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Y era lo que ella quería, se recordó Crater. Él iba a sacar una buena tajada por respetar sus deseos. Solo quería terminar el trabajo, cobrar su parte y celebrar el Año Nuevo en tierra firme.

Encendió el televisor y vio parte del reportaje sobre Bala Rápida Tony Pinto y las pistas falsas de quienes declararon haberlo visto en Canadá y México. Al ver la imagen de Pinto en la pantalla, a Crater se le secó la boca y recordó las palabras que su asesino le había susurrado al oído: «Esto es lo que te mereces».

Bala Rápida había jurado vengarse cuando Crater denunció a su padre. De pronto se dio cuenta del gran parecido que había entre Bala Rápida y el escritor aquel que aparecía en los carteles por todo el barco. ¡Un momento!, se dijo. Cuando trabajaba con Pinto padre, ¿no había oído mencionar que el hermano de su madre era un boxeador que empezó a escribir cuando se retiró?

Un torrente de pensamientos cruzaba su mente. La mujer gritando que había visto al escritor en la capilla, alguien que había intentado matarle… Bala Rápida se parecía mucho a ese escritor, y había muchas posibilidades de que estuvieran emparentados…

«Esto es lo que te mereces», recordó una vez más.

De pronto se sintió desfallecer. Los periodistas no se habían equivocado: Bala Rápida no estaba en México ni en Canadá.

Crater supo que Bala Rápida, el hombre que había jurado perseguirle, se escondía en algún rincón del barco.

39

El Lido se llenaba rápidamente de comensales. Los Reilly y Meehan, temiendo que alguien los oyera, se habían ido al camarote de Willy para hablar tranquilos y que Alvirah pudiera tumbarse en la cama.

– Aquí estoy más segura que en la enfermería -declaró Alvirah-, pero ¿quién sabe si no corremos todos peligro en este barco? Siento mucho haberos metido en esto.

– Tú no sientes nada -dijo Nora sonriendo.

– Eres un imán para los líos, y te gusta -añadió Luke.

– Confieso que hacen que me sienta viva -reconoció Alvirah. Se arrepintió de haber asentido con la cabeza, pues un agudo dolor le cruzó la frente-. Siempre prefería trabajar en casas de familias algo excéntricas -declaró-. Era mucho más interesante que limpiar la porquería del típico guarro.

– Tú no estás segura ni con Santa Claus -comentó Luke.

Alvirah carraspeó, ansiosa por ir al grano.

– Ya sé que no tenemos pruebas, pero parece que alguien intentó matar a Crater. ¿Por qué a él? ¿Y por qué lo niega? Si es cierto, significa que tenemos a bordo un asesino que podría atacar de nuevo. El caso es que no podemos ir por ahí preguntando a la gente si ha intentado asfixiar a Crater.

– Dudley me prometió que me pasaría una lista de pasajeros y tripulación -dijo Jack-. En mi oficina comprobaran los nombres en un par de horas, para ver si hay alguien de especial interés. Ya veremos de qué va Crater.

– Una cosa más -añadió Alvirah. Intentando ignorar el dolor de cabeza, abrió un cajón y sacó una baraja. Les explicó que había descubierto unas marcas en las figuras que se distinguían al mirarlas en el espejo-. Willy se encontró las cartas en este camarote, que era de Eric, pero cuando intentamos devolvérselas, Eric no parecía saber nada. Yo creo que pueden ser una pista para entender todo lo que está pasando aquí.

En ese momento sonó el teléfono. Era Dudley. Alvirah lo puso en el manos libres.

– Tengo una reunión con todos los Santa Claus en mi despacho dentro de quince minutos. Y tengo también la lista de pasajeros y tripulación.

– Jack y yo vamos ahora mismo -dijo Regan.

– Muy bien.

Jack cogió la baraja mientras se disponían a salir del camarote de Alvirah.

– Yo diría que estas cartas son de un jugador profesional. A ver si averiguo qué son estos símbolos. En mi oficina tenemos a un especialista en fraudes de juego y podría tener alguna idea de lo que significan estos números.

Alvirah quería ir con Reagan y Jack, pero sabía que no se lo permitirían, de manera que no dijo nada.

– Yo seguiré pensando -exclamó por fin-. De eso podéis estar seguros.

