– Ya sé que parece una locura -se excusó, refiriéndose a su descripción del intruso de la sala de espera.
– Pues lo peor es que teniendo en cuenta lo que ha estado pasando en este barco, no parece una locura en absoluto -replicó Alvirah.
Cuando Maggie y Ted se marchaban para proseguir con su interrumpido ejercicio, el doctor Gephardt pidió muy nervioso a los Reilly que salieran también. Quería coser a Alvirah la brecha de la frente y hacerle una radiografía.
– No tardará mucho -prometió-. Y luego, si la señora Meehan se encuentra bien, puede ir a relajarse a las hamacas de cubierta. Pero nada de correr -intentó bromear.
Regan, Jack, Nora y Luke subieron al Lido. Hacía muy buen día para estar fuera, pero después de elegir la comida del bufet, llevaron las bandejas a una mesa de un rincón dentro del restaurante. Era un buen lugar tanto para hablar como para observar. Regan había llamado a Dudley para informarle del accidente de Alvirah y le pidió que se reuniera con ellos.
– Es urgente -insistió.
Dudley, que se había pasado media noche trabajando en su segundo comunicado de prensa que ensalzaba el alegre ambiente en el barco, casi se desmayó al enterarse del asunto del Santa Claus huraño. Ni siquiera el antipático Bobby Grimes habría dejado a la señora Meehan tirada en el suelo.
– Voy ahora mismo -gruñó.
Había papeles dispersos por la cama, la mesa y el suelo, resultado de sus esfuerzos literarios para interpretar los percances del primer día como sucesos inocuos y sin importancia ya la vez hacer hincapié en el alegre ambiente entre un grupo de buenas personas navegando juntas.
Mientras le esperaban, Regan y Jack llamaron a un camarero para que les sirviera más café.
– ¿Estaba usted aquí cuando el Lido abrió a las seis? -preguntó Jack.
– Sí, señor.
– ¿Y no advirtió al Santa Claus que debió de ser de sus primeros clientes?
– Fue el primer cliente. -El camarero se echó a reír-. Creo que era uno de los dos Santa Claus que también fueron los primeros en llegar para el bufet de última hora.
Los Reilly se miraron.
– Pero ¿ese bufet no abre justo cuando termina la cena? -quiso saber Nora.
– ¿Qué quiere que le diga? A la gente le gusta comer en los cruceros. El bufet empieza a las once, pero todavía estábamos preparándolo cuando llegaron los dos Santa Claus. Todavía no habíamos sacado casi nada, así que se llenaron los platos de queso, galletas y uvas.
– Parece que se perdieron la cena -comentó Luke.
– En la cena había ocho Santa Claus -afirmó Nora-. Estoy segura.
– ¿Quieren algo más? -preguntó el camarero.
– No, muchas gracias -contestó Regan.
Cuando el hombre ya se marchaba, se acercó Dudley. El radiante director de crucero del día anterior parecía necesitar un tranquilizante y unas cuantas horas de sueño.
– Buenos días -saludó, intentando automáticamente que su voz alcanzara el habitual tono alegre-. Siento muchísimo lo que le ha pasado a la señora Meehan…
– Dudley -le interrumpió Jack, queriendo ir directo al grano-. Creemos que por este barco anda una persona, probablemente dos, con los trajes robados de Santa Claus. La señora Meehan está casi segura de que el Santa Claus que vio esta mañana solo llevaba un cascabel en el gorro. Queremos que reúna a los diez Santa Claus lo antes posible. Que lleven todos el disfraz a la reunión para poder confirmar que a ninguno de los ocho gorros les falta un cascabel. Si todos están intactos, podemos estar seguros de que uno de los trajes robados está siendo utilizado por alguien que va en el crucero.
Dudley se llevó la mano al corazón, como queriendo frenar sus latidos.
– Haré todo lo que me pidan.
Regan le informó entonces de lo que Maggie había visto.
– ¡Ay, Dios mío! -suspiró Dudley-. Ya saben que tanto la señorita Quirk como la señorita Pickering comparten camarote y pertenecen al grupo de Lectores y Escritores que están haciendo un homenaje a Louie Gancho Izquierdo. ¡Tal vez todo esto no sea más que una broma de mal gusto!
