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15

Bala Rápida y Highbridge salieron corriendo por el pasillo hasta la escalera más cercana. Bajaron casi sin tocar los escalones con los pies, entre el tintineo de los cascabeles de sus gorros.

Dos plantas más abajo encontraron una puerta exterior y salieron a una gran cubierta desierta con una hilera de hamacas. De inmediato estuvo claro que allí no había dónde esconderse.

Corrieron hacia popa, subieron una escalera de hierro y se encontraron en la piscina. En un extremo había un bar, y en el otro un ventanal de cristal daba a un salón tipo cafetería llamado el Lido, donde varios camareros estaban colocando unas fuentes sobre una larga mesa.

– Estarán preparando el bufet de medianoche -susurró Highbridge-. En estos cruceros la gente no hace más que comer.

– Menos nosotros -gruñó Bala Rápida-. Vamos a por algo de comida.

– Lo dirás de broma -protestó Highbridge.

– Un estómago vacío no es ninguna broma. Tú tranquilo. Haz como que tienes hambre. Sígueme.

Pasaron junto a la piscina, atravesaron las puertas dobles y se dirigieron a la mesa del bufet. Una escultura de hielo de Marlon Brando con uniforme naval y los pies metidos en un barreño hacía de húmedo centro de mesa.

– Lo siento, pero el bufet de medianoche no empieza hasta las once -les advirtió un camarero de camino a la cocina.

– Ya, bueno, es que acabamos de volver del Polo Norte y es demasiado tarde para cenar abajo -explicó Bala Rápida, intentando parecer alegre.

Pero sus palabras le Sonaron falsas incluso a él mismo, de manera que se echó a reír. Se dio cuenta de que la risa tampoco parecía sincera.

– Solo queremos algo para nosotros y los renos -añadió Highbridge-. Rudolph se pone muy temperamental si no come.

El camarero se encogió de hombros.

– Todavía no ha salido la comida caliente. Espero que a Rudolph le guste el queso.

Bala Rápida asintió con la cabeza y susurró entre dientes:

– Se acabó la charla. Ya volveremos más tarde. Cogemos lo que nos den y nos largamos de aquí pero ya.

16

– Pero ¿es que nadie me cree? -chilló Ivy.

Los miembros del grupo de Lectores y Escritores de Oklahoma respondieron al unísono:

– ¡No!

En la mesa de los Reilly-Meehan, las tres parejas intercambiaron miradas de preocupación.

– He ido a muchas representaciones de asesinatos misteriosos -comentó Nora-, pero nadie ha sonado nunca tan convincente como Ivy. No creo que esté fingiendo.

– Desde luego cree haber visto algo -convino Regan. Dudley estaba sentado cerca. Se levantó de un brinco y corrió hacia Ivy.

– Señorita Pickering, ya sé que solo está intentando divertirse en el crucero, pero…

Ivy, sin hacerle ningún caso, fue a la mesa de Alvirah.

– Todos se creen que estoy de broma. Pero no es así. Vi a Louie Gancho Izquierdo con unos boxers a cuadros en la capilla. Se estaba calentando para una pelea. Así…

Y empezó a saltar estirando los brazos.

Tras echar una triste mirada a la crème brulée que todavía no había tocado, Alvirah se puso en pie.

– Vamos a echar un vistazo.

– Vamos todos con usted, señorita Pickering -decidió Jack.

– Gracias. Llámenme Ivy.

No quisieron esperar al ascensor, de manera que tomaron la escalera. Nora puso la mano bajo el codo de Ivy mientras avanzaban por el pasillo hacia la capilla de Reposo. La mujer estaba temblando. Era evidente que tenía miedo.

– Solo quería echar un vistazo a la capilla, porque voy a mandar un e-mail a mi madre… En fin, el caso es que por muy buenas que sean para la salud, no soporto las ensaladas. Además, no la sirvieron a tiempo. Así que salí a echar un vistazo a la capilla mientras los demás se hinchaban de comida de conejo. Iba a decir una oración por mi madre, que tiene ochenta y cinco años, aunque todavía está muy fuerte. Y muy lúcida. Ahora hace yoga y todo. Le sienta de maravilla. Va a la iglesia todos los días, por eso sabía que le interesaría saber cómo era aquí la capilla…

– La capilla es muy especial para el comodoro -se apresuró a explicar Dudley-. Esperaba incluso que alguien se decidiera a casarse en el crucero. La capilla es perfecta para cualquier ocasión especial…

Jack abrió la ornamentada puerta. El santuario estaba a oscuras, con excepción del débil resplandor de luz que se filtraba por las vidrieras.

