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Estos eran los pensamientos que le atormentaban cuando irrumpió en su habitación y se encontró con la gélida mirada de los dos polizones, ambos todavía con el traje de Santa Claus pero sin las barbas ni los gorros, que estaban en la cama.

Eric tendió el plato a Bala Rápida.

– Esto es lo único de comer que puedo conseguiros por ahora. Pero tenéis que salir de aquí al instante.

Su tono de voz estaba entre la orden directa y la súplica.

Los otros dos se lo quedaron mirando en silencio.

– Tengo un lugar seguro -barbotó Eric atropelladamente-. La capilla de Reposo está en esta cubierta. Allí no irá nadie. Luego, después de la cena, ya volveré a meteros en el camarote antes de que suba mi tío.

– ¿A esto lo llamas cena? -preguntó Bala Rápida mientras cogía una porción de sushi.

– No, no, ya os traeré más, lo prometo. Por favor, debemos irnos. Winston tiene una televisión en el office y si lo conozco de algo, ahora mismo estará allí trasegando lo que quede de champán y viendo Jeopardy. Eso es lo que hace en casa de mi tío. Está flipado con Jeopardy. Hizo la prueba para presentarse al concurso y casi la pasa. ¡Vamos!

– El precio por sacamos del país acaba de bajar -gruñó Highbridge-. No vas a sacar ni un solo dólar más por ninguno de nosotros.

– Y si pasa algo y no llegamos a salvo a Fishbowl Island, mis hombres tienen órdenes de reventarte -declaró Bala Rápida con el tono sereno de quien pide el salero en la mesa.

Eric abrió la boca para protestar, pero la protesta murió en sus labios. ¿Por qué escucharía a Bingo Mullens?, se preguntó. Tenía la boca seca y le sudaban las manos. Bingo le aseguró que conocía una manera fácil de ganar un buen dinero. En palabras textuales: «Tu tío tiene un barco y confía en ti. Se me ha ocurrido algo de cajón».

Bingo había sido detenido en Miami por juego ilegal el año anterior, y conoció a Bala Rápida en la cárcel antes de que ambos salieran bajo fianza. Un mes atrás contactó con Bala Rápida para contarle que tenía una manera segura de sacarle del país antes de que comenzara su juicio. Bala Rápida accedió por un millón de dólares. El primo de Bingo era recadero de Highbridge en Connecticut. Así había establecido Eric el contacto. Y ahora los tenía a los dos en su habitación y, a menos que pudiera mantenerlos escondidos, los detendrían a los tres.

Y eso sería lo menos grave que podía pasarle, pensó Eric con el corazón acelerado.

Debía tener ocultos a aquellos dos hombres durante treinta y tres horas. Saber que su vida dependía de ello le dio valor.

– Poneos los gorros y las barbas -ordenó-. ¡Y vámonos!

Primero echó un vistazo al pasillo. Estaba vacío. Les hizo una señal de que le siguieran y las últimas instrucciones las susurró en un temblor nervioso que convirtió su voz en un pequeño chillido.

– Y si alguien os ve, acordaos de que la gente espera ver Santa Claus rondando por todo el barco, así que no echéis a correr.

Highbridge farfulló una maldición.

Había cambiado, pensó Eric. Había en su voz algo amenazador que helaba la sangre. Su instinto quedó justificado de inmediato.

– Si los hombres de Tony no hacen el trabajo, mis hombres te encontrarán -aseguró Highbridge-. Puedes estar seguro.

Tardaron menos de un minuto en llegar al pasillo que acababa en la capilla de Reposo, pero les parecieron horas. Eric abrió la pesada puerta, encendió la luz y echó un vistazo. La capilla era la alegría y el orgullo del comodoro. Tenía el techo abovedado con vidrieras a ambos lados. Un pasillo central alfombrado separaba seis filas de bancos de roble blanco y llevaba a una zona elevada que sugería un santuario. El altar, una mesa larga cubierta con un paño de terciopelo, era el punto focal. A un lado se veía un órgano.

