– He knows if you’ve been bad or good…
– Desafina -masculló Highbridge.
– Por lo menos está buscándonos -exclamó Bala Rápida-. ¿Qué quieres que haga, gritar nuestros nombres?
Los dos se levantaron para asomarse a un lado del granero. Eric estaba junto al primer hoyo, cantando a grito pelado.
– ¡Psss! Estamos aquí -llamó Bala Rápida-. ¿Ahora qué?
– Un tipo ha tenido un accidente en el comedor y está en la enfermería. Se va a pasar allí toda la noche y yo tengo llave de su camarote. Seguidme. Pero hay que tener cuidado. Están recogiendo el bufet del Lido y no deben vemos. Habrá que agacharse al pasar junto a las ventanas.
Tres minutos después, tan empapados como si se hubieran tirado al mar y avanzando a varios metros de distancia unos de otros, llegaron al camarote de Crater.
Highbridge corrió al baño para abrir la ducha caliente.
Bala Rápida se quitó el traje mojado de Santa Claus y se quedó con los calzoncillos de cuadros que Ivy había descrito. A continuación se puso un albornoz con la insignia del Royal Mermaid que sacó del armario y se envolvió en una manta de la cama.
– Voy a coger una neumonía. ¿Aquí hay bar?
En ese momento sonó el busca de Eric.
– Es mi tío, que me está buscando. Hay un minibar en el armario. Luego vuelvo.
Cuando Eric se marchó, Tony vació en un vaso una botella en miniatura de whisky y se sentó en la cama. Tenía la impresión de que Highbridge gastaría toda el agua caliente del barco. Dando un largo trago miró en torno al camarote y vio en la cama un mando a distancia. Puso la televisión, pensando que no darían nada más que un documental sobre Fishbowl Island o un vídeo de seguridad explicando qué hacer en caso de naufragio. Pero en cuanto se encendió la pantalla, se llevó un buen susto. En ella aparecía su foto policial.
– Las autoridades están interrogando a Bingo Mullens sobre su relación con Tony Pinto, que desapareció de su casa el día de Navidad. Se cree que Pinto intenta huir del país, y un informador ha declarado ante el FBI que Bingo Mullens andaba preguntando por alguien dispuesto a sacarle a escondidas.
El whisky le hizo un agujero en las tripas. Bingo tenía que haberle traicionado. Acabaría en Podunk, en el programa de protección de testigos, fingiendo ser zapatero o algo.
– Bingo, como me traiciones -dijo en voz alta-, te mato. De momento el último que me traicionó se ha escapado, pero tú no lo conseguirás. Te lo juro.
27
Una vez en su camarote, mientras se preparaban para acostarse, Regan y Jack comentaban su primer día en el mar.
– No me puedo creer que Alvirah nos haya metido en esto -comentó Regan en la puerta del baño, mientras se lavaba los dientes-. Ya me estoy imaginando qué le estará diciendo mi padre a mi madre.
– Los dos sabemos que Alvirah es un imán para los conflictos -replicó Jack, quitándose los zapatos-. Pero lo que sí es verdad es que para ser un crucero que pretende honrar a la flor y nata de la bondad humana, están pasando cosas rarísimas.
– Pues sí. Si un miembro de la tripulación tenía problemas con la ley, deberían haberlo averiguado antes de contratarlo. ¿Quién sabe quién más podría ir a bordo del barco? Es evidente que quien robó los trajes de Santa Claus sigue aquí, y si Ivy vio de verdad a alguien, es evidente que ese alguien no quiere darse a conocer.
– Mañana por la mañana vaya pedir a Dudley una lista de pasajeros y empleados. En la oficina pueden darle un repaso, a ver si encuentran algo raro.
Jack puso la televisión. Los nuevos retazos de emisiones que llegaban al barco se repetían una y otra vez. Volvió a aparecer en pantalla una foto de Bala Rápida Tony Pinto.
– Regan, ven.
Regan salió del baño.
– ¿Qué pasa?
La noticia informaba de que Bingo Mullens, delincuente asociado con Tony Pinto, era quien había dispuesto su huida.
– Mírale la cara, Regan. Bala Rápida se parece muchísimo a ese escritor boxeador, ¿no?
