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CARACTERÍSTICAS Y RASGOS DEL AGRESOR

De acuerdo con las estadísticas, los delitos violentos son de naturaleza intrarraciaclass="underline" blancos contra blancos, negros contra negros. Por lo tanto, y al no haber ninguna evidencia física en contra, cabe presuponer que, en estos casos, el agresor fue un hombre blanco.

Respecto a su edad, se han examinado diversos datos relativos al crimen. La edad de la víctima, el grado de control o de falta del mismo por parte del agresor, el daño infligido, el descuido a la hora de dejar pruebas o hacerlas desaparecer, así como la interacción sexual con la víctima, si la hay, son factores importantes que deben tomarse en consideración. Según tales factores, cabe esperar que el agresor tuviera más de treinta años y menos de cuarenta. Con todo, este dato es uno de los aspectos más difíciles de determinar, ya que la edad cronológica es, con frecuencia, completamente distinta de la emocional. Como evaluamos la edad sobre la base de la conducta, la cual es resultado directo de la madurez emocional y mental, no debe descartarse a ningún sospechoso guiándose exclusivamente por este dato.

Con toda probabilidad, el agresor podía mantener relaciones con mujeres. Sin embargo, hay motivos para pensar que era soltero y, en el caso de estar casado, que su relación matrimonial era conflictiva y existían en ella episodios de violencia doméstica. El agresor cohabitaba, quizá, con una mujer, pero continuaba manteniendo encuentros sexuales con otras.

También podemos suponer que nuestro hombre tenía una inteligencia entre media y superior a la media, que había terminado la enseñanza secundaria y que había sido capaz de asimilar el nivel universitario. Es más que probable que estuviese empleado y que su historial laboral fuera acorde con su formación académica.

Con toda seguridad, el hombre conocía la zona donde se encontraron los cuerpos de las víctimas lo suficiente para saber que se trataba de lugares «razonablemente seguros» para deshacerse de los cadáveres. Según nuestra experiencia en el análisis de casos similares, los agresores como el que nos ocupa dejan los cadáveres en puntos con los que tienen alguna clase de relación o que conocen de algo. Por lo tanto, nuestro hombre debía de vivir, trabajar o visitar a menudo la zona donde fueron encontradas las víctimas. En el caso de que lo vieran, habría podido ofrecer una explicación razonable de su presencia allí.

El agresor sería un hombre cuidadoso de su aspecto exterior y de su indumentaria y estaría en buenas condiciones físicas. Como sea que la escena de un crimen suele reflejar la personalidad del autor, cabe esperar que éste fuera metódico y pulcro de apariencia. Tenía pocos amigos íntimos, pero numerosos conocidos. Con frecuencia actuaba impulsivamente y buscaba la autogratificación inmediata. Más que un solitario, era una especie de «lobo estepario».

Por su forma de actuar parecería confiado, pero no abiertamente machista, entre sus amigos. En su trato con las mujeres buscaría controlarlas, y da la impresión de que se mostraba como un individuo muy dominante. Cabe la posibilidad de que intentara pasar por un individuo pasivo. Seguramente evitaba dar la impresión de poseer un temperamento explosivo o un carácter agresivo. Los episodios de comportamiento explosivo se alternaban con una actitud de indiferencia hacia los demás. Sin duda, demostraría una actitud manifiestamente ruda en el trato con la gente.

El agresor tomaba bebidas alcohólicas y, quizá, consumía drogas, pero no hasta el punto de quedar incapacitado por ello. No existen indicios de que cometiese el crimen bajo los efectos del alcohol o las drogas, aunque es posible que empleara una o varias de tales sustancias como modo de desinhibirse.

Es probable que el agresor poseyera un vehículo bien cuidado, motivo por el cual encajaría con la posición económica de los individuos con que solían salir las víctimas. Al agresor le gustaba conducir y no debía de tener reparos en buscar diversión lejos de la zona en que residía.

No creemos que el agresor tuviera un historial delictivo extenso. Sin embargo, cabe la posibilidad de que fuera detenido por altercados domésticos o por agresiones.

Las armas preferidas por este individuo serían, según los indicios, objetos que tuviese a mano; una herramienta en forma de media luna que muy probablemente guardaba en el coche, un pedazo de cuerda y las medias de nailon de las víctimas. Esto, unido al hecho de que golpease en la cabeza repetidamente a cada víctima como medio de controlarla, demuestra que, probablemente, el agresor no planeó los asesinatos hasta muy poco antes de que fueran cometidos.

CONDUCTA POSTERIOR AL DELITO

En vista del lapso transcurrido entre la comisión de los crímenes, en este caso la conducta del agresor tras el delito, que muchas veces es el elemento más revelador del análisis, tendrá una significación mucho menor. Esta sección se dedicará concretamente a analizar la situación que debió de producirse inmediatamente después de que fuesen cometidos los crímenes.

