Filmaron la escena una y otra vez. El mundo comenzó a dar vueltas. Yo era el chico del taxi, media vida atrás. La gente me señalaba y agitaba la mano.
Filmaron una escena doméstica en la cocina de mi antigua casa. La cocina estaba decorada al estilo de los años cincuenta. Mi madre llevaba un uniforme blanco. Yo iba vestido igual que en la escena anterior. Mi madre me llamaba a la cocina y me decía que tomase la cena. Yo me dejaba caer en una silla y no le hacía caso. Era todo pura comedia televisiva. Bill dijo que deberían haberme tomado contemplando el vestido de mi madre.
Hicimos un alto para el almuerzo. Llegó un camión con el servicio. Un tramoyista dispuso en el jardín delantero de la casa de Geno Guevara una mesa para veinte. Llegaba hasta la calle, y algunos gamberros del barrio se llevaron los platos y a punto estuvieron de arruinar la fiesta.
Me senté al lado de una perfecta desconocida. Envié una plegaria a la pelirroja. «Esto es por ti», le dije.
28
La fiesta terminó. Regresé a casa. Estaba previsto que nuestro reportaje se emitiera el 22 de marzo del 96.
Bill y yo densificamos al máximo nuestras entrevistas. Hicimos hincapié en Airtek. Insistimos en el apellido de soltera de mi madre y en que Jean era diminutivo de Geneva. Nos habíamos convertido en verdaderos profesionales. Hablábamos en bytes de sonido. Aquélla era nuestra oportunidad de estimular y provocar a una amplia audiencia con detalles perfectamente precisos y expuestos con sencillez.
Ella estaba allí fuera. Noté su presencia. Pasé un mes sereno pero expectante. Perdí de vista a la Rubia y al Hombre Moreno. Ella estaba allí fuera. Habría gente que llamaría para decir que la conocía.
Bill estaba otra vez en el condado de Orange. Trabajaba con Joe Walker. Buscaban nombres. El programa nos proporcionaría ahora una cantidad de nombres sin precedentes. Nombres de gente de la zona. Nombres de todo el país. Nombres de informantes y posibles nombres del Hombre Moreno y de la Rubia. Nombres que verificar y contrastar con los registros criminales. Nombres que contactar y que descartar y que revisar y comparar con otros y que dejar de lado como el producto de una mente lunática.
Nombres.
De sus ex amantes. De sus ex colegas. De sus ex confidentes. De la gente que había visto fugazmente su plan de huida. Nombres.
Bill estaba preparado para recibirlos.
Le dio trabajo a Joe Walker: Comprueba los registros oficiales. Sigue los rastros documentales y busca en los bancos de datos. Llévanos de Tunnel City a El Monte.
Joe se ofreció a comprobar los registros de matrimonios y divorcios. Bill dijo que él se ocuparía de repasar los listines telefónicos. Añadió que deberíamos ir a Wisconsin. Respondí que todavía no. Él quería que insistiese en reclamar lo mío. Yo prefería sondear los nuevos nombres que recibiéramos y reforzar mi posición.
Vi el programa en casa. Bill lo siguió desde la centralita telefónica del estudio. Louie Danoff lo acompañó y juntos aguardaron con algunos policías que aparecían en otros reportajes.
La sala de comunicaciones recordaba el centro de control de una base espacial. Una decena de telefonistas se ocupaban de las llamadas y, simultáneamente, introducían los datos en sus ordenadores. Al instante los agentes podían leer en las pantallas y atender las llamadas urgentes por los auriculares. Los comunicantes no tardaron en aparecer. Estaban viendo el programa, habían reconocido a algún sospechoso, a algún ser querido o a algún antiguo conocido… Algunos llamaban porque determinado reportaje había tocado su fibra sensible o los había sacado de sus casillas.
Seguí el programa con Helen. El reportaje sobre Jean Ellroy tuvo un éxito arrollador. Fue el mejor programa desde el espectáculo en directo de Robbie Beckett. El narrador era Robert Stack. Cuando lo vi solté una carcajada. Yo había hecho de cadi para él unas cuantas veces, en Bel-Air. Las dramatizaciones eran explícitas. El director conseguía un equilibrio adecuado. Comprendía la demografía del espectador. El asesinato era espantoso y nada más. No ofendía a la gente de edad ni afectaba indebidamente a posibles comunicantes. Yo era un buen hombre. Bill, también. Robert Stack insistió en la conexión Airtek. El reportaje proporcionaba la información debida. La imagen que se ofrecía de mi madre y del Hombre Moreno era la adecuada. Todo se relató en términos sencillos y ajustados a la verdad.
Los teléfonos sonaron.
