– A continuación -anunció el presentador-, las últimas noticias sobre la búsqueda del mafioso Bala Rápida Tony Pinto, que desapareció ayer de su domicilio de Miami. Pero primero…
Alvirah hizo caso omiso de los cuatro anuncios de quince segundos de varios medicamentos, totalmente concentrada en el sorprendente parecido entre Tony Pinto y Louie Gancho Izquierdo.
– ¿Será posible? -se preguntó en voz alta-. Me parece que es más que posible -concluyó.
Tenía que hablar con Regan y Jack. Si Bala Rápida iba en el barco de camino hacia su libertad, ¿había ya intentado matar a alguien? Se le había acusado muchas veces de asesinato, aunque nunca pudieron probar nada. ¿Y por qué querría matar a Crater? Y si había intentado matarle, ¿quién sería el siguiente?
– Pinto vive en Miami -dijo al micrófono-. Está desesperado por salir del país. Este barco zarpaba de Miami el mismo día que él desapareció. Se parece mucho al individuo de los carteles, el mismo hombre que Ivy y Maggie creyeron ver. Pero si está a bordo, alguien habrá tenido que ayudarle, y ese alguien ahora le está escondiendo. Tal vez se trate de la misma persona que robó los trajes de Santa Claus. Pero ¿quién?
La sospecha que albergaba su mente se iba convirtiendo rápidamente en certeza.
– Desde el primer momento pensé que había algo raro en Eric -dijo-. Está nervioso. Empiezo a pensar que tiene algo gordo que ocultar.
En ese momento sonó el teléfono. Era Eric.
– Señora Meehan, espero que se encuentre mejor.
– Sí, estoy mejor.
– Es por lo de la baraja de cartas que me enseñó anoche el señor Meehan. Se me había olvidado por completo. Uno de los otros oficiales pasó por mi camarote a tomar una copa la noche antes de que embarcaran. Las cartas son suyas. Debió de dejárselas allí cuando fuimos a cenar, y seguro que Winston las metió en el cajón pensando que eran mías. ¿Puedo pasar por su camarote a recogerlas?
Alvirah no creyó ni una palabra.
– Ahora mismo estoy acostada y Willy no está. Ya te llamaré más tarde. O si me das el nombre de ese oficial, Willy estará encantado de ir a devolvérselas.
– No será necesario, porque esta noche está libre de servicio. Ya pasaré yo más tarde.
«Seguro», pensó Alvirah mientras colgaba el teléfono. «Ya verás cuando se lo cuente a Jack y a Regan», se entusiasmó, descolgando de nuevo para volver a llamar.
43
Después del telediario de la mañana, Bianca estaba encantada con el número de e-mails que había recibido. Tenía que seguir así, pensó, hasta que sus contactos pudieran darle más información sobre lo que estaba pasando en el barco, tenía que encontrar la manera de mantener la historia en el candelero. De lo contrario sabía que, aunque saliera a la superficie algo inusitado en un par de días, la gente ya habría perdido interés.
Su audiencia estaba votando sobre quién sería el fantasma.
La mayoría pensaba que era Mac. Hasta que un correo la dejó sin aliento:
Querida Bianca:
Cuando MacDuffie murió hace unos años, mi madre y yo fuimos a la venta de sus propiedades. Habían acudido todos los tratantes de antigüedades a rebuscar entre los objetos, que eran en su mayor parte un montón de basura. Pero mi madre y yo no podemos resistimos a una ganga, y compramos unos cuantos muebles y varias cajas de papeles y revistas. Pues bien, lo que encontramos fue el diario que llevó MacDuffie sus últimos años en el barco. No se lo va a creer, pero escribió que su padre había dilapidado gran parte de la fortuna familiar comprando un famoso joyero que había sido robado de un museo. Sostenía que había sido un regalo de Marco Antonio a Cleopatra, y que no tenía precio. ¡Es increíble! ¿Qué habría fumado?