40

Los diez Santa Claus, ocho de ellos con el disfraz puesto, se hacinaban en el pequeño despacho de Dudley. Fue fácil realizar una rápida inspección de los trajes: los ocho gorros tenían todos los cascabeles. La noticia del accidente de Alvirah se había propagado rápidamente, y el hecho de que alguien disfrazado de Santa Claus la hubiera dejado allí tirada había unido a los diez hombres en una furiosa indignación, incluso a Bobby Grimes.

– Ese tío nos está dando mala fama a todos -declaró haciéndose el santo-. Como ya dije anoche, más nos vale tener los ojos bien abiertos.

Dudley miró a Jack, que tomó la palabra.

– Necesitamos su ayuda -comenzó-. Estamos todo de acuerdo en que quienquiera que tenga los dos trajes que faltan es un pasajero o un miembro de la tripulación que seguramente esté tramando alguna broma de mal gusto. Sin embargo, como ya hemos visto en el caso de la señora Meehan, las bromas pueden provocar accidentes. Ustedes diez pueden ser de gran ayuda, siempre que lo que digamos en esta habitación no salga de aquí. Durante el resto del viaje, por favor, mantengan los ojos abiertos en busca de un Santa Claus que solo lleva un cascabel en el gorro. Tenemos que encontrarlo.

– Con mi mala suerte, seguro que a mi gorro se le cae el cascabel-se quedó Bobby Grimes.

– Sabemos quién es usted -le aseguró Jack con una sonrisa.

– Pero ¿quién haría una cosa así? -preguntó Nelson.

Dudley se encogió de hombros.

– Su trabajo como Santa Claus consistía en averiguar qué querían los niños por Navidad. La tarea que les encargamos hoyes que nos ayuden a atrapar a este ladrón.

– El problema es que hay que ver el gorro por detrás para saber cuántos cascabeles lleva -observó Ted Cannon.

– Ya lo hemos pensado -dijo Dudley-. Por eso les voy a dar los pins de recuerdo del Royal Mermaid ahora, y no al final del crucero. Llévenlos en la chaqueta del traje y así se identificarán como Santa Claus oficial de este crucero.

– Todos hemos visto la televisión. -Nelson meneó la cabeza-. Y este barco está recibiendo mucha atención.

– Es que están haciendo una montaña de un grano de arena -le quitó importancia Dudley-. El responsable de todo es nuestro bromista.

– ¿También era un bromista el camarero que se tiró al agua en el puerto? -preguntó uno-. ¿Quiénes eran sus amigos? A lo mejor es un amigo suyo el que ha organizado todo esto.

– Ese es mi trabajo -replicó Jack-. Ya estamos investigándolo.

– Me gustaría recordarles que son invitados especiales del comodoro en este viaje -dijo Dudley ansioso-. Seré sincero: la mala publicidad podría significar el final del sueño del comodoro, que es este barco. Por otra parte, si nos ayudan a crear un buen ambiente entre los pasajeros, estarán dando a su anfitrión lo único que siempre ha deseado en la vida: la oportunidad de estar al timón de un barco de cruceros, en el que la gente pueda olvidar sus problemas y ser feliz.

«Bien hecho, Dudley», pensó Regan.

– Una cosa más, muy importante -añadió Dudley-. El comodoro quería muchísimo a su madre. Sus cenizas están a bordo. Esta tarde, a la puesta de sol, se va a celebrar una ceremonia en su honor en la cubierta Promenade. Se pedirá su asistencia a todos los pasajeros. Será un acto breve, cantaremos unos himnos y el comodoro dará el último adiós a su madre al arrojar por la borda la urna de plata con sus cenizas. Luego habrá un brindis con champán.

– ¿Y por qué va a tirar las cenizas con la caja? Yo creía que había que esparcirlas en el mar -preguntó ceñudo Grimes.

– Porque daña el medioambiente -explicó Nelson-. Lo de esparcirlas solo lo hacen en las películas. Mi psicólogo me dijo una vez que uno de sus pacientes quería esparcir las cenizas de su padre cerca de todos los bares que solía frecuentar, pero por supuesto la ciudad de Nueva York le dijo que se tirara al río con las cenizas de su padre.