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– Venga, señor -quiso calmarle Winston-. Ya verá como las cosas tienen otra luz después de un café. Sabe que el café de la mañana le da alegría y optimismo.

– Winston, tú siempre sabes lo que necesito -contestó el comodoro, mirando ceñudo el televisor, donde ahora salía un anuncio de ambientador.

– Comodoro Weed -saludó animadamente Dudley-. He enviado un comunicado de prensa anoche y otro esta mañana. Estoy seguro de que cambiarán la visión de las cosas.

– ¿Has obtenido alguna respuesta?

– Todavía no, pero…

El comodoro movió la cabeza.

– Mi pobre madre -suspiró, alzando la taza de café-. Sus cenizas deben de estar dando saltos dentro de esa caja.

Dudley miró la vitrina. El cofre de plata con las cenizas estaba totalmente inmóvil, pero algo en su cabeza empezó a dar saltos. Se volvió hacia Winston.

– Yo también tomaré un café, gracias. Luego, si no te importa, me gustaría hablar con el comodoro en privado.

Winston se puso muy tieso.

– Tengo que ir a la cocina a buscarle una taza grande -resopló-. Ya sé que es como usted la prefiere -añadió con condescendencia.

– Winston, te das cuenta de todo y no se te olvida nada -dijo el comodoro-. He tenido mucha suerte de dar contigo.

– Siempre es difícil encontrar un buen servicio – opinó Dudley.

Un momento más tarde Winston dejaba una taza grande delante de Dudley y servía el café en cafetera de plata. Cuando el director cogió la taza, estaba seguro de que el mayordomo la había puesto bajo el agua fría. El asa estaba helada. Por fin Winston desapareció y Dudley carraspeó.

– En primer lugar, señor, ¿dónde está Eric?

– Estaba aquí hace un momento. Se levantó temprano para ir a ver al señor Crater, luego vino a ducharse y vestirse y volvió a salir para ver a los demás pasajeros. Es muy trabajador. Me contó lo que le ha pasado a la señora Meehan, pero ¿cómo se ha enterado tan deprisa la locutora esa? Yo no sé quién le estará proporcionando la información desde el barco. ¿Y cuál de los Santa Claus es tan grosero?

Era evidente que Eric no le había contado a su tío la teoría del doctor Gephardt de que alguien había intentado asfixiar a Crater. Dudley creyó su deber informar al comodoro. Eso endulzaría la sugerencia que pensaba proponerle. De manera que agarró el toro por los cuernos y le relató la conversación que Alvirah había oído.

El comodoro se quedó horrorizado.

– ¿Y por qué no me ha contado Eric todo esto?

– Supongo que quería protegerle, pero lo que yo pienso es que la información es poder.

– Eric es muy bueno. Pero ¿y si llega a filtrarse esta información?

– Puedo garantizarle que ni los Meehan ni los Reilly dirán nada. Voy a dar a Jack Reilly la lista de pasajeros y tripulación que me ha pedido. Van a comprobar todos los nombres en su oficina de Nueva York para ver si… -Dudley vaciló-. Para ver si hay alguna persona con problemas entre nosotros.

– Quienquiera que esté informando a esa periodista anda rondando por mi barco en busca de rumores -comentó asqueado el comodoro-. ¡Y eso que el crucero es gratis! ¡Nada de lo que hago sirve para nada!

– ¡Eso no es así! Y su santa madre nos va a ayudar.

– ¿Mi madre? -preguntó Randolph alzando la voz.

– Sí, señor. Seguro que esa periodista estará interesada en la emotiva noticia de que va a lanzar las cenizas de su madre al mar en este crucero.

– ¿Tú crees?

– Estoy seguro. Pero no podemos esperar a mañana por la mañana. Tiene que salir en las noticias de esta noche.

– ¡Pero el cumpleaños de mi madre es mañana! Ese es el día en que quería arrojar sus cenizas al mar.

– ¿A qué hora nació?

– A las tres de la madrugada.

– ¿No nació su madre en Londres?

– Sí.

– Entonces en esta parte del mundo todavía era el veintisiete de diciembre.

El comodoro se quedó pensando.

