– Entonces más valdría dar media vuelta y volver a Miami -chilló Ivy.
– Podrían anunciar que el barco necesita unas reparaciones -sugirió Nora.
– ¡Entonces la gente se pondrá nerviosa pensando que podemos hundimos! -exclamó Ivy.
– No, si dicen que solo son unos ajustes sencillos del motor -insistió Nora-. La mitad de los barcos grandes suelen tener pequeños problemas en su primera travesía. La gente lo entenderá.
– El único problema -terció Luke- es que si Tony Pinto está a bordo y cuenta con llegar a Fishbowl Island, ¿qué va a hacer cuando vea que damos media vuelta?
No había respuesta a esa pregunta.
– Ahí está Dudley -dijo de pronto Regan, y echó a correr para detenerlo-. Necesitamos hablar con usted ahora mismo. Estamos en el salón del piano. ¿Dónde está el comodoro?
– El comodoro está en la entrada del comedor, invitando a los pasajeros a la ceremonia del atardecer.
– Vaya a por él.
Dudley no necesitó preguntar por qué.
– Ahora mismo, Regan.
Y salió corriendo. Un momento después volvía seguido del comodoro, de Alvirah y Willy.
A Regan no le sorprendió ver a Alvirah. Tenía un olfato de sabueso para saber dónde estaba el meollo del jaleo.
El comodoro se le iluminó el semblante al ver a Ivy. Su mirada solo duró unos segundos antes de que esta exclamara:
– Lo siento, Randolph, pero el hombre que vi la otra noche es un criminal. ¡Y está en este barco!
– ¿Qué? -barbotó el comodoro.
Se había quedado pálido.
Regan cerró la puerta del salón e informó a todo el mundo de la situación.
– ¡Esto no lo superaremos nunca! -gimió el comodoro-. Pero nuestra primera prioridad es la segundad de los pasajeros. ¿Qué sugieren que hagamos?
– Tenemos que volver a Miami y hacer desembarcar al pasaje para que la policía pueda efectuar un exhaustivo registro del barco sin que ninguna persona inocente corra peligro -contestó Jack.
– ¿Y qué decimos a los pasajeros? -quiso saber el comodoro.
– Que hay un pequeño problema en el motor y que volvemos a Miami para reemplazar unas piezas, y que luego, navegaremos por las aguas de Miami hasta el jueves.
– Siempre podemos prometer a los pasajeros otro crucero gratis -saltó Dudley algo histérico.
– Tú ya puedes cerrar el pico -le espetó el comodoro-. Ya me has metido en un buen lío con tu idea del crucero. De ahora en adelante, las sugerencias te las callas.
Dudley pareció encogerse.
– Yo… pensaba… -comenzó-. Solo intentaba ayudar.
Echó de menos aquel momento en que pensó que caerse del muro de escalada iba a ser lo peor que le pasaría en aquel barco. Se preguntó si habría algún puesto libre de trabajo en otras líneas de crucero después de fin de año.
– Dudley, llama al capitán Smith -ordenó el comodoro-. Sé que ya está en el comedor.
Dudley salió corriendo de nuevo. En menos de un minuto había vuelto con el capitán Smith, cuyo semblante no se inmutó cuando le explicaron la historia del probable polizón.
– Recuerdo que en la primera travesía de uno de mis barcos perdimos toda la energía durante una tormenta especialmente violenta, y las olas nos estuvieron batiendo sin piedad durante dos días…
– Sí, sí -le interrumpió el comodoro impaciente.
Dudley sabía que solo el capitán podía rivalizar con el comodoro a la hora de relatar hasta el último detalle de un evento sucedido años atrás.
– De manera que la historia de que tenemos un pequeño fallo en el motor es bastante verosímil-prosiguió el hombre-. Me voy directo al puente, para empezar a aminorar la velocidad del barco, y luego, hacia el final de la hora del almuerzo, lo detendré por completo. A continuación entraré en el comedor para informarle del problema a usted, comodoro.
El comodoro se había quedado pensativo.
– Y entonces yo les explicaré a los pasajeros lo que está pasando. Anunciaré también que en vista de las circunstancias, la ceremonia de mi querida madre empezará a las dos y media.