– Entrad -ordenó Eric. Luego cerró la puerta-. Sentaos en el suelo detrás del altar. Si oís que se abre la puerta, meteos debajo. Yo volveré lo antes posible después de la cena.

– Más te vale traer comida -amenazó Bala Rápida mientras se arrancaba la barba.

– Vale, vale.

Eric apagó la luz y se marchó intentando no echar a correr.

Alvirah y Willy estaban esperando el ascensor.

– Ah, me alegro de verte, Eric -saludó Willy-. Alvirah se ha encontrado una baraja de cartas en la mesilla de noche y pensamos que igual era tuya.

– No, no es mía -replicó Eric de mal humor. Queriendo suavizar su tono, intentó esbozar una sonrisa y explicó-: Ya de niño lo que me gustaba era el aire libre. No era capaz de estar sentado mucho tiempo jugando a las cartas.

– Bueno, pues entonces a ver si puedo organizar una partidita en el barco -dijo Willy.

Cinco minutos después, ya en la ducha, una idea le asaltó como un rayo. Bala Rápida había dormido en la cama. ¿Sería suya la baraja? Y en ese caso, ¿querría recuperarla?

12

Los aperitivos se servían en el espacioso salón adyacente al comedor. Un fotógrafo había colocado su cámara en la puerta junto con un fondo en el que se veía la barandilla de un barco contra un cielo plagado de estrellas. Allí, a las ocho en punto, el comodoro comenzaría a posar para hacerse fotografías mientras los invitados entraban al comedor.

Las paredes estaban decoradas con una variedad de artículos y fotografías enmarcadas, todas testimonios de los filantrópicos esfuerzos de los invitados. Una tal Eldona Dietz había sido elegida por una original carta de Navidad en la que detallaba todas y cada una de las actividades de sus hijas en los últimos doce meses y que había ganado un premio en una re vista familiar. En la pared se exhibía una versión ampliada y enmarcada de dicha carta. Para que nadie la pasara por alto, una versión más pequeña ocupaba el centro de todas las mesas del cóctel.

El comodoro hablaba en voz baja con Dudley, que parecía bastante agobiado. Era evidente que no le gustaba nada lo que estaba oyendo.

– Solo tenemos ocho Santa Claus porque faltan dos trajes, señor.

Dudley había querido encontrar el momento adecuado para dar la noticia, pero por desgracia el comodoro ya había contado a las figuras disfrazadas que rondaban por la sala con sus «¡Jo! ¡Jo! ¡Jo!» y ordenó a Dudley que fuera a buscar a los dos que faltaban.

– Pero ¿cómo pueden faltar dos trajes? -quiso saber Weed-. La puerta del almacén estaba cerrada, ¿no?

– Sí, señor.

– ¿Han forzado la cerradura?

– No, señor.

– Pues entonces, si no me equivoco, alguien que tenía la llave entró a robar los disfraces.

– Ese parece ser el caso, señor.

El comodoro hizo un visible esfuerzo por controlar la indignación, pero los ojos le echaban chispas.

– Me siento muy herido, Dudley. Alguien pretende arruinar nuestro crucero de Santa Claus. Me está hirviendo la sangre. Deberías haber informado a Eric, si no has podido dar antes conmigo.

– Señor, para cuando me di cuenta de que faltaban los disfraces, estaba usted arreglándose para la cena, y a Eric no lo he visto desde que terminó el simulacro de emergencia.

– Estaba en mi suite. No sé qué ha podido retenerlo. Debería estar aquí ya. ¡De esto ni una palabra a nadie! No quiero que los invitados se enteren de que tenemos un ladrón a. bordo. Ya han tenido que ver a uno de nuestros camareros intentando huir de la justicia. Pero ¿dónde has contratado a esta gente, Dudley, en una penitenciaría?