, a un kilómetro y medio al sudeste del instituto Arroyo. Ervin se dirigió hacia allí y llamó a la puerta.
Abrió una mujer. Se identificó como Anna May Krycki y declaró que la descripción de la muerta encajaba con la de su inquilina, Jean Ellroy. Jean había salido de su casita en la propiedad de los Krycki la noche anterior, alrededor de las ocho. Había pasado toda la noche fuera y aún no había regresado.
Ervin describió el gabán y el vestido de la víctima. Anna May Krycki dijo que le recordaban la ropa favorita de Jean. Ervin describió la cicatriz en el pecho derecho de la víctima. Anna May Krycki dijo que Jean le había enseñado la marca.
Ervin volvió al coche y radió la información a la centralita de El Monte. El oficial de guardia envió un coche patrulla a buscar a Jack Lawton y a Ward Hallinen. El coche los encontró en menos de diez minutos. Luego, los llevó directamente a casa de los Krycki.
Hallinen mostró de inmediato el anillo de la víctima. Anna May Krycki lo identificó como perteneciente a Jean Ellroy.
Lawton y Hallinen se sentaron con ella y la interrogaron. Anna May Krycki dijo estar casada. Su marido se llamaba George, y tenía un hijo de doce años, llamado Gaylord, de un matrimonio anterior. Jean Ellroy también era, técnicamente, «señora de», pero llevaba varios años divorciada de su esposo. El verdadero nombre de Jean era Geneva. El segundo nombre, Odelia, y su apellido de soltera, Hilliker. Jean era enfermera diplomada. Trabajaba en una fábrica de piezas para aviones en el centro de Los Ángeles. Ella y su hijo de diez años vivían en el pequeño bungaló de piedra que se alzaba en el jardín trasero de los Krycki. Jean conducía un Buick rojo y blanco del 57. El hijo pasaba el fin de semana con su padre, en L.A., y volvería en unas horas.
La señora Krycki les enseñó una foto de Jean Ellroy. El rostro encajaba con el de la víctima.
La señora Krycki dijo que la noche anterior, hacia las ocho, vio a Jean salir del bungaló. Iba sola. Se marchó en su coche y no volvió. El coche no estaba en el garaje ni en el sendero de entrada de la casa. La señora Krycki declaró que la víctima y su hijo se habían trasladado al bungaló hacía cuatro meses. Dijo que el chico pasaba los días laborables con la madre y los fines de semana con el padre. Jean procedía de un pueblecito de Wisconsin. Era una mujer trabajadora y callada que no hablaba de sí misma. Tenía treinta y siete años.