Mac contaba que no pudo vender el joyero porque destruiría la reputación de la familia, y de todas formas el museo lo reclamaría. Le transcribo una cita: «Así que sentado en mi yate pienso en el momento, hace cinco mil años, en que un apuesto romano se lo entregaba a una joven reina». ¡Sí, ya! ¡Y mi madre y yo somos las hermanas Gabor!
De todas formas pensé que le interesaría. Yo voto porque es Mac quien tiene encantado el barco, y tal vez Cleopatra también esté a bordo. A propósito, mi madre y yo comprobamos la lista de objetos a la venta y no aparecía ningún joyero perteneciente a Cleopatra.
Su admiradora,
KIMMIE KEATING
¡Perfecto!, se dijo Bianca, releyendo encantada el e-mail.
Si había una historia más cautivadora que la de un fantasma, era la de un tesoro perdido.
44
– Hacer una lista, repasarla dos veces -canturreaba Dudley, en un esfuerzo por animar el ambiente después de que se marcharan de su despacho los Santa Claus.
Jack llamó a su ayudante, Keith.
– El director del crucero te va a enviar por e-mail ahora mismo la lista de la tripulación Y el pasaje. Investiga todos los nombres, pero empieza con Harry Crater. Es un pasajero. Dentro de un rato te llamo desde mi camarote.
Jack colgó y miró a Dudley.
– ¿Cómo vino Crater a este crucero?
– Una enfermera me escribió contando todo el bien que había hecho. Me decía que estaba muy enfermo y que este sería su último crucero.
Dudley sacó una carpeta y le tendió la carta, donde se listaban las muchas contribuciones que supuestamente había hecho Crater el último año.
– ¿Podría hacernos una copia? -pidió Regan.
– Desde luego.
Cuando Regan y Jack se marcharon del despacho con la lista en la mano, se encontraron a Ted Cannon que los esperaba en el pasillo.
– No quería decir nada delante de los otros -comenzó-, pero ha pasado algo que tal vez quieran saber. A lo mejor no es nada…
– ¿De qué se trata? -preguntó Regan.
– Es sobre Harry Crater, el que está en la enfermería. Sé que viaja solo, pero anoche cuando me acosté oí ruidos en su camarote. La televisión estaba puesta y oí a gente hablando y abriendo y cerrando cajones. Yo vi cómo lo trasladaban a la enfermería cuando se cayó durante la cena, y pensé que lo habrían llevado de vuelta a su camarote. Pero por lo visto no fue así. Es que me pareció muy raro y pensé que a lo mejor les interesaba saberlo.
– Siempre es bueno saber esas cosas -dijo Jack.
– ¿Han averiguado a quién vio Maggie en la sala de espera?
– No, que nosotros sepamos -contestó Regan.
– Tengo que confesar que me inquieta pensar que Maggie estaba sola en esa sala de espera en plena noche cuando rondaba por allí un desconocido.
Tenía razón, pensó Regan. Y Ted ni siquiera sabía que tal vez hubo un intento de asesinato contra Crater. Maggie podía haber tenido problemas, sobre todo si no había ninguna razón para el intento de asesinato y el intruso estaba sencillamente loco.
– Da miedo pensar que estuvo a solas con ese individuo -asintió.
– He dicho a Maggie que si Ivy vuelve a ponerse mala por la noche, me llame a mí y no vaya sola a ninguna parte -declaró Ted con firmeza-. Ya sé que están revisando la lista de pasajeros. Si puedo ayudarles en lo que sea, llámenme. Si no, nos vemos luego.
Y con un gesto de la mano se dio la vuelta y se marchó por el pasillo.
– Creo que le gusta Maggie -observó Regan.
– Pues sí. Me siento un poco deshonesto por no haberle dicho que Maggie podría haber estado cara a cara con un presunto asesino.
– Yo también.
Estaban pasando junto a un póster de Louie Gancho Izquierdo en la pared del pasillo y se detuvieron a mirarlo; ambos pensaban en la fotografía de Tony Pinto que habían visto en la televisión.