Le pregunté qué clase de asunto y respondió que alguien había deslizado un libro guarro por debajo de la puerta de cierta mujer y le echaron la culpa a él. Bill dijo que necesitábamos nombres. Queríamos encontrar a los asiduos del antiguo Desert Inn y en general, de los locales de Five Points.
John encendió un cigarrillo. Dijo que al día siguiente iban a ingresarlo para operarlo del corazón. Necesitaba todo el placer que pudiera conseguir.
Insistí en que nos diera algún nombre. John dejó caer ocho o diez. Le pedí los apellidos. Mencionó a Al Manganiello. Bill le informó de que andábamos buscándolo. Según John, Manganiello trabajaba en el club de campo de Glendora.
Lo presioné para que nos diera más nombres. Bill hizo otro tanto. Citamos todos los locales de El Monte y le dijimos que los relacionara con nombres de clientes concretos de cada uno. John no pudo proporcionarnos un solo nombre.
Me dieron ganas de joderlo vivo.
Nos han dicho que las mujeres iban locas detrás de usted, solté. John contestó que era cierto. Hemos oído que le gustaban muchísimo las tías, añadí. Él asintió. Aseguran que tenía usted cuantas quería. John respondió que más de la cuenta. Dicen que maltrató a una mujer llamada Anna May Krycki y que tuvo una eyaculación precoz, intervino Bill.
John se estremeció, sacudió la cabeza y negó que fuese culpable de aquello.
Le dimos las gracias y nos fuimos.
24
Profundizamos en el caso. Hurgamos en archivos de memoria defectuosos. Registramos información. Desentrañamos nombres de pila y apellidos y apodos y nombres completos y descripciones que encajaban y otras que no. Sacamos nombres del expediente. Sacamos nombres de antiguos policías. Sacamos nombres de viejos asiduos de bares y de presidiarios. Trabajamos en el caso durante ocho meses. Cultivamos nombres y cosechamos nombres. Nos creamos un círculo concéntrico de nombres en constante expansión. Nos enfrentábamos con un territorio extenso y con un plazo de tiempo muy amplio.
Insistimos.
Encontramos al ex agente Bill Vickers. Recordaba las dos investigaciones. Creían andar tras un doble asesino. Imaginaban que a la enfermera y a la muchacha del hipódromo las había estrangulado el mismo tipo. Le pedimos nombres. No nos dio ninguno.
Encontramos a Al Manganiello. Nos proporcionó los mismos nombres que Roy Dunn y Jana Outlaw. Nos habló de una antigua camarera que atendía los coches en Pico Rivera. La encontramos. Estaba senil. No recordaba nada de finales de los años cincuenta.
Encontramos a los hijos de Jack Lawton. Se comprometieron a buscar los cuadernos de notas de su padre. Los buscaron, pero no dieron con ellos. Suponían que debían de haberlos tirado.
Encontramos al ex capitán de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles, Vic Cavallero. Recordaba la escena del crimen de Jean Ellroy. Había olvidado todo lo referente a la investigación, como así también el asesinato de Bobbie Long. Dijo que a finales de los años cincuenta había detenido a un tipo que trabajaba en el DPLA. Circulaba borracho por Garvey al doble de la velocidad permitida. Iba con él una mujer que atendía los coches en el Stan's Drive-In. La mujer declaró que el poli le había pegado, pero se negó a presentar denuncia. El tipo era gordo y rubio. Cavallero no recordaba su nombre, pero sí que era un gilipollas consumado.
Encontramos a un ex policía de El Monte, Dave Wire. Le pedimos nombres y aseguró que tenía un sospechoso. Se trataba de un ex poli de El Monte, ya fallecido, llamado Bert Beria. Era alcohólico. Estaba chiflado. Maltrataba a su mujer y conducía su coche patrulla a toda velocidad por la autopista de San Bernardino. Parecía uno de esos viejos retratos robot. Frecuentaba el Desert Inn y era capaz de violar lo que se le pusiese por delante. Wire sugirió que investigáramos a Bert. También que habláramos con la ex esposa de Keith Tedrow, Sherry, quien estaba al corriente de la movida de los bares de El Monte.
