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47

Harry Crater estaba sentado en la butaca de su camarote, con los nervios de punta. Los cardenales del cuello se habían tornado de un color morado oscuro Y se habían extendido por la piel como manchas de vino. La pesadilla que se había convertido en realidad seguía rondándole la cabeza. Se quedaría en su camarote y haría que le llevaran las comidas, se dijo. Solo tenía que aguardar al amanecer. Nadie podría entrar mientras tuviera la puerta cerrada con llave.

Había devorado la mayor parte del desayuno que había pedido. El plato vacío, que antes contenía huevos revueltos con beicon, era otro recordatorio de la suerte que tenía de estar vivo, de haber podido desayunar esa mañana. Le preocupaba Bala Rápida, y presentía que el gran jefe había colocado a alguien en el barco. ¿Quién sería? ¿Y qué haría cuando aterrizara el helicóptero?

Tendió la mano hacia la cafetera, esperando que quedara algún sorbo. Unos golpes en la puerta le sobresaltaron, tanto que dio un respingo y el resto del café terminó en la bandeja.

– ¡Tío Harry!

– Estoy en la cama, marchaos.

– ¡Tenemos una invitación para usted!

– ¿Para qué?

– Vamos a cantar en la ceremonia, cuando el comodoro tire las cenizas de su madre al mar.

Harry se puso pálido. Se levantó y se apresuró a abrir la puerta.

Gwendolyn y Fredericka le sonrieron radiantes.

– Acabamos de ir a ver al comodoro -explicaron, interrumpiéndose la una a la otra para contar las importantes noticias-. Tiene que venir esta noche. ¡Tiene que venir! Vamos a cantar. Nosotras vendremos a recogerle. Le vamos a reservar una silla.

– ¿Que va a tirar las cenizas de su madre al mar esta noche? Querréis decir al amanecer. Mañana por la mañana.

– ¡Esta noche! -aseguró Fredericka muy segura-. Es esta noche.

– Iré -les espetó. Cerró la puerta y corrió a su móvil-. Tenemos que cambiar el plan -exclamó en cuanto le cogieron la llamada-. Nos habréis estado siguiendo, espero. ¿Estáis muy lejos?

– Estamos en Shark Island -le contestaron-. A dos horas de vuelo. Tenemos un depósito extra de combustible para llegar, si tenemos que salir ya.

– ¡Pues moveos! El comodoro ha adelantado la ceremonia. Se va a celebrar al atardecer. Sabía que no podíamos contar con él para que esperase al cumpleaños de su madre. No podemos correr el riesgo de que vuelva a cambiar la hora. En cuanto lleguéis diré que no quiero marcharme hasta después del acto. -Luego añadió sarcástico-: El comodoro se emocionará mucho. Mis tres «médicos» pueden ser la guardia de honor que rodee mi silla de ruedas. -Escuchó un momento-. No me digas que me lo tome con calma. Alguien intentó matarme anoche. Y estoy bastante seguro de quién es.

Y con estas palabras colgó de golpe.

48

El seminario de Lectores y Escritores de Oklahoma llevaba en pleno apogeo desde las nueve de la mañana. Los grupos mantuvieron animadas discusiones sobre el arte de escribir novela negra, retrocediendo hasta famosos escritores como sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie.

A las once y media Bosley P. Brevers, autor de una exhaustiva biografía de Louie Gancho Izquierdo, tenía que dar una charla sobre su tema favorito, y mostrar diapositivas de la vida de Louie en el pequeño salón de actos cerca del comedor.

Regan y Jack se habían encontrado Con Nora y Luke en cubierta y habían decidido asistir. Regan había comunicado a sus padres su creciente sospecha de que Tony Pinto podría ir de polizón en el barco.

Vieron entre el público a Ivy Pickering y a Maggie Quirk, sentadas algo a la izquierda una fila detrás de ellos. Regan enarcó las cejas. Ivy, que parecía de esas que jamás se habrían molestado en ponerse ni polvos en la nariz, llevaba un favorecedor maquillaje y una chaqueta de lino azul que resaltaba sus ojos azul lavanda. Menuda diferencia con su aspecto del día anterior, cuando entró gritando en el comedor, pensó Regan.

