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– Desde luego es muy posible -comentó Jack al cabo de un momento.

Regan sabía exactamente a qué se refería.

Cuando llegaron a su camarote, el teléfono estaba sonando. Era Alvirah.

– Regan, menos mal que me he quedado en el camarote. Tengo dos noticias. Ha aparecido en televisión un gánster desaparecido que…

– Bala Rápida Tony Pinto -interrumpió Regan-. Ya sé qué vas a decir, y Jack también piensa lo mismo. Anoche bromeamos sobre el tema, pero ahora ya no tiene ninguna gracia.

– Dos y dos son cuatro -dijo Alvirah-. Estaba intentando salir del país. Vive en Miami. Lleva desparecido desde que zarpó nuestro barco, y dos pasajeros del crucero sostienen haber visto a alguien que se le parece mucho. Y no le vieron precisamente en cubierta tomando el sol. Pero lo otro que quería deciros -prosiguió sin aguardar respuesta- es que Eric, el sobrino del comodoro, acaba de llamarme contándome un montón de mentiras sobre la baraja de cartas. Dice que es de un oficial del barco, y ahora quiere venir a por ellas. Yo le he dicho que Willy estaba dispuesto a llevarle las cartas al oficial, pero por supuesto el oficial inexistente no está de servicio.

– Espera, Alvirah.

Regan contó a Jack la historia de Eric y la baraja, y Jack le arrebató el auricular.

– Alvirah, voy a enviar a la oficina imágenes de esas cartas ahora mismo. Luego te llamo. Si Eric está involucrado de alguna manera en los problemas de este barco, es mejor que no se entere de nuestras sospechas. Ya diré a mi equipo que examine con atención su expediente.

En cuanto colgaron, Jack fotografió el reverso de las figuras de la baraja con la cámara digital, las envió por correo electrónico a su oficina y llamó a Keith. Mientras tanto Regan entró en el cuarto de baño, alzó las cartas ante el espejo de aumento y anotó los números. Si iban a devolver la baraja a Eric, quería asegurarse de tener una copia de la información que contenía.

Cuando volvió a la habitación, Jack acababa de colgar.

– Keith ha prometido llamarme lo antes posible.

– Tengo una idea -dijo Regan-. Vamos a dar una vuelta por el barco. Si Ivy, Maggie y Alvirah han logrado tropezar con personajes extraños sin esforzarse, a lo mejor nosotros tenemos suerte si lo intentamos. De todas formas me apetece un poco de aire fresco.

– Por mí estupendo. Vamos a aseamos un poco y a ver qué hay por ahí. Al fin y al cabo el barco no es tan grande. Si Tony Pinto está a bordo, no andará muy lejos.

Jack enarcó las cejas al oír el sonido del móvil. Era Kit, la mejor amiga de Regan.

– Hola, Kit, ¿cómo estás?

– Todavía buscando pareja para Nochevieja. Anoche fui a una fiesta en Greenwich con la esperanza de encontrar a alguien que tampoco tuviera planes, pero por supuesto no hubo suerte. Lo que sí conseguí fue una primicia que pensé que os divertiría.

– Espera, Kit, que te paso con tu amiga.

Regan cogió el auricular.

– Ya he oído lo que decías a Jack. No te preocupes por lo de Nochevieja. De todas formas es una noche terrible.

– Ya lo sé. Aunque eso no significa que no me vaya a preocupar toda la semana. ¡Pero tengo un notición! Anoche fui a la fiesta de mi amiga Donna, la que celebra todos los años después de Navidad en Greenwich, y de lo único que hablaba todo el mundo era del tipo ese, Highbridge, que ha estafado a tantos inversores, incluida mucha gente de la fiesta. Ya os habréis enterado de que se ha dado a la fuga, y todo el mundo piensa que se dirige al Caribe, así que me acordé de vosotros. ¡Pero hay más!

Una mujer que había en la fiesta se puso a hablar de Lindsay, la ex novia de Highbridge, que había intentado congraciarse con muchas de las personas que Highbridge conocía en Greenwich. Pues bien, por lo visto Highbridge la llamó ayer. El número estaba oculto, pero de fondo se oía una radio y Lindsay estaba segura de haber oído a un locutor anunciar la temperatura local en Miami.