– ¿Tú crees que saldría un buen reportaje de su funeral en alta mar?

– Estoy convencido. Confíe en mí, señor. Cada vez sale más gente en estos cruceros con intención de esparcir las cenizas de sus seres queridos. A esta espantosa periodista le encantará tener una grabación de la ceremonia. A los espectadores les interesará mucho. Podemos celebrar la ceremonia hoy al atardecer. Y créame, acudirá mucha más gente por la tarde que si hace la invitación para mañana al amanecer.

El comodoro miró la vitrina de cristal.

– ¿Tú qué piensas, madre?

Dudley casi esperaba que de la urna saliera una cabeza como de una caja de sorpresas.

– ¿Dices que vendría más gente? -preguntó el comodoro.

– Mucha más, señor. Celebraremos la ceremonia al atardecer en la cubierta. Sus comentarios serán conmovedores, y breves, luego cantaremos unos himnos y por fin habrá un brindis con champán después de que eche usted los restos de su madre al mar.

El comodoro vaciló.

– ¿No será eso explotar el funeral de mi madre en mi propio interés?

– Es su madre -se apresuró a contestar Dudley-. Le alegraría muchísimo saber que le estaba ayudando a salir de este problema.

El comodoro reflexionó.

– Eso es verdad. Era una mujer muy altruista. Dices que deberíamos hacer la ceremonia en cubierta. ¿Y por qué no en la preciosa capilla que hice construir justo para eso?

– Es demasiado pequeña. Pienso asegurarme de que asistan todos los que están a bordo de este barco. Vamos a poner carteles y a anunciarlo por megafonía. Y durante el almuerzo, cuando estén todos reunidos, iré de mesa en mesa recordando a nuestros invitados que no deben perderse la ceremonia.

– Muy bien, Dud1ey. Creo que yo pasaré el día a solas con mi madre. Únicamente me quedan nueve horas con ella y… -Se le quebró la voz-. Y me gustaría aprovecharlas al máximo.

– Pero tendría usted que ir al almuerzo, señor. Su presencia es un indicativo de que todo va bien.

– Tienes razón una vez más, Dudley. -El comodoro se levantó-. Ya es hora de que me duche y me vista. Incluso cuando era un chaval a mi madre no le gustaba nada que andara por ahí en pijama.

– Yo voy a preparar los comunicados y a avisar a la tripulación. Solo le molestaré si es absolutamente necesario.

38

Crater estaba frenético. Ya era bastante descalabro que alguien hubiera intentado matarlo, y aunque sintió un gran alivio cuando las niñatas esas le devolvieron el móvil, ahora había desaparecido el portafolio con todo el dinero y sus varios pasaportes.

¡Alguien había estado en el camarote en su ausencia! Pero ¿cómo podía denunciar el robo? Si el ladrón andaba tras el dinero y había tirado el maletín, más le valía que nadie lo buscara. Cualquiera que viera los pasaportes sabría que no tramaba nada bueno. Pero lo que era más importante: ¿intentarían de nuevo matarlo?

Crater llamó a su cómplice y le explicó brevemente por qué las niñas tenían su móvil.

– ¿Todavía está previsto que llegues mañana al amanecer? -preguntó-. Yo desde luego ahora no tendría ningún problema en fingir una urgencia médica.

– Está todo listo -le aseguraron-. Hemos visto en la tele que hay problemas en el barco. ¿Crees que afectarán a nuestra misión?

– ¿Que alguien haya visto un fantasma? ¡Vamos, hombre! -estalló Crater-. Olvídalo. Es lo que menos me preocupa. Más vale que estéis listos para moveros deprisa cuando aterricéis a bordo mañana por la mañana. No tendremos mucho tiempo. Y nos conviene que nadie resulte herido. No la caguéis -advirtió.

Crater estaba bastante seguro de la lealtad de los tres hombres que llegarían en el helicóptero. Después de un momento de debate interno, decidió no decir nada del intento de asesinato. Sus cómplices no tenían ni idea de que él no era el jefe de aquel asunto. Ni siquiera conocían la existencia de la mujer que en realidad estaba al mando.