En el camarote de al lado habían apagado la televisión, pero se oía el ruido de cajones al abrirse y cerrarse. Y luego voces. Tal vez alguien estaba ayudando a Crater a prepararse para pasar la noche, pensó Ted, volviéndose hacia un lado y subiendo más la manta para taparse las orejas.
Cuando ya empezaba a dormirse, pensó en lo mucho que le alegraba haber preguntado a Maggie Quirk sobre Ivy Pickering. Maggie era una mujer graciosa que sabía reírse de sí misma. Y no llevaba anillo, así que seguramente no estaba casada. Le había dicho que pensaba salir a correr un poco a las seis de la mañana. Si la tormenta amainaba, él también saldría a correr.
Ted solía madrugar, pero para asegurarse de no quedarse dormido, encendió la luz y puso la alarma para las cinco y media.
31
Martes, 27 de diciembre, 3.45 de la madrugada
Como casi todos los pasajeros, Maggie e Ivy se fueron directamente a la cama nada más llegar al camarote. No era fácil estar de pie con aquella tormenta, y de todas formas había sido un día muy largo. Maggie se durmió enseguida, pero a las cuatro menos cuarto se despertó y encontró a Ivy sentada al borde de la cama.
– ¿Estás bien, Ivy? -preguntó, encendiendo la luz-. No habrás visto otro fantasma, ¿verdad?
– Muy graciosa. -Pero Ivy se echó a reír a pesar de todo-. Preferiría estar despierta por haber visto un fantasma, y no por sentirme como me siento. Estoy mareadísima. Y mira cómo tiemblo.
– Vamos a la enfermería ahora mismo.
Maggie empezó a levantarse.
– No, no podría llegar, con el mareo que tengo. Me voy a tumbar, a ver si se me pasa un poco.
Maggie cogió la bata.
– Pues entonces voy yo, a ver si me dan un parche para el mareo o lo que quiera que tengan para esto.
– No quiero que andes rondando sola por el barco a estas horas -protestó Ivy. Luego lanzó un gemido-. Pero si insistes -cedió débilmente-. No me imaginaba que sería de las que se marean en barco…
– Te voy a poner una toalla mojada en la frente, y bajo corriendo a la enfermería.
32
Para cuando Highbridge salió de la ducha, Bala Rápida había vuelto a guardar todo en el portafolio y lo había escondido debajo de la cama. Ya sabía lo que iba a hacer, y una de las primeras lecciones que había aprendido en su vida criminal era que en boca cerrada no entran moscas.
Al ver los envoltorios de caramelo y la lata vacía de cacahuetes, Highbridge se puso furioso.
– ¿No podías haberme dejado algo?
– Tenía hambre -replicó Bala Rápida en tono de pocos amigos-. Y la sigo teniendo.
Los dos guardaron un sombrío silencio. Cuando Bala Rápida entró en el baño, vio que Highbridge había colgado el traje de Santa Claus y le había metido toallas en mangas y perneras para que no se arrugara. Cuando le preguntó a qué venían tantos remilgos, su compañero replicó que pensaba ir al bufet para madrugadores a comer algo.
– Y no pienso traerte nada -concluyó.
Para cuando Bala Rápida salió de la ducha, Highbridge ya estaba dormido en su lado de la cama doble. Tony se tumbó y apagó la luz. ¿Cómo podía su compañero dormir en un momento así? Él tenía la mente a mil por hora. Debía recuperar sus cartas. Y era su última oportunidad de encontrar a Eddie Gordon. En cuanto desembarcara para emprender camino hacia Fishbowl Island, seguramente no volvería a tropezarse con él.
Debía a su padre acabar con Gordon. Si no lo intentaba al menos, tendría que vivir avergonzado el resto de su vida.
Sabía que era arriesgado, pero tenía que intentarlo.
Pensaba esperar hasta las cuatro de la madrugada, cuando los pasillos estarían desiertos. Había oído por ahí que muere más gente en torno a las cuatro de la madrugada que en cualquier otro momento de las veinticuatro horas del día. Cerró los ojos sabiendo que no se dormiría, esperando añadir una persona más a esa estadística.
A las tres y media, incapaz de seguir esperando, salió de la cama. Se ciñó el cinturón del albornoz, se echó una gruesa toalla al cuello y se puso unas gafas de sol de Gordon que había encontrado en la mesilla de noche, agradeciendo que no estuvieran graduadas.
El corredor estaba desierto y en penumbra. Junto al ascensor había un diagrama del barco, indicando el lugar de las distintas salas. Tal como esperaba, la enfermería estaba en la cubierta inferior. Estudió el camino en el diagrama y llegó a su destino sin encontrar un alma.
Abrió la puerta de la enfermería con infinito cuidado. Y se encontró en una sala de espera siniestramente desierta y Silenciosa. Un signo bien visible en la puerta rezaba: ENFERMERA DE GUARDIA. PULSE EL BOTÓN.
Se metió detrás del mostrador y abrió con sigilo la puerta del sanctasanctórum. Moviéndose despacio, guiado por la suave luz del zócalo, se asomó a la pequeña oficina a su izquierda, donde advirtió la silueta de una enfermera dormida en una butaca. Su respiración profunda y pesada le aseguró que no le causaría problemas, al menos de momento. Bala Rápida esperaba, por su bien, que no se despertara.
En la segunda sala de la derecha encontró al hombre que tanto sufrimiento había causado a su familia. A pesar de la penumbra reconoció el perfil de Eddie Gordon, el hombre conocido como Crater. Bala Rápida se acordó de su pobre madre, realizando la larga caminata hasta la prisión federal de Allentown, Pensilvania, una vez al mes durante quince años para ver a su padre. Todos aquellos años mirando el lugar vacío de su padre en la mesa.
– Esta va por ti, papá -susurró mientras entraba en la sala oscura.
Cogió la almohada de Crater y con un movimiento rápido y decidido la pegó a la cara de su víctima.
Crater/Gordon, en su sueño inducido por las drogas, estaba teniendo una pesadilla. No podía respirar. Se ahogaba. Intentó gritar mientras agitaba las manos. Era real. No era una pesadilla. Por puro instinto de supervivencia deslizó las manos bajo la almohada que le cubría la cara y empujó con fiereza.
Unos pulgares fuertes le apretaban el cuello mientras una voz susurraba:
– Esto es lo que te mereces.
– ¡Aaahhh!
Crater sabía que su grito era apenas un murmullo.
En ese momento el ruido del timbre de la sala de espera resonó en la oficina de la enfermera, al otro extremo del pasillo. Bala Rápida se quedó paralizado, sin dejar de apretar la almohada contra la cara de Crater. Sabía que el timbre despertaría a la enfermera, y que quien lo hubiera pulsado estaría en la sala de espera. Así que hizo lo único que podía hacer: tiró la almohada, salió corriendo y se escondió en la sala de al lado.
– Aaaaaah -empezó a gritar Crater.
La enfermera echó a correr por el pasillo hasta la habitación. Bala Rápida, con la toalla en torno al cuello y las gafas oscuras, abrió la puerta a la sala de espera y, medio tapándose la cara con la mano, salió de la enfermería sin mirar siquiera a la mujer que acababa de volverse para tomar asiento.