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El Hombre Blanco tenía negocios en marcha. El valle de San Gabriel disfrutaba de una larga época de bonanza agrícola. Muchos simpatizantes de los confederados se trasladaron al Oeste después de la guerra de Secesión y adquirieron gran parte de las tierras del valle.

El ferrocarril llegó en 1872 y provocó un rápido auge del negocio inmobiliario. La población aumentó en un mil por ciento. Los Ángeles empezó a crecer. El valle sacó provecho de ello.

Los especuladores inmobiliarios convirtieron la región en una serie de pequeños pueblos. A esto siguió un rápido desarrollo urbano, que continuó a lo largo de los años veinte. La población aumentó en progresión geométrica.

Se restringió en todo el valle la construcción de viviendas. Los mexicanos fueron confinados en barrios marginales y poblados de chabolas. A los negros no les estaba permitido caminar por las calles después de la puesta del sol.

Las cosechas de avellana eran enormes. Las de cítricos, también. Las granjas se convirtieron en auténticas máquinas de hacer dinero.

La Depresión puso freno a todo aquello. La Segunda Guerra Mundial lo resucitó. Los soldados repatriados tomaron la costumbre de establecerse en el Oeste. Los promotores inmobiliarios se apresuraron a ponerse al día.

Surgieron lindes y subdivisiones. Los campos de avellanos y los huertos fueron arrasados para dejar espacio a una urbanización tras otra. Los límites de la ciudad se expandieron.

Durante los años cincuenta, el crecimiento de la población se disparó. El sector agrícola entró en declive y florecieron las manufacturas y la industria ligera. La autovía de San Bernardino se extendió desde el centro de Los Ángeles hasta el sur de El Monte. Los automóviles se convirtieron en una necesidad.

Llegó la contaminación. Se levantaron nuevas urbanizaciones. El auge económico dio un nuevo aspecto al valle, pero no alteró en nada su carácter de Salvaje Oeste.

Había refugiados procedentes de las regiones azotadas por la sequía, con sus hijos adolescentes. Había chicanos repeinados con tupé, camisas Sir Guy y pantalones de faena con botones en la bragueta. Los braceros blancos odiaban a los hispanos como los viejos vaqueros aborrecían a los indios.

Había una gran afluencia de hombres jodidos por la Segunda Guerra Mundial y por la guerra de Corea. Había barrios residenciales abarrotados, intercalados con grandes zonas rurales. Se podía andar por el cauce del río Hondo Wash y capturar peces con las manos. Se podía saltar a los establos de ganado de Rosemead, matar un becerro y llevárselo. O cortar allí mismo un buen filete fresco.

Se podía beber. Se podía ir al Aces, al Torch, al Ship's Inn, al Wee Nipee, al Playroom, a Suzanne's, al Kit Kat, a The Hat, al Bonnie Rae o al Jolly Jug. Se podía ver qué ambiente había en el Horseshoe, el Coconino, el Tradewinds, el Desert Inn, el Time-Out, el Jet Room, el Lucky X o el Alibi. El Hollywood East estaba bien. El Big Time, el Off-Beat, el Manger, el Blue Room y el French Basque no estaban mal. Lo mismo podía decirse del Cobra Room, el Lalo's, el Pine-Away, el Melody Room, el Cave, el Sportsman, el Pioneer, el 49-er, el Palms y el Twister.

Se podía ir de copas. Para conocer a alguien. El boom del divorcio de los años cincuenta estaba en su punto álgido. Se podía escoger entre una amplia gama de mujeres bien dispuestas.

En 1958 El Monte era el centro del valle. Los primeros pobladores lo llamaban «el final del ferrocarril de Santa Fe». Era una población de paso y un buen lugar para divertirse. Los vecinos recién instalados la llamaban «la ciudad de las divorciadas». Era un lugar de encuentro y de contacto con una atmósfera más que intensa a Costa Oeste.

La población rondaba en torno a los diez mil habitantes. El noventa por ciento blancos y el diez por ciento mexicanos. La ciudad medía algo más de doce kilómetros cuadrados y la rodeaba una extensión de terrenos sin calificar.