Llamó un hombre de Oklahoma City, Oklahoma. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a un tipo llamado Bob Sones. Bob había matado a su esposa, Sherry, y se había suicidado. Fue a finales del 58. El suceso se produjo en North Hollywood. Llamó un hombre de Centralia, Washington. Dijo que el Hombre Moreno era su padre. Éste medía dos metros, pesaba ciento veinte kilos y siempre llevaba encima una pistola y un montón de munición. Llamó un hombre de Savage, Minnesota. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a su padre, que por aquella época vivía en El Monte. Era un tipo violento, jugador y mujeriego, y había cumplido condena en la cárcel. Llamó un hombre de Dallas, Texas. Dijo que el Hombre Moreno le resultaba familiar. Se parecía a un antiguo vecino suyo. El tipo tenía una esposa rubia y conducía un Buick blanco y azul. Llamó un hombre de Rochester, Nueva York. Dijo que el Hombre Moreno era su abuelo. Sus abuelos vivían en una residencia. El hombre nos dio la dirección y el número de teléfono. Llamó una mujer de Sacramento, California. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a un médico de la ciudad. El médico vivía con su madre, detestaba a las mujeres y era vegetariano. Llamó una mujer de Lakeport, California. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a su ex esposo. Siempre andaba detrás de alguna falda. En ese momento no tenía ni idea de dónde se encontraba. Llamó una mujer de Fort Lauderdale, Florida. Dijo que su hermana había sido asesinada. Añadió que leía muchas novelas policíacas. Llamó una mujer de Covina, California. Dijo que su hermana había sido violada y asesinada en El Monte. Había sucedido en 1992. Llamó un hombre de Huntington Beach, California. Dijo que quería hablar con Bill Stoner. Bill se puso al aparato. El hombre colgó. Llamó una mujer de Paso Robles, California. Dijo que el Hombre Moreno le resultaba familiar. En 1957 había conocido a un tipo que se ajustaba a la descripción. Quería sexo. Ella se negó. Él dijo que tenía deseos de matarla. Por entonces el tipo vivía en Alhambra. Llamó un hombre de Los Ángeles. Dijo que su abuela conocía a Jean Ellroy. Eran amigas. Su abuela vivía en el condado de Orange.
La telefonista le hizo señas a Bill de que se acercara. Éste observó la pantalla del ordenador. La telefonista dijo al comunicante que aguardase un momento, por favor. El hombre colgó.
Llamó la mujer de la Dalia Negra. Dijo que su padre había matado a Jean Ellroy y a la Dalia Negra. Llamó una mujer de Los Ángeles. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a su padre. Había muerto en agosto del 58. Llamó una mujer de Los Ángeles. Dijo que la Rubia le resultaba familiar. A finales de los años cincuenta había conocido a una pareja. El marido era italiano; la mujer, rubia. Él trabajaba en un campo de tiro de misiles. Ella, en un estudio de danza. Él se llamaba Wally; ella, Nita. Llamó una mujer de Phoenix, Arizona. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a su difunto tío. En 1958 el hombre vivía en Los Ángeles. Llamó una mujer de Pinetop, Arizona. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a un chico moreno que ella conocía. En 1958 el chico moreno tendría dieciséis años. Llamó una mujer de Saginaw, Michigan. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a su ex esposo. Se había esfumado del mapa. No tenía ni idea de dónde se encontraba. Llamó una mujer de Tucson, Arizona. Dijo que era psicóloga. Añadió que James Ellroy estaba muy enfadado y que revivía la muerte de su madre como un modo de autocastigarse. Que no lo hacía por ella. Que se sentía culpable y necesitaba tratamiento. Llamó una mujer de Cartwright, Oklahoma. Dijo que el Hombre Moreno se parecía al ex marido de su madre. El hombre la había violado y había intentado asesinar a su madre. Era un demonio. Era camionero. Conducía Buicks. Recogía mujeres y se mofaba de su madre. La comunicante ignoraba si el hombre aún vivía. Llamó una mujer de Benwood, Virginia Occidental. Dijo que cuando tenía seis años un hombre los había seguido, a ella y a su hermano, en Los Ángeles. Tenía el cabello oscuro y la dentadura en buen estado. Conducía un camión. Le había quitado la ropa, la había acariciado y la había besado. Varios años más tarde lo vio en un concurso de televisión. Quizá fuese el programa de Groucho Marx. Llamó una mujer de Westminster, Maryland. Dijo que el Hombre Moreno se parecía a un tipo llamado Larry. Resultó que Larry tenía cuarenta años. El Hombre Moreno podía ser su padre. Llamó un hombre de New Boston, Texas. Dijo que el tío de su esposa se había trasladado a Texas en el 58. Respondía a la descripción del Hombre Moreno. Sometía a abusos sexuales a los niños. Había muerto diez años atrás. Estaba enterrado en Comway, Arkansas.