Los Reilly negaron con la cabeza.
– Desde luego sería lo mejor -dijo Jack-. Pero creemos que no. Estamos convencidos de que hay al menos una persona en este barco que no trama nada bueno. Dudley, necesito la lista de pasajeros y tripulación. En mi oficina investigarán todos los nombres.
Dudley iba a protestar cuando le interrumpió la voz de Alvirah:
– ¡Yujuuu! -Llevaba una venda en la frente y Willy la seguía-. No os vais a creer lo que os voy a contar -comenzó, mirando a Dudley-. Estoy segura de que se enterará de todas formas, así que más vale que lo oiga también. Alguien intentó matar al señor Crater anoche en la enfermería. Él lo niega todo, pero ha de tratarse del hombre que Maggie vio salir por la sala de espera, el que se parece a Louie Gancho Izquierdo.
Dudley lanzó un gemido.
– Voy a por las listas que me han pedido. Ahora mismo. Inmediatamente.
Se levantó de un brinco, apenas tocando el suelo con los pies, y solo se detuvo a por un café de camino a la salida del restaurante.
36
A las siete y media, el sonido del móvil de Harry Crater despertó a Gwendlyn y Fredericka. Fredericka, de diez años, se incorporó en la cama, rebuscó en el bolso y cogió el teléfono.
– ¡Buenos días! ¡Habla Fredericka! -exclamó con tono animado, como le habían enseñado en las clases de etiqueta-. ¿Con quién hablo, por favor?
– Me habré equivocado de número -masculló una voz áspera.
Y un chasquido indicó que había colgado.
– Qué grosero -comentó Fredericka a su hermana-. Si uno se equivoca de número, hay que ofrecer una disculpa sincera por molestar al receptor de la llamada. Bueno, da igual. Es hora de que vayamos a la enfermería a animar al tío Harry.
El teléfono volvió a sonar.
– ¡Me toca! -exclamó Gwendolyn, de ocho años-. Buenos días. ¡Al habla Gwendolyn!
La niña oyó una palabra prohibida.
– ¿A qué número llamo? -preguntó la voz.
– No lo sé. Es el teléfono del tío Harry.
– ¡El tío Harry! ¿Y dónde demonios está?
– En la enfermería. Íbamos ahora mismo a verle.
– ¿Qué le ha pasado?
– Que se cayó y no podía levantarse, así que lo tuvieron que sacar del comedor en una camilla.
Gwendolyn oyó de nuevo la palabra prohibida y luego una brusca orden:
– ¡Pues dile que llame a su médico personal inmediatamente!
– Gracias, doctor. Le daré su mensaje. Que tenga usted un buen día. -La niña colgó-o El médico ese tiene muy mal humor -comentó a su hermana.
– Casi todos los mayores tienen mal humor -explicó Fredericka-. Toda la gente a la que visitamos por la mañana está de mal humor. Nuestro trabajo es ponerlos contentos a todos, pero cada vez es más difícil. Anda, vamos a vestimos.
Tres minutos más tarde, ataviadas con pantalones cortos iguales y camisetas de Santa Claus, las niñas cogían los dibujos que les habían permitido hacer para el tío Harry la noche anterior antes de acostarse. El de Fredericka mostraba el sol alzándose sobre una montaña. El tema de la obra de arte de Gwendolyn era un helicóptero aterrizando en un barco.
Fredericka abrió con mucha cautela la puerta que daba al dormitorio de sus padres y los oyó roncar.
– Situación normal -informó a su hermana-. Vámonos. Volveremos antes de que se despierten.
En la enfermería, la enfermera de día, Allison Keane, les informó de que el señor Crater ya había vuelto a su camarote.
– No creo que quiera visitas.
Las niñas le enseñaron los dibujos.
– ¡Pero si los hemos hecho para él!
– Qué bonitos -dijo la enfermera en un tono poco sincero-. Si los dejáis aquí, ya se los daré yo.
– Pero queremos verle. ¡Queremos mucho al tío Harry!