– Ivy, ¿estaba la luz encendida cuando entraste?

– No. Al abrir la puerta vi el interruptor enseguida, porque brilla un poco. Y cuando lo encendí me llevé la sorpresa. ¡Pero no lo apagué al salir! -añadió muy segura.

– La verdad es que querríamos animar a nuestros invitados a apagar las luces siempre que sea posible -terció Dudley-. Es un derroche de energía dejar encendidas las luces del camarote cuando se está cenando en el salón. Al comodoro le preocupa mucho el calentamiento global-prosiguió, hasta que se dio cuenta de que nadie le prestaba ninguna atención.

Jack pulsó el interruptor y las luces del techo y laterales iluminaron la capilla. Ivy señaló a un lado del altar.

– Ahí estaba saltando y haciendo estiramientos. ¡Louie Gancho Izquierdo! Ya sé que parece una locura, pero estaba ahí. O por lo menos su fantasma.

– Ivy, ¿le dijo algo? -preguntó Alvirah-. Estoy segura de que no habría querido darle ese susto. Al fin y al cabo, le están haciendo un homenaje en este crucero.

– No, solo se me quedó mirando. Es que al final no llegaron a bordo las cajas con la edición especial de su primer libro, El directo de Planter, y a lo mejor se ha enfadado por eso.

– ¿El directo de Planter? -repitió Regan.

– Sí, el boxeador detective de Louie Gancho Izquierdo se llamaba Pug Planter. El primer libro fue un gran best seller. Pero como ya he dicho, la edición especial que íbamos a vender a bordo no llegó a tiempo.

Nora lanzó un suspiro.

– Ya me conozco yo eso de que los libros no aparezcan cuando tengo que dar una charla.

– Los libros no llegaron, pero Louie Gancho Izquierdo desde luego sí ha aparecido -insistió Ivy-. Ya sé que tiene que ser un fantasma. Pero siempre había pensado que los fantasmas son traslúcidos. Y además, estaba haciendo mucho ruido cuando saltaba.

– ¿Y dice que estaba junto al altar? -indagó Jack, avanzando por el pasillo.

– Sí, justo ahí -señaló Ivy, detrás de él.

Regan advirtió que el pesado paño de damasco que cubría el altar estaba torcido. Levantó una esquina y miró debajo. No había nada.

Alvirah miró también, y habiendo sido una mujer de la limpieza, no pudo evitar alisar y poner derecho el paño.

– Ya sé lo que están pensando -dijo Ivy-. Que han sido todo imaginaciones mías. Pero les aseguro que vi a un hombre con unos calzones. Y si no era Louie Gancho Izquierdo, era su hermano gemelo.

– Ivy, ¿sabía alguien de su grupo de Lectores y Escritores que usted iba a venir a la capilla? -preguntó Regan.

– No. No lo sabía ni yo misma.

– Pues parece que Louie no se ha dejado nada.

Ivy miró suspicaz a Jack para ver si era un sarcasmo.

– Puede que alguien haya querido gastar una broma -aventuró Jack-. A lo mejor le sorprendió usted aquí practicando. ¿Conoce a todos los de su grupo?

– A algunos más que a otros. Hay un par de cónyuges a los que solo he visto unas cuantas veces. Pero ninguno se parece a Louie Gancho Izquierdo.

– Tienen ustedes carteles de Louie por todo el barco. A lo mejor alguien a bordo quiere sorprender a su grupo en alguno de sus seminarios -sugirió Alvirah-. Y claro, se llevó usted tal susto al encontrárselo que salió corriendo y solo lo vio de refilón.

– Yo sé muy bien lo que vi -insistió Ivy-. Vi a alguien que era el doble de Louie Gancho Izquierdo.

Luke se había quedado junto al último banco. De pronto algo en el suelo le llamó la atención y se agachó para recoger una pequeña bola metálica con rendijas y una bola sólida más pequeña dentro.