Tras éstos, es probable que el agresor se marchara directamente a su casa o a algún otro lugar seguro. Es posible también que se ensuciara la ropa y manchase el vehículo como consecuencia de los golpes brutales propinados a ambas víctimas y de la sangre menstrual de la víctima Ellroy. Tras cometer en ambos casos lo que seguramente consideraba un asesinato sin testigos, el agresor no debió de sentirse preocupado o nervioso por mucho tiempo. Quizás, en un intento de aislarse, fingiese alguna enfermedad; puede que al día siguiente avisara de que no acudiría al trabajo, si tenía previsto hacerlo. Salvo este retroceso inicial, la rutina diaria del agresor no se modificaría de forma significativa.

Evitaría aquellos lugares en que lo hubiesen visto con cada una de las víctimas poco antes de la muerte de éstas. Entre estos lugares debían de estar el Desert Inn, el Stan's Drive-In y el restaurante mexicano donde probablemente estuvo con la víctima Long la noche en que ésta fue asesinada.

Tal vez mostrase interés por los comentarios hechos en los telediarios acerca de los crímenes, pero sin intención de interferir en las investigaciones policiales. Es poco probable que formulara teorías acerca de lo sucedido, y casi seguro que declarase tener un conocimiento meramente indirecto de los asesinatos, obtenido a través de amigos o de los medios de comunicación.

Una vez que las investigaciones empezaron a perder intensidad, el agresor se habría tranquilizado, convencido de que nadie lo había visto con las víctimas y de que no era sospechoso. No debía de sentir la menor culpabilidad ni remordimiento alguno por lo que había hecho. En su opinión, esas mujeres eran cosas de usar y tirar y se justificaría a sí mismo diciéndose que ellas mismas eran responsables, de algún modo, de obligarlo a hacerles aquello. Sólo debía de preocuparle él mismo y el efecto que pudieran tener los crímenes en su vida. A esas alturas, es probable que ya hubiese olvidado la mayor parte de los detalles relacionados con aquéllos.

A menos que el agresor fuese detenido y encarcelado durante un período de tiempo prolongado, cabe suponer que continuase matando. Si no en este estado, en otros.

Carlos Avila

Consultor para la elaboración

de perfiles criminológicos

Avila creía que nos hallábamos ante un asesino en serie. En su opinión mi madre había consentido en follar con el Hombre Moreno. Lo decía con ligeros rodeos:

«Parece que la víctima había aceptado mantener relaciones sexuales…»

«Fueran cuales fueren las circunstancias que provocaron la furia del agresor, se produjeron después de la que la víctima se introdujera otra vez el tampón.»

Bill y yo discutimos acerca del informe en general y sobre el aspecto concreto de si había habido sexo consentido o violación. Estuvimos de acuerdo en el enfoque de Avila sobre el perfil psicológico del asesino. Bill coincidía con su conclusión de que se trataba de un asesino en serie. Yo discutí tal extremo. Sólo acepté un punto: que mi madre tal vez hubiese sido la primera víctima de la cadena de muertes de un asesino en serie. Carlos Avila era un criminólogo experto y reconocido. Yo, no. Desconfiaba de su conclusión porque se basaba en un conocimiento acumulado de casos criminales parecidos y de sus fundamentos patológicos comunes. Desconfiaba de las rigideces lógicas y del conocimiento acotado que lo llevaba a sacar determinadas conclusiones. La conclusión subvertía la, para mí, ley fundamental del asesinato, según la cual la pasión criminal derivaba de temores reprimidos durante largo tiempo y devueltos momentáneamente a la consciencia por la alquimia única del asesino y la víctima. Dos estados inconscientes encajan y crean un punto de fusión que explica los hechos. El asesino lo sabe. El asesino sigue adelante: «Sentía que era lo que tenía que hacer.» La víctima proporciona el conocimiento. Las víctimas femeninas son como semáforos que emiten señales de carácter sexual. Ahí está el esmalte de uñas desconchado. Y qué sórdido se vuelve hacer el amor dos segundos después de que uno se ha corrido. El semáforo sexual es un subtexto misógino. Todos los hombres odian a las mujeres por razones probadas que comparten entre ellos mediante chistes y bromas. Ahora, uno lo sabe. Sabe que la mitad del mundo perdonará lo que se dispone a hacer. Observa las bolsas bajo los ojos de la pelirroja. Observa las arrugas. La mujer está poniéndose otra vez ese tapacoños. Está manchándote de sangre la funda del asiento… El la mató esa noche. No podría haber matado a ninguna otra mujer. No buscaba ninguna mujer a la que matar, esa noche. Y ella no podría haber impulsado a ningún otro hombre a tal punto de fusión que explicase los hechos. La alquimia entre ambos era vinculante y mutuamente exclusiva.