En el escenario estaban presentando a Brevers. El director del seminario alabó sus cinco años de investigación sobre el tema y advirtió que mientras trabajaba en el libro ostentaba también el puesto de director en un laureado instituto. Brevers, un hombre bajito de unos sesenta y cinco años, de cuerpo menudo y cabello blanco, se acercó al atril. Hizo los típicos comentarios sobre lo honrado que se sentía de hablar allí y lo emocionante que era participar en el crucero de Santa Claus, sobre todo cuando existía la posibilidad de que el fantasma de Louie Gancho Izquierdo estuviera presente. Esperó unas risas que no llegaron.

– Pues sí -prosiguió con una tos-. Vamos a empezar. -Carraspeó-. Louie Gancho Izquierdo nació en la pobreza de la Cocina del Infierno -comenzó, mostrando una diapositiva de un niño de dos años sentado en la escalera de una casa junto con su madre.

– De la miseria a la riqueza -susurró Luke a Nora-. Allá vamos.

Nora le hizo una mueca.

Los primeros diez minutos de conferencia incluyeron una serie de diapositivas en las que Louie Gancho Izquierdo aparecía realizando cualquier clase de trabajo, empezando desde los ocho años. En una foto, él y su hermana María habían montado un negocio de limpiabotas en la esquina de la Décima A venida y la calle Cuarenta y tres, en Nueva York. María sostenía orgullosa un cartel que rezaba: CINCO CÉNTIMOS POR ZAPATO. QUEDARÁN COMO NUEVOS.

– Un empresario emprendedor -susurró Luke-. Casi todo el mundo lleva dos zapatos.

Siguieron pasando diapositivas.

– Aquí está Louie con doce años, transportando una enorme barra de hielo. Tenía que su birla cinco pisos, pero jamás se quejó -explicó Brevers-. El valiente pequeño no sabía que estaba desarrollando los músculos que lo convertirían en un campeón del boxeo. Mientras otros, incluido su amigo de la infancia, Charley- Boy Pinto, se entregaban a una vida criminal…

Regan y Jack se inclinaron a la vez en sus sillas.

– ¿Pinto?

– Louie se llevó una buena decepción cuando su querida hermana, María, se casó a la edad de quince años con Pinto. Ni él ni sus padres volvieron a dirigirle la palabra. Charley Boy se pasó los últimos quince años de su vida en una prisión federal. Pero antes había enseñado a su hijo todo sobre su «negocio». Ese hijo, Anthony, se convirtió en el conocido gánster Bala Rápida Tony Pinto, un hombre peligroso del que habrán oído hablar en las noticias recientemente. Aunque lo más probable es que no llegara a conocer a su tío, el campeón de boxeo y autor de best sellers, se le parece mucho, como advertirán.

Las dos fotografías aparecieron juntas en la pantalla. Regan oyó una exclamación a su espalda y se volvió a tiempo para ver a Maggie e Ivy levantarse para marcharse.

Los cuatro Reilly las siguieron.

Ivy temblaba: y Maggie estaba muy pálida.

– Hay un pequeño salón por ahí -indicó Nora-. Vamos.

– No quiero crear problemas -dijo Ivy-. Esto sería terrible para el comodoro. Ya sabía yo que la persona que vi se parecía mucho a Louie Gancho Izquierdo. Pero al ver las dos fotografías juntas lo tuve muy claro. ¡El hombre que vi en la capilla es Tony Pinto, sin duda! ¿Es un gánster? ¿Por qué lo buscan ahora?

– Se escapó de su casa de Miami para no ir a juicio -le explicó Regan.

Ivy notó que se le debilitaban las rodillas y cogió a Maggie de la mano.

– ¿Tú también le viste?

– Creo que sí -contestó Maggie con voz queda. Luego miró a Regan y a Jack-. ¿Qué van a hacer?

– Si se difunde la noticia, cundirá el pánico. No estamos seguros del todo de que Pinto esté a bordo, y si lo está, no sabemos si va armado. Así que por la seguridad de todos, esto no puede salir de aquí -declaró Jack con firmeza.

– ¿Y para qué iba a querer subir a este barco? -preguntó Ivy.

– Porque si llega a Fishbowl Island, ya no lo pueden enviar a Estados Unidos para ser juzgado -aclaró Regan.