– Pues sí. Y anda suelto. -Regan alzó las cejas-. A lo mejor es el que vio Ivy esta noche.
Los dos se echaron a reír justo cuando el barco daba un fuerte bandazo.
– Pues si está a bordo, espero que no se tope con Alvirah -bromeó Jack-. Anda, vamos a la cama.
Regan sonrió.
– Una oferta que no puedo rechazar.
28
Eric entró en la suite del comodoro todavía empapado, seguro de un gélido recibimiento. No había contestado al busca de inmediato, como su tío siempre esperaba de él. Y lo que era peor, no había respondido a tres llamadas distintas, lo cual el comodoro consideraría directamente pura rebelión. Ya tenía listas sus explicaciones.
Weed y Dudley estaban sentados en el sillón, y ambos le dirigieron una mirada torva en cuanto entró en el salón. Se notaba que Dudley estaba encantado de verle metido en un lío.
– Tío Randolph… -comenzó.
– ¡Pareces un pollo remojado! -le espetó el comodoro-. Desde luego no tienes el aspecto impecable que espero de todos los oficiales del Royal Mermaid. -Se interrumpió un momento-. Al menos mientras pueda mantenerlo a flote.
– Tío, estoy empapado por mi preocupación por nuestros pasajeros. Oí que algunos comentaban que sería divertido estar fuera con esta tormenta, así que fui a inspeccionar todas las cubiertas por si algún loco había salido. La gente hace muchas tonterías sin saber lo peligroso que es esto.
– ¿Y encontraste a alguien? -preguntó Dudley con voz monótona y las cejas alzadas.
– No, gracias a Dios -replicó Eric con vehemencia-. Estoy mucho más tranquilo sabiendo que todo el mundo está a salvo. Los pasillos están desiertos. La gente se ha metido ya en los camarotes y espero que todos se hayan dormido acunados por el Royal Mermaid, una cuna protectora en este proceloso mar.
El comodoro alzó la mano.
– No sabía que fueras tan poético, Eric. Quítate esa ropa mojada y vuelve a toda prisa. Tenemos una crisis.
– Todo el mundo estaba advertido de que es peligroso salir a cubierta con esta tormenta. Con eso debería haber bastado -declaró remilgadamente Dudley.
Eric, en su habitación, se quitó deprisa la ropa para ponerse un chándal. Cuando volvió al salón, su tío miraba la vitrina de la pared.
– Eric -comentó, señalándola-, no te lo había dicho porque quería que fuera una sorpresa, pero tenemos un pasajero extra en este crucero.
A Eric le flaquearon las rodillas.
– ¿Un pasajero extra? ¿Quién?
– La abuela.
– ¿La abuela? La abuela murió hace ocho años.
– Las cenizas de tu abuela -explicó Dudley-. Están en la caja de plata de la vitrina.
– ¿La abuela fue incinerada? -se pasmó Eric.
– Era su voluntad. En sus últimas horas me aseguró que lograría mi sueño de tener un barco, y me dijo quería que la llevara en la primera travesía para echar sus cenizas al mar.
– A mí nadie me cuenta nada -se quejó Eric.
– Si hubieras asistido a su funeral, lo habrías sabido -le reprendió su tío-. Mis tres ex mujeres vinieron. Respetaban mucho a tu abuela. Tus ex tías Beatrice, Johanna y Reeney. Todas vinieron y lloraron como Magdalenas. No hace mucho hablé con Reeney y le dije que había llegado por fin el momento de esparcir las cenizas de la abuela en este primer crucero. Reeney quería venir, pero hasta mi paciencia tiene un límite. Y ahora este crucero ha tenido tan mala publicidad…
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Eric. Le había dado un brinco el corazón-. ¿Qué dice la gente sobre el crucero?
El comodoro le hizo un resumen.
– Es una falta de respeto a la memoria de tu abuela. Esa mujer hizo tanto bien en su vida que yo quería honrar su memoria dándole una última despedida no solo en mi primer crucero, sino también rodeada de gente muy, muy buena. Y ahora todo se ha convertido en una burla… -En ese momento se le quebró la voz y se sacó del bolsillo un pañuelo-. No es justo -comentó, enjugándose los ojos-. Ni una sola persona ha pagado por venir a este crucero. ¡Nadie! ¡Y ahora todo el mundo se burla de mí!