Encontramos a Sherry Tedrow. Nos dio tres nombres. Buscamos a dos camareras del Desert Inn y a un gordo llamado Joe Candy. Joe le había prestado dinero a Doug Schoenberger para que comprase el Desert Inn.
Hicimos algunas comprobaciones en el ordenador. Joe Candy y la primera camarera habían muerto. Encontramos a la segunda camarera. No había trabajado en el Desert Inn, sino en The Place. No sabía nada acerca de la movida de El Monte a finales de los años cincuenta.
Hablamos con el jefe de policía de El Monte, Wayne Clayton, quien nos enseñó una foto de Bert Beria tomada en 1960. No se parecía en nada al Hombre Moreno. Era demasiado viejo y demasiado calvo. Clayton dijo que había designado a dos detectives para que investigaran al viejo Bert y nos presentó al sargento Tom Armstrong y al agente John Eckler. Les explicamos nuestra situación y les entregamos una fotocopia del Libro Azul. Repasaron los expedientes que se conservaban en la comisaría, convencidos de que darían con uno sobre Jean Ellroy preparado de forma independiente por el Departamento de Policía de El Monte.
Encontraron un número de expediente y descubrieron que el que buscaban había sido destruido hacía veinte años.
Armstrong y Eckler interrogaron a la viuda y al hermano de Bert Beria. Ambos consideraban a Bert un misántropo y una verdadera mierda en todos los sentidos. Pero no creían que hubiera matado a Jean Ellroy.
Encontramos a la hija de Margie Trawick, que por esa época tenía catorce años. Recordaba el caso, pero cuando le pedimos nombres no supo darnos ninguno.
Encontramos a un agente que sabía muchísimo de informática. En su ordenador personal guardaba una base de datos sobre personas que abarcaba los cincuenta estados. Introdujo el nombre de Ruth Schienle y obtuvo una extensa lista de mujeres que se llamaban así.
Bill y yo nos pusimos en contacto con diecinueve de ellas. Ninguna era la nuestra. Seguirle el rastro a una mujer resultaba difícil. Se casaban, se divorciaban y con los cambios de apellido su nombre se perdía.
Volvimos al Libro Azul del caso Ellroy. Seleccionamos cuatro nombres. Por un lado estaban Tom Baker, Tom Downey y Salvador Quiroz Serena. Los tres habían quedado exonerados de toda sospecha. Serena trabajaba en Airtek. Se había ufanado de que «podría haberse» liado con mi madre. También encontramos el nombre de Grant Surface. El 25/6/59 y el 1/7/59 había sido sometido al detector de mentiras con resultados no concluyentes debido a ciertas «dificultades psicológicas». Buscamos a Baker, Downey, Serena y Surface en el libro inverso y en los ordenadores de los departamentos de Vehículos a Motor y de Justicia. No obtuvimos datos de Surface ni de Serena. En cambio, recibimos muchísimos de tipos llamados Baker y Downey. Los llamamos a todos. No encontramos a los nuestros.
Bill llamó a Rick Jackson, de la Brigada de Homicidios del DPLA.
Jackson repasó los casos de violación y estrangulamiento y de muertes a golpes en la época comprendida entre los asesinatos de Ellroy y de Long. Encontró dos en los archivos. Ambos estaban resueltos y adjudicados a los verdaderos autores.
La víctima número uno se llamaba Edith Lucille O'Brien. Había sido asesinada el 18/2/59. Tenía cuarenta y tres años y, tras matarla a golpes, habían abandonado el cuerpo en una zona despoblada de Tujunga. Llevaba los pantalones puestos del revés y tenía el sujetador por encima de los pechos. La muerte parecía producto de una agresión sexual frenética.
Edith O'Brien frecuentaba los bares de Burbank y Glendale. Escogía hombres para llevárselos a la cama. La habían visto por última vez en el Bamboo Hut, en la carretera de San Fernando. Se había marchado con un tipo que conducía un Oldsmobile del 53. Más tarde, el hombre volvió al Bamboo Hut sin la chica. Habló con otro parroquiano y le comentó que Edith estaba fuera, en el coche. Se le había caído un plato de espaguetis en el asiento delantero. Los hombres cuchichearon por lo bajo. El del coche se quedó en el bar. El otro salió del local.