Los sábados por la noche, la población aumentaba. La gente de fuera acudía a rondar los bares de cócteles del valle y de Garvey. En el Legion Stadium de El Monte actuaba Cliffie Stone y Hometown Jamboree, retransmitido en directo por KLTA-TV.

El público llevaba indumentaria vaquera: los hombres, sombrero tejano y pantalones acampanados; las mujeres, faldas almidonadas. El Stadium ofrecía bailes italianos con el grupo de Cliffie en sábados alternos. Con regularidad, hispanos y blancos pobres se aporreaban mutuamente en el aparcamiento.

La autovía de San Bernardino atravesaba El Monte. Los conductores salían de ella y tomaban Valley Boulevard hacia el este. Se detenían a comer en el Stan's Drive-In y en el Hula-Hut. Se detenían a beber en el Desert Inn, el Playroom y el Horseshoe. Valley era la avenida principal el sábado por la noche. Los conductores que se dirigían al este terminaban perdiendo el tiempo allí, tanto si habían pensado hacerlo como si no.

La zona de bares concurridos terminaba en Five Points, en el cruce de Valley con Garvey. Stan's y el Playroom se hallaban en la privilegiada esquina nordeste. El gran mercado agrícola Crawford's quedaba al otro lado de la calle. En el cruce se amontonaba una decena de restaurantes y pequeños locales de comidas.

Al norte, al sur y al oeste de allí se extendía la parte residencial de El Monte. Las casas eran pequeñas y construidas en dos estilos: falso rancho y cubo de estuco. Los mexicanos quedaban aislados en una calle llamada Medina Court, y en Hicks Camp, una zona de chabolas.

Medina Court tenía tres manzanas de longitud. Allí, las casas eran de ladrillo de cenizas y tablones. Hicks Camp quedaba justo enfrente de las vías del Pacific-Electric. Allí, las casas tenían el suelo sucio y se levantaban con listones de madera arrancados de viejas furgonetas.

La película Carmen Jones fue filmada en Hicks Camp en 1954. Un gueto de hispanos pasó a ser un gueto de negros. Los encargados de los decorados no tuvieron que cambiar un solo detalle.

Medina Court y Hicks Camp estaban llenos de borrachos y toxicómanos. Una de las formas de asesinato que se practicaba en Hicks Camp consistía en emborrachar a la víctima y tumbarla sobre los raíles para que algún tren de carga la decapitase.

El Departamento de Policía de El Monte se encargaba de las llamadas a las patrullas y de investigar toda clase de delito que no incluyese el asesinato. La nómina constaba de veintiséis agentes, una matrona y un vigilante de parquímetros. El departamento tenía fama de estar relativamente limpio. Los comerciantes de la zona mantenían bien cebados a los muchachos con productos alimenticios y licores. Los agentes de El Monte siempre iban de compras uniformados.

Los hombres patrullaban en solitario en sus coches. El ambiente de trabajo era amistoso: capitanes y tenientes bebían con viejos agentes de uniforme sin galones. El de policía era un trabajo vocacionaclass="underline" uno podía dedicarse a ayudar a la gente, o a dar palizas a los inmigrantes ilegales o a tutelar a un montón de chicas de la calle, según la inclinación de cada cual.

Todos llevaban uniforme caqui completo y conducían sendos Ford Interceptator del 56. Recuperaban coches para los vendedores locales y se quejaban al sheriff por cualquier nadería. La mitad de los agentes se habían alistado bajo un sistema de patrocinio. La otra mitad procedía de la administración.

El Departamento de Policía cedía los casos de asesinato a la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Para ser una población de paso y a la que la gente iba a divertirse, había muy pocos muertos.

El 30 de marzo de 1953 dos mujeres con pinta de lesbianas mataron en El Monte a un pintor de paredes llamado Lincoln F. Eddy.

Eddy y Dorothea Johnson pasaron ese día bebiendo en varios bares de El Monte. Avanzada la tarde, fueron a la casa de Eddy, quien obligó a la señorita Johnson a hacerle una mamada. Ella regresó a su propia casa y trató el asunto con su compañera de cuarto, la señorita Viola Gale. Las mujeres consiguieron un rifle y volvieron a donde vivía Eddy.