– ¡Venga ya! -exclamó Regan-. Pues tuvieron que acabar fatal, para que ahora la novia vaya contando por ahí lo de la llamada.

– Lindsay está en Aspen, con su nuevo novio, y se puso a contar lo de la llamada anoche, cuando salió de fiesta por ahí.

Supongo que llevaría unas cuantas copas encima. La hermana de una de las chicas de la fiesta está también en Aspen, y por lo visto su marido y ella oyeron a Lindsay hablar de Highbridge.

– ¿Se mencionó si Lindsay iría a la policía con esta historia?

– No. Ahora niega haber dicho nada de Highbridge. De todas formas pensé que os interesaría, puesto que estáis en el Caribe y salisteis de Miami.

– Sí que me interesa. Oye, tú no conocerías a Highbridge en una de las fiestas de Donna, ¿verdad?

– Me lo presentaron una vez, hace cinco o seis años.

– ¿Y qué impresión te causó?

– Es un tío alto, aburrido y muy creído.

– Supongo que no te pediría tu teléfono -bromeó Regan.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Kit riendo-. Creo que cuando se dio cuenta de que no tenía ningún dinero para robarme, pasó de mí.

Nada más colgar, Regan y Jack decidieron llamar de nuevo a su oficina.

– Keith, ya sé que es casi imposible, pero a ver si puedes encontrar alguna relación entre Bala Rápida Pinto y Barrón Highbridge. -Jack hizo una pausa-. Además de que ambos se han dado a la fuga.

45

Ante la insistencia de su madre, Fredericka y Gwendolyn habían ido a bañarse en la piscina.

– Mente sana en cuerpo sano -gorjeó Eldona, sentada al borde de la piscina con los pies metidos en el agua. Ya había escrito dos páginas de la carta de Navidad del año siguiente-. «Aquí estamos en la primera travesía del Royal Mermaid, y la bondad de mis niñas ya está en boca de todos…»

Cuando las niñas terminaron con los largos de rigor, se enzarzaron en una pelea en el agua con la que lograron salpicar a todos los que tomaban el sol en las hamacas.

«La energía de los jóvenes alegra el corazón», prosiguió Eldona, enjugándose las gafas.

Los camareros, que ya servían Bloody Marys y Margaritas, iban propagando la noticia del funeral de la madre del comodoro. Huelga decir que Fredericka y Gwendolyn se enteraron de la inminente ceremonia.

– Mamá -dijo Fredericka sin aliento, nada más salir de la piscina-, ¿has oído lo del funeral de esta tarde?

– Sí, cariño. Y podéis asistir. Será precioso.

– A lo mejor podemos cantar, como hacemos en la iglesia.

A Eldona se le humedecieron los ojos de ternura.

– Qué idea más bonita. Yo creo que al como doro le gustará. Pero tenéis que estar seguras. ¿Por qué no vais a poneros algo de ropa deportiva y se lo preguntáis vosotras mismas?

– ¡Síiiiiiiii! -Las niñas se pusieron a saltar dando palmas-. ¿Dónde está papá? ¡Vamos a contárselo a papá!

– Está allí, en el rincón. -Eldona señaló a su marido, que estaba tumbado en una hamaca con una revista cubriéndole la cara-. Se ha ido a poner a la sombra. Ya sabéis lo mucho que cuida su salud. Pero le encantará enterarse de lo amables que habéis sido.

– Tengo una idea mejor, mamá: le damos una sorpresa cantando esta tarde.

– Lo que vosotras queráis, preciosas. Ahora ya podéis iros.

El comodoro e Ivy iban por la tercera taza de té. Weed había colocado con cariño el cofre de plata con las cenizas de su madre sobre la mesa. Cuando Winston llevó la bandeja con la tetera y las tazas, fue a recoger la urna y el comodoro le reprendió seriamente.

– Eso solo puedo tocarlo yo, Winston. Déjalo ahí. A mi madre siempre le gustó mucho el té.

– A la mía también le encanta el té -comentó Ivy.

Era muy emocionante estar en la suite del comodoro.

Cuando le conoció, se había sentido intimidada por él. Era un hombre rudo, imponente, muy viril. La clase de hombre que su madre describiría como «un buen hombretón». Pero allí sentada con él se había dado cuenta de que por dentro era blando y tierno, y que, como tanta gente, solo ansiaba que le quisieran.