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– Cannon está en la sala de espera -la interrumpió Willy-. Estaba haciendo footing con Maggie y fueron ellos los que te encontraron tirada en la cubierta. Estabas hablando…

– Al micrófono.

– Bueno. Pues luego te desmayaste.

– Ya sé que Ted no me habría ignorado. Pero el Santa Claus que vi sí lo hizo. Le grité y él se volvió a mirarme y luego siguió su camino. ¡Y solo tenía un cascabel en el gorro! Estoy segura de que llevaba uno de los trajes robados. ¡Tenemos que descubrir quién es ese Santa Claus y dónde está! Vamos a llamar a Dudley, a Regan y a Jack.

– Regan, Jack, Luke y Nora están aquí en la sala de espera.

– Señora Meehan, necesita usted estar tranquila…

– Estoy bien -insistió Alvirah-. Me he dado golpes más graves que este. Mi familia tiene fama de cabeza dura. No voy a estar tranquila en ningún momento sabiendo que hay un ladrón en este barco que puede estar tramando cualquier cosa.

De pronto oyeron una voz enfadada en la sala de al lado:

– He oído al médico. ¡Quiero que venga ahora mismo!

– Perdonen -se excusó Gephardt, saliendo apresuradamente.

– Debe de ser Crater -comentó Alvirah-. Tiene buenas cuerdas vocales, para alguien que anoche parecía a punto de caer redondo.

– Se ve que ha mejorado -convino Willy-. Voy a por los Reilly.

– Di a Maggie y Ted que vengan también. Tenemos trabajo.

En el par de minutos que tardaron todos en entrar, Alvirah se puso a pensar en Eric. Se suponía que tenía que haber ido a ver a Crater, pero tenía la corazonada de que no lo había hecho.

– ¡Alvirah! ¿ Estás bien? -preguntó Nora nada más entrar.

– Estupendamente.

– ¿Qué ha pasado?

Alvirah volvió a contar la historia del Santa Claus huraño. Ted y Maggie ya habían explicado a los Reilly cómo habían encontrado a Alvirah tirada en cubierta.

– Estoy casi segura de que llevaba un gorro con un solo cascabel-insistió Alvirah-. Tenemos que decir a Dudley que reúna los ocho trajes de Santa Claus para aseguramos de que todos llevan dos cascabeles. Si es así, entonces la persona que vi llevaba uno de los disfraces robados. Lo que he pensado es que podemos pedir a los otros Santa Claus que nos ayuden. Tenemos que marcar los trajes de alguna manera para saber distinguir los trajes robados si vemos a alguien con ellos por el barco… Creo que los han robado para que una o dos personas puedan andar por aquí de incógnito. Y he estado a punto de atrapar a una de ellas.

– ¿Estás segura de que te oyó llamarle? -preguntó Regan.

– Segurísima. Se dio la vuelta y todo. Pero no le vi la cara debido a la barba. -Alvirah se volvió hacia Ted-. Al verlo por detrás pensé que era usted. Era más bien alto.

Ted sonrió.

– Me alegro de contar con una testigo de confianza.

– Sí, así soy yo, siempre de confianza -bromeó Maggie.

Jack movió la cabeza.

– Tiene lógica que robaran los trajes para andar por el barco de incógnito. No creo que obligaran a ninguno de los Santa Claus auténticos a ponerse el traje nada más salir de la cama para ir a por un café.

– ¡Sería ridículo! -exclamó Alvirah-. Si allí ni siquiera había nadie a quien entretener. Y desde luego a mí no quiso entretenerme para nada.

Willy le cogió la mano.

– Yo siempre estoy dispuesto entretenerte.

– Ya lo sé, Willy -contestó Alvirah con cariño.

La enfermera se asomó a la puerta.

– ¿Cómo vamos, señora Meehan?

– Yo estupendamente -contestó ella con retintín-. ¿Ya usted qué le ha pasado?

Regan sabía que si había algo que ponía negra a Alvirah, era el colectivo «nosotros» en una situación médica.

La enfermera ignoró la pregunta. Al mirar en torno a la sala advirtió a Maggie.

– Se ha levantado usted muy temprano, después de haber estado aquí en plena noche. ¿Cómo está su amiga?

