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Para mí, las libretas de notas eran una apuesta a largo plazo. Bill se mostró de acuerdo en ello.

Apunté que la clave estaba en la Rubia. Ella conocía al Hombre Moreno, sabía que había matado a Jean Ellroy, pero nunca lo había delatado. Temía a las represalias o tal vez tuviese algo que esconder. Yo apunté que lo más probable era que él le hubiese cerrado la boca definitivamente. La Rubia había contado lo sucedido a alguien. Se había ufanado de frecuentar la compañía de un asesino o había comentado el suceso como lección de la que tomar nota. Transcurrió el tiempo y se le pasó el miedo. Se lo contó a más gente. Dos personas, seis o una docena se enteraron de la historia o de fragmentos de la misma.

Bill dijo que debíamos hacer público nuestro caso. Yo indiqué que la Rubia había hablado con gente que se lo había contado a otra gente, y ésta a otra. Bill manifestó que era la mejor publicidad que podía existir. Propuse instalar una línea telefónica gratuita para recibir informaciones. Bill dijo que se encargaría de arreglarlo con la compañía.

Hablamos del caso Long. Bill sugirió que llamásemos a la Oficina del Forense y preguntásemos si guardaban las muestras de semen que habían recogido en los cuerpos de Bobbie Long y de mi madre.

Bill conocía un laboratorio que hacía pruebas de ADN por dos mil dólares. Allí podían determinar de forma concluyente si Bobbie Long y mi madre habían estado con el mismo hombre.

Le pedí que diera prioridad al caso Long. Respondió que no parecía gran cosa. Un desconocido al azar había recogido a Bobbie y la había matado. Era probable que mi madre hubiese conocido a la Rubia y al Hombre Moreno, o al menos a uno de ellos, antes de aquella noche.

Mencioné el coche del Hombre Moreno y las tarjetas perforadas de IBM del expediente. Al parecer, la policía sólo había comprobado las matrículas de coches del valle de San Gabriel. Lavonne Chambers se refirió concretamente a un Oldsmobile del 55 o del 56. Yo imaginaba que la policía habría cotejado los datos de los vehículos de todo el estado. Bill dijo que la pista de la tarjeta perforada era confusa. Los trabajos de Homicidios estaban llenos de pruebas inconsistentes.

Yo apunté que la clave de todo estaba en la Rubia. «Cherchez la femme», dijo Bill.

A la mañana siguiente volamos a Sacramento. Al hacerlo, dejamos atrás algunas malas noticias.

Bill llamó a la Oficina del Forense. Allí le dijeron que se habían deshecho de las muestras de semen, como solía hacerse con las pruebas antiguas. Había que dejar espacio para almacenar las nuevas.

Alquilamos un coche y regresamos a casa de Charles Guenther. Bill lo había llamado la noche anterior anunciándole nuestra visita. Le hizo algunas preguntas y Guenther dijo que el caso le resultaba vagamente familiar. El expediente tal vez le ayudase a recordar. Llevamos el expediente. Yo aporté cincuenta posibles preguntas.

Guenther se mostró amistoso. Tenía buen aspecto, con sus cabellos canosos y sus ojos azules como los de Ward Hallinen. En lugar de recibirnos con un «hola» corriente, lo hizo con frases de desprecio hacia O.J. Simpson. Enseguida, pasó a nuestro caso.

Bill repasó los puntos clave. Guenther dijo que ahora lo recordaba. El y su compañero, Duane Rasure, habían recibido una llamada. Una mujer denunciaba a su ex esposo. Investigaron al tipo. No consiguieron confirmar ni desmentir su culpabilidad.

Nos sentamos en torno a una mesilla auxiliar. Extendí encima de ella el contenido del sobre de Will Lenard Miller: tres fotos de éste; informes de la Oficina del Sheriff del condado de Orange; copias de las declaraciones de la renta de Will Lenard Miller correspondientes a los años 1957, 1958 y 1959; una factura de una empresa financiera con fecha 17/5/65; un teletipo de la Oficina del Sheriff del condado de Orange al Departamento de Policía de El Monte con fecha 4/9/70; una lista de chequeo con la caligrafía de Charlie Guenther; una hoja de notas que detallaba el historial delictivo de Will Lenard Miller, con dos acusaciones por librar cheques falsos en el 67 y el 69 y una falsificación de tarjeta de crédito en el 70; una carta de un abogado, con fecha 3/11/64, en la que se detallaban presuntas lesiones sufridas por Will Lenard Miller el 26/3/62 mientras trabajaba en la tienda de maquinaria C.K. Adams; una orden del tribunal municipal de Libertad Provisional del condado de Orange y un informe sobre las pruebas del detector de mentiras a que había sido sometido Will Lenard Miller, con fecha 15/9/70.