– Pero ¿no quería hacerla al atardecer? -terció Dudley.
– ¡Ya no! Si vamos a dar media vuelta, este es el punto más cercano al lugar donde había planeado dejar a mi madre.
El capitán Smith los dejó con un asentimiento de cabeza sin decir una palabra más.
Alvirah debatía consigo misma. ¿Debía advertir al comodoro de que no dijera nada a Eric sobre Tony Pinto? ¿Pero cuál podría ser la razón? ¿Debería explicarle que Eric andaba buscando una bajara de naipes que bien podría tener relación con Tony Pinto? ¿Que había misteriosos rastros de patatas fritas en la alfombra de su camarote, patatas que él jamás habría comido? No le podía decir nada de eso, decidió por fin. Si Eric era culpable, su tío tendría tiempo de sobra para enterarse.
El comodoro irguió los hombros.
– Nuestros invitados están empezando a comer. Debo ir con ellos. Ivy, tiene un sitio reservado en mi mesa.
La tomó del brazo y la llevó hacia la puerta.
Los otros los vieron marchar.
– Un tipo con clase -comentó Luke.
– Esto podría ser la ruina de este barco -se apenó Dudley-. Está al borde de la ruina.
Nora suspiró.
– Bueno, más vale que vayamos a comer. -Se volvió hacia Maggie-. ¿Por qué no se sienta con nosotros? -y con una sonrisa irónica añadió-: Al fin y al cabo está con nosotros en esta conspiración.
– Gracias, pero Ted iba a sentarse a mi mesa para comer.
– Ahora volvemos -dijo Regan, encaminándose con Jack hacia la puerta.
– Tengo que llamar a mi oficina para contarles lo que está pasando -explicó Jack con tono tenso.
– Traed las cartas -pidió Alvirah-. Eric insiste en que se las demos.
– Muy bien.
Regan y Jack fueron hacia los ascensores mientras los otros entraban en el comedor. Quince minutos después, Regan y Jack volvían corriendo a la mesa.
– ¿Qué? -preguntó Alvirah, antes incluso de que se sentaran.
– Acabamos de enteramos de que hay una estrecha relación entre Bala Rápida y Barron Highbridge -susurró Regan-, el estafador de Greenwich, que estaba a punto de ser condenado. Highbridge desapareció anoche, y su ex novia está segura de que la llamó desde Miami. Un recadero suyo es primo de Bingo Mullens, el tipo que según la policía organizó la fuga de Bala Rápida.
– ¿Cómo es ese Highbridge? -preguntó Alvirah
– Alto y delgado.
– ¡Como el Santa Claus de un cascabel que me dejó tirada en la cubierta! -exclamó Alvirah.
Jack se sacó las cartas del bolsillo para ponerlas sobre la mesa.
– Ya puedes devolver esto a Eric. En mi oficina están bastante seguros de que son números de cuentas bancarias en Suiza. Están trabajando en ello y pronto lo sabremos.
– La cuestión es -dijo Alvirah-: ¿qué hacían esas cartas en el camarote de Eric?
49
Eric no daba crédito a lo que estaba pasando. El barco se había detenido por completo y pronto daría media vuelta para volver a puerto. «Soy hombre muerto», pensó desesperado. Si no podía sacar a esos dos del barco, y los atrapaban al atracar en Miami, Bala Rápida lo mataría seguro. «Aunque me metan en la cárcel, encontrará la manera.» No se podía creer lo estúpido que había sido. Si se hubiera limitado a ayudar a su tío Randolph con aquella empresa, podría haber disfrutado de una buena vida, pensó. Era su único heredero. Habría tenido mucho dinero, en los cruceros viajarían muchas chicas solteras… Podía haberlo tenido todo.
«¡Pase lo que pase tengo que sacar a esos dos del barco!», se dijo.
Corrió a la suite y se metió en su habitación. Mientras todavía pensaba en lo que diría a los dos fugitivos ocultos en el armario, oyó la puerta del pasillo y se dio cuenta de que su tío le había seguido.