– Estaba durmiendo cuando me marché. -Al ver que los otros la miraban con expresión interrogante, se explicó-: El parche contra el mareo le vino muy bien.

– Con la tormenta de anoche supongo que han tenido que repartir muchos parches de esos -comentó Luke.

– Estuvimos bastante ocupados hasta medianoche, sí. Pero luego la única que vino fue la señora Quirk, hasta que llegó la señora Meehan.

Alvirah advirtió la cara de extrañeza de su amiga.

– ¿Qué pasa, Maggie?

– No, nada. Es que anoche vi salir a un hombre de aquí mientras estaba en la sala de espera, y pensé que sería un paciente.

La enfermera fue a decir algo, pero vaciló. El doctor Gephardt estaba detrás de ella y era evidente que había oído la conversación.

– ¿Había aquí alguien cuando el señor Crater tuvo la pesadilla? -preguntó con tono de honda preocupación.

– No, que yo sepa -le aseguró ella de inmediato.

El médico se volvió hacia Maggie.

– Según nuestros informes, estuvo usted aquí a las cuatro de la madrugada.

– Sí.

– Y dice que vio salir a un hombre de esta zona a la sala de espera.

– Pues sí. Yo me había dado la vuelta para sentarme, y pasó justo a mi lado.

– ¿Y cómo era? -preguntó Alvirah.

Maggie vaciló.

– Ya sabía yo que algo me tenía intranquila, y ya sé que os va a parecer una locura…

– Dilo de todas formas -insistió Alvirah.

Maggie meneó la cabeza con una mueca.

– Se parecía a Louie Gancho Izquierdo.

34

Cuando Eric llegó a la cubierta donde estaba el camarote de Crater, vio en el pasillo a Jonathan, el camarero de esa sección. Estaba saliendo de la última suite. Seguramente algún madrugador había pedido un café, pensó Eric agachándose para esconderse. No tenía ningún motivo para estar allí, y si Jonathan llegaba a verle tendría que inventarse alguna explicación.

En lugar de quedarse junto al ascensor, bajó tres cubiertas por la escalera y luego volvió a subir despacio.

Esta vez no había señales del camarero. Pero se quedó horrorizado al ver a un alto Santa Claus y darse cuenta de que era Highbridge, que con una bandeja en la mano llamaba al camarote de Crater. Le abrieron en un instante y Highbridge desapareció. Eric echó a correr por el pasillo con la llave maestra en la mano y abrió la puerta. Highbridge, que estaba dejando la bandeja en la cama, se quitó la barba y se lo quedó mirando.

– ¡Qué agradable sorpresa! Pensaba que nos habías borrado de tu lista.

– Tenéis que salir de aquí ahora mismo. Crater quiere volver a su camarote. El médico no empieza su turno hasta las siete, pero puede que Crater firme el alta voluntaria.

Bala Rápida ya estaba devorando un bollo.

– Muy bien, chaval -masculló con la boca llena-, ¿y dónde propones metemos ahora? Dentro de veinticuatro horas -prosiguió sin esperar respuesta- estaremos bastante cerca de Fishbowl Island y nuestra gente podrá recogemos. Más vale que lleguemos sin problemas. Y le clavó una gélida mirada.

A esas alturas Eric ya le tenía pavor. Andar cerca de Bala Rápida era como estar en una jaula con un león furioso. Intentó recordar el momento en el que había hecho el trato de meter a dos delincuentes en el barco. En aquel entonces le pareció algo muy fácil. Un millón de dólares cada uno por esconderlos durante menos de cuarenta y ocho horas. La cuenta salía a más de cuarenta y un mil dólares por hora. ¿Cómo podía haber rechazado una ocasión así? Pero ahora, si los cogían, ambos le acusarían ante la policía como su cómplice. Y no le serviría de nada negarlo. Eric sabía que jamás superaría la prueba del polígrafo.

– Todos los problemas empezaron porque te pusiste a dar saltos en la capilla -se defendió, mirando a Bala Rápida-. Tenías que llevar puesto el traje de Santa Claus, para que SI alguien te veía pensara que estabas rezando o meditando o algo. Y ahora vámonos de aquí. En cuanto os deje arriba, tengo que volver a limpiar esto. Vístete, Bala Rápida.