Revisamos los documentos. Dejamos a un lado las declaraciones de la renta. Contemplamos las fotos de Will Lenard Miller.

Tenía los cabellos oscuros y era de constitución robusta. Sus facciones eran toscas. No se parecía en absoluto a la descripción del Hombre Moreno.

Guenther examinó su lista de comprobaciones. Dijo que las anotaciones eran parte del procedimiento normal. Siempre hacía lo mismo cuando retomaba viejos casos. No tenía problemas de memoria; la lista, sencillamente, constituía un recordatorio personal.

Leímos la carta del abogado. En ella se pormenorizaban las desgracias de Will Lenard Miller en su lugar de trabajo.

Miller había resbalado y se había fastidiado la rodilla izquierda. Al cabo de poco tiempo había empezado a sufrir mareos y lagunas mentales. Al caer había recibido un golpe en la cabeza. Las lesiones físicas acabaron por perjudicar su equilibrio psicológico.

Mencioné un informe del Libro Azul. De acuerdo con Shirley Miller, mi madre se había negado a llevar adelante una reclamación por lesiones que había presentado su esposo. Según ella, lo había «sacado de sus casillas».

Guenther dijo que Miller era un jodido llorón. Añadió que, sin duda, su aspecto no era el de un hispano.

Comprobamos la orden de libertad condicional. Will Lenard Miller había colado unos cuantos cheques falsos. Le había caído una multa de veinticinco dólares y dos años de libertad condicional. Tuvo que reponer el dinero. También se vio obligado a consultar a un asesor financiero. No podía hacer compras por valor superior a cincuenta dólares sin autorización previa.

Todos estuvimos de acuerdo.

Will Lenard Miller era un lamentable saco de mierda. Comprobamos las declaraciones de la renta. Confirmaron nuestra valoración.

Will Lenard Miller duraba poco en los trabajos. En tres años estuvo empleado en nueve tiendas de maquinaria distintas.

Leímos los informes de la Oficina del Sheriff del condado de Orange. Evaluamos los datos de que disponíamos.

Finales de agosto del 70. La policía del condado de Orange busca a Will Lenard Miller. Quiere detenerlo por saltarse las normas de la libertad condicional. El agente J.A. Sidebotham habla con Shirley Ann Miller, quien le dice que ha roto con Will Lenard Miller hace un año. Dice también que en 1968 Will prendió fuego a un almacén de muebles. Y que en 1958 mató a una enfermera llamada Jean Hilliker.

Jean trabajaba en Airtek Dynamics. Entonces salía con Will Lenard Miller. Rechazó una reclamación médica que él le envió. Esto lo puso furioso. Dos semanas después Jean Hilliker era asesinada. Shirley Miller leyó la noticia. Will Lenard Miller se parecía al retrato robot del sospechoso. Los periódicos decían que éste conducía un Buick. Will Lenard Miller tenía un Buick del 52 o del 53. Lo había repintado días después del asesinato. La compañía de muebles McMahon había recuperado algunos muebles que Will Lenard Miller había dejado impagados. Unas semanas más tarde alguien prendía fuego al almacén de la empresa. Shirley Miller leyó al respecto y le enseñó el artículo a Will Lenard Miller, que dijo: «Lo hice yo.» Will Lenard Miller sufría una enfermedad mental; era un psicópata.

Sidebotham llamó al Departamento de Policía de El Monte. Allí le informaron que Jean Hilliker era Jean Hilliker Ellroy. La Oficina del Sheriff de Los Ángeles se encargaría del caso. El Departamento de Policía de El Monte colaboraría.

Sidebotham detuvo a Will Lenard Miller. Lo empapeló por saltarse las normas de la libertad condicional y lo encerró en la cárcel del condado de Orange. El Departamento de Policía de El Monte se puso en contacto con la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff. Los agentes Charlie Guenther y el sargento Duane Rasure recibieron orden de reabrir el